"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 17 de agosto de 2018

El complot mongol, de Rafael Bernal. Un complot más de los corruptos, pero no solo eso






"Quedaban muy pocos clientes. La cantina se preparaba a cerrar.

-- Tiene manchas de sangre en la ropa, mi Capi -dijo el Licenciado.

García destapó la botella de coñac y sirvió en un vaso.

--Antiguamente los abogados tenían siempre manchas de tinta en las manos y en la ropa. Gajes del oficio. Pero nosotros ya no usamos tinta. Usamos máquinas de escribir. Ustedes deberían buscar sistemas semejantes. Toda nuestra civilización tiende a que los hombres puedan conservar las manos limpias...Siquiera las manos".


Rafael Bernal, El complot mongol.



Tal vez en esta cita se condense la esencia de la novela ¿policiaca? ¿de intriga? ¿de historia? ¿de soledades y solitarios? de un escritor poco conocido en España pero del que dicen que revolucionó, si no inauguró, el género negro en México. Un relato vertiginoso que, no obstante el argot mejicano y en concreto del protagonista, embauca al lector español. Bernal sitúa a los personajes con pinceladas precisas y nada extensas, suficientes para que veamos dónde está cada personaje, qué papel cumple, qué va a dar de sí...salvo en el sorprendente rol del policía pistolero y matón en el que se centra la narración. Una narración que, cuando no dominan los diálogos, mezcla una breve voz en off narrativa con la voz personal del policía principal, Filiberto García. Este es el único que en un momento dado evoluciona hacia su propio interior, sin mayores alharacas, hacia un punto de contrición no de sus fechorías y durezas, pues de ellas no se arrepiente, sino por descubrir ese espacio de pureza mínimo que cada humano preserva, aun sin saberlo, en lo más profundo de sí mismo. Bernal no le da a descripciones superfluas, sino que con un determinado toque coloca a cada personaje en cada acción de modo que percibamos la trama del equívoco complot urdido, pero sobre todo dejando claro el trasfondo de una sociedad corrompida hasta la cúpula, como ya es sabido, donde se alían poder, tretas jurídicas y gatillo como en una simbiosis imprescindible para lograr los de arriba sus fines y provocar el sufrimiento, que les trae al pairo, de los ciudadanos de a pie.

Que el protagonista, sicario legal y cruel, pero efectivo para sus superiores -esa manera tan expeditiva de solucionar los casos criminales a base de balaceras y ejecuciones sumarias, sin mayores explicaciones, ha pringado durante décadas a las instituciones del orden y la justicia de ese país- nos caiga bien desde el principio, es un triunfo del novelista. No en vano múltiples películas de Hollywood nos presentan al policía matón que nos lleva de su parte, lo cual le hace pensar a uno en lo oscura y contradictoria que es el alma humana, por denominar con un término convencional a nuestra psiqué, ese planeta de emociones, afectos y racionalidades que nos componen y descomponen. Para que nos caiga bien requiere algunas características. Es bestia con los criminales y no entiende ni quiere entender de cumplir la legalidad, pero es tenaz en buscar la verdad del retorcido caso auspiciado por sus superiores como un complot mongol. En este sentido hay que interpretar la cita con que encabezo la entrada. Diálogo entre un abogado y un policía, roles tan característicos hoy día en nuestras sociedades en que se presume de manos limpias por parte de todos los estamentos, aunque los hilos que las muevan estén sucios hasta sus filamentos más profundos. Consejos de quienes han sabido avanzar a los que aún tienen que ponerse al día de sus prácticas investigadoras y ejecutoras.

Quien solo perciba El complot mongol como una novela para el verano, yerra. Fue un comentario reciente de un amigo que la había localizado en una librería de lance quien me la recomendó con alborozo. ¡Qué difícil es que en estos tiempos alguien te hable con placer y gozo de un libro! Ese amigo, al que no frecuento mucho, es un lector impenitente y no sé, me fié de su comentario sensorial. Cuando una narración es buena, es decir, está bien orientada, conducida, tramada, en fin, y, aunque no se explaye en múltiples y hondas reflexiones, se perciba en ella un mundo amplio a escala de cualquier clase social o región del planeta, ¿qué valor definitorio tiene el género en el que se la suele encasillar? ¿Para qué condicionarnos sobre si una novela está enmarcada por los mercaderes del Templo librario y editor como negra, histórica, política o amorosa, por citar algunos de los elementos convencionales con que enmarcan la literatura? Uno se da por satisfecho al terminar de leer un libro si su cuerpo ha quedado con una sensación de placidez. Ya saben, yo llamo cuerpo a esa reacción integral del ejercicio que la mente ejecuta cuando establece una relación entre texto y la vida vivida y pensada de uno mismo.




Nota. El autor, Rafael Bernal, nació en Ciudad de México en 1915 y murió en Berna en 1972. El libro de la editorial Libros del Asteroide lleva un prólogo de Yuri Herrera y un epílogo de Élmer Mendoza, que ayuda a aclararnos del todo una vez leída la novela.






(Ilustración de Ricardo Peláez)



6 comentarios:

  1. No lo he leído.
    Te contestaré cuando pueda hacerme con él, en la biblio; Mayte no quiere más libros en casa.
    Un abrazo

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    1. Llega un momento en que lo importante es que quepáis vosotros, no los libros. Un abrazo.

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  2. "...yo llamo cuerpo a esa reacción integral del ejercicio que la mente ejecuta cuando establece una relación entre texto y la vida vivida y pensada de uno mismo."
    Un placer leerte. Gracias

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    1. Nunca leemos al otro y lo otro sin establecer nexos con nuestras experiencias, yo creo. Gracias por tus comentarios, siempre.

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  3. No lo conozco pero lo describes en interesante, Fackel.

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    1. Fue un hallazgo, que valoré en su momento. La vida rezuma hallazgos por doquier, ¿no crees?

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