"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





miércoles, 29 de agosto de 2018

Rincones


















Hace calor. También aire. No son incompatibles. Si abro las ventanas se golpean. Pero me gusta observar cómo los elementos naturales juegan con los que hemos inventado los humanos. Escribo. Mejor dicho, trato de escribir. Articulo frases y corrijo las palabras buscando la precisión. Pero suelo traicionar la exactitud para dejarme llevar por la divagación. ¿No podría armonizarlas? Imagino un tanto alocadamente y me siento más libre si divago con imprecisión. ¿Qué clase de libertad es esa? Por supuesto, la instintiva, la animal que cualquier que intenta escribir lleva dentro. Luego releo las líneas que he trazado, que no son como las geométricas, aunque bien pensado ¿no hay acaso una geometría de la expresión? Todo es cuestión de observar. Lo escrito tiene volumen y formas como los cuerpos que nos rodean. Tal vez sea la sintaxis esa geometría especial con la que uno pergeña y tacha una y mil veces. ¿Cuántas veces soy infiel a la sintaxis? Prefiero no saberlo, no me gusta sentirme excesivamente constreñido. ¿O llamo constricción a mi inclinación al desorden, a mi rechazo implícito a las normas de la disciplina? Para justificarme me digo: se pueden decir las cosas de tantas maneras. Sigo intentándolo. Tanta vagarosidad de la que hago gala me dispersa. ¿Es en esa dispersión donde encuentro mi razón de ser? ¿O más bien, por el contrario, me alejo de mí mismo? Cuesta rehuir la presión de las fuerzas centrífugas y centrípetas, principio físico. Continuo. Pero el aire que entra por la ventana me produce un carraspeo, no obstante apenas aligerar el clima que hace en mi habitación. Percibo el olor del papel de los libros, la ropa que he sacado de la lavadora y aún no está seca, el olor que emite mi piel a medida que ejercito mis nervios barajando sugerencias para el texto. Suelo oler mi piel, extender mi camisa a la altura del pecho, apretar mis axilas, frotar mis cabellos. ¿Qué señas de identidad no están registradas en los olores que el cuerpo desprende? Además encuentro satisfacción en el ejercicio de olerme. Parece algo pasajero e insignificante pero al hacerlo evoco otra edad, reconstruyo otro espacio; tal vez sea la manera de reconocerme a medida que mi caracterización carnal ha ido cambiando. Combate iluso contra el ajamiento, tal vez.  Me consuelo ante el pensamiento que me hace temblar. Somos sobre todo Tiempo, me digo. Si el humano, supongo que todas las demás especies, es algo definido es el hecho de su temporalidad. Me gusta además tener conciencia de la temporalidad, lo cual es arriesgado. Sufres por lo perdido y por lo anhelado que nunca acabas de lograr. En el proceso, vives un tiempo menos pensado y escasamente decidido. No construimos el Tiempo. O adviertes o no adviertes que estás en él, pero te da igual porque no puedes escapar. Al escribir, al intentar escribir, mientras habito uno de los rincones del Tiempo sujeto de alguna manera al Tiempo y este, dadivosamente, me devuelve sus aromas.




(Ilustración de Robert Crumb)



12 comentarios:

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  2. Amigo Fackel. Siempre se produce un choque entre lo natural y lo humano, y cuanto más humano más cruenta es la colisión.
    Ante la fuerza amoral de la naturaleza no es posible articular otra cosa que no sea artificio.
    Pericia, falsedad o quimera, tanto da. Nuestras acciones deberían estar presididas por la exactitud aunque llegáramos a ella después del tanteo, el caso es conseguir una armonía geométrica de contrapesos y de equilibrios entre la fuerza bruta del animal que dicen que llevamos dentro y la conciencia que también dicen que llevamos dentro –por cierto, ninguno de los dos aparece en las radiografías- Hay una geometría del alma, un equilibrio entre las inercias del pensamiento racional y las de la emoción que debemos preservar.
    Anhelamos el equilibrio estable, lo preferimos al indiferente y a la dispersión, -te lo dice amigo mío, uno que prefiere la armonía de las esferas y algunos cantos de la Comedia antes que la revolución chirriante de los metales o las promesas del apañamundos que desciende de la montaña onerosa de los dragones rampantes. Pues ocurre que después del choque de los bronces, nunca en la historia, han salido las vírgenes a bailar y solo hemos visto madres que lloraban por el dolor. Las ideologías son efímeras (pasajeras e insignificantes), que se disipan como el aroma del mirabolano.
    Escribir sobre la cresta de las turbulencias, hoy, amigo Fackel, es una acción desesperada.
    Un abrazo
    Francesc Cornadó

