"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 31 de agosto de 2018

Rincones. Enigmas





















Los días que sobrevivió mi madre al ictus, con secuelas profundas e irreversibles, los pasó abstraída, confusa, abatida. Desde su silla de ruedas jugaba con las puertas correderas del armario; las abría y las cerraba con energía. Me parecía que incluso con cierto descaro. Al filo del golpeo pronunciaba a veces una frase enigmática. No he sido buena, decía. Y repetía: no he sido buena. Resultaba inconcebible que aquella mujer casi nonagenaria, de quien nunca cabía dudar sobre la generosa docilidad y confiada ternura manifestadas a lo largo de su vida, pudiera insistir lapidariamente en aquel motivo hiriente, misterioso.

No le pregunté qué quería decir. Tampoco en aquellos momentos quise pensar demasiado en el oscuro comentario. Para qué echar más leña al fuego de su situación irreparable. Fue mucho más tarde, cuando los días pasaron y nos dejó, cuando comencé a dar vueltas a lo que pudo haber sido un lapsus de su conciencia alterada o la salida incontenible de algo que ella masculló siempre. Me lo guardé para mí. ¿Para qué trasladárselo a su marido?

En ocasiones pienso que se pudo tratar de una premonición anticipada. ¿Sobre mí mismo? Hay palabras y sumas de palabras que se registran en nuestra capacidad de escucha y nos acompañan durante años. Y así, de pronto, en la ficción, que no conoce límites ni exigencias, me veo a mí mismo llegando al estertor final, sin dibujar con  precisión sus matices, repitiendo algo parecido a lo que martilleaba mi madre. Pero no por ello consigo ser mejor, ni sé muy bien de qué se trata eso de ser mejor. ¿Mejor que quién, que qué, sobre qué referencias de un mundo tan impuro como hipócrita? ¿Dónde la medida del bien y del mal acerca de la relación que hemos mantenido con tantas personas, ajenas, próximas o íntimas? 

Cuando me acecha esa figuración escucho dentro de mí una carcajada. ¿Puedo permitir, me digo, ceder al tan repugnante como perverso complejo de culpa? ¿Cuánto en la vida hay de auto castración? ¿Por qué son tan sinuosos los pasos del miedo sobre los que cada cual se afirma como hombre maduro?  ¿Cómo juega a los dados con nosotros la inseguridad? Entonces imagino que acaso un lejano día de mis orígenes alguien mefistofélico, atravesando sin permiso el umbral de mis padres, pudo prescribir tal estigma con un signum sobre mi frente. Al sospecharlo el turbulento orate que me acompaña con idéntica faz se revuelve aturdido entre mis vísceras.



(Fotografía de Eve Arnold)


10 comentarios:

  1. No creo que nadie de origen mefistofélico ande haciendo "diabluras" (nunca mejor dicho) , con el destino que tenemos designado.
    Pero en fin, "haberlas "haylas" que dicen los del Celta.
    Un abrazo

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    1. No lo lea al pie de la letra, que a la letra le salen alas en los pies, oiga. Salve.

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  2. Se me ha borrado lo escrito anteriormente. Hace poco leí que la evolución había sido ralentizado por la cultura de índole familiar,y me quedé con la copla. A qué resuena?

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    1. Tal vez la cultura familiar ha reconducido la evolución en la especie humana, pero pararla no la para, ya ves la multiplicidad de relaciones parafamiliares que se extienden por el entorno. Muy a pesar de la rígida moral del pasado de las sotanas que tú sabes.

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  3. El turbulento orate se extravía en una frase delirante mientras el racional sabe que en la trayectoria virtuosa de su longeva madre tan enigmática afirmación no tiene cabida.

    Adriana

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  4. ¿Estaria en su imaginario la asociación
    enfermedad- castigo divino?
    Adriana.

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    1. Buena pregunta, tal vez no ande usted descaminada, Adriana. La enfermedad católica -y es duro decirlo así- puede que pesara en ella toda la vida. ¿Hay algo más terrible que vivir condicionado por el sentimiento o conciencia de culpa incluso de lo que no se es culpable? Pero en fin, hablamos de personajes de ficción (todos los humanos somos personajes con roles de ficción, ¿no?)

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  5. Culpa, reflexión, remordimiento, replanteo profundo, espero que - si se me presentara esa situación- pudiera tener yo bien en claro la razón de un cuestionamiento tan trascendente, de no ser así, no sería posible el aprendizaje, el que, según creo, siempre es válido, aunque se de en el último minuto. Un abrazo

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    1. Qué curioso. Intentamos aproximaciones sobre la muerte, nunca reflexionamos sobre nuestra llegada al mundo. Tal vez porque "nos nacen", mientras que morir nos moriremos en primera persona y tiene el valor de la conciencia que nos acompaña. Naturalmente, siempre que no estemos perdidos de la chaveta. Buena semana, Neo.

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