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    1. Los choques más intensos y hondos son los de la naturaleza interior del humano. ¿Reflejo de cuantos abundan en general fuera de nosotros? Tal vez. Buscar la exactitud puede ser tarea fatigosa. No hay más que ver qué difícil es dialogar sobre temas de actualidad donde no es precisamente ni la exactitud ni el rigor de la búsqueda de la verdad lo que prima, sino más bien una vez más las quimeras, las aventuras, los sacros sofismas de falsos mitos (aún los mitos de verdad de la Antigüedad supusieron un lenguaje y una interpretación, pero lo de ahora no se sostiene) Interiormente el hombre tiene muchas exigencias y esa búsqueda que planteas de una armonía entre la racionalidad como herramienta de elaboración que nos ha legado nuestra propia historia de especie pensante y el rico mundo de las emociones y afectos que nos hacen llegar por otras vías a la esencia de la naturaleza debe ser un objetivo que justifique nuestra existencia personal.

      Después del choque de los bronces solo ha quedado siempre desierto, violencia institucionalizada, anulación de aspiraciones. Ante las voces de desatino que escuchamos por aquí y acullá invocando enfrentamientos en lugar de encuentro uno tiembla. Las ideologías siempre han sido pasajeras, pero han carcomido parte de las sociedades sino por entero. Y como se ve, reverdecen los mismos perros con distintos collares y banderas. No, no es fácil escribir sobre la cresta de las turbulencias, nada fácil entendernos, nada grato perder amistades por incapacidad de unos y otros, pero ¿qué nos queda a cambio? ¿El silencio? No sé.

      Gracias por tus sensatas palabras, algo nada frecuente y que me temo que cada vez más van a escasear en nuestro entorno.

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    2. El equilibrio está reñido con la naturalidad. Me quedo con lo segundo...

      Saludos y felicidades por tan interesante reflexión

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    3. Debe ser que el hombre se empeña en domeñar lo natural. Pero, ¿no es precisamente esa su, nuestra, Historia y Razón de estar?

      Gracias, Luis Antonio, pero es que a cierta edad de nuestro Tiempo se impone reflexionar, aunque con acierto o no sea otro tema.

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    1. Y tanto que la naturaleza es aleatoria, caprichosa, ciega, turbulenta, engañosa, etc. Al hablar de ella aplicamos categorías muy antropocéntricas como pretendiendo doblegarla o al menos acomodarla a nuestros intereses, algo que no está claro que se haya logrado. Por eso me parece buena sugerencia que midamos nuestra relación con ella, a todos os efectos. Respeto, control, armonía o medida, o todo ello. La civilización no es solo lucha contra la naturaleza exterior o lo que se llamaba antes los otros reinos, sino lucha entre naturalezas humanas, lucha dentro de nuestro propio cuerpo, ¿no crees? De rerum natura semper.

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  4. Me reconozco en tus divagues y tus pensamientos. A la vez paladeo las diferencias. Según cómo nos observemos nos percibimos todos iguales, a la vez que bien diferentes.

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    1. En efecto. Sometidos a circunstancias, pero sobre todo sometidos al Tiempo.

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  5. La última frase: "Mientras habito uno de los rincones del Tiempo....me devuelve sus aromas", es preciosa. Sentir a través del olfato. Regresar al mundo de los aromas es evocar lo que fue, lo que fuimos....

    Adriana

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    1. Es que sin olores y aromas, ¿qué conciencia del Tiempo permanecería dentro de nosotros? Gracias, salud.

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