"Ya no sabemos a quién debemos apreciar y respetar, y a quién no. En este sentido nos estamos comportando como bárbaros los unos con los otros. Sin embargo, ya seamos griegos o bárbaros, todos somos iguales, tal como se deduce de lo que, por naturaleza, es intrínseco del ser humano: todos respiramos por la boca y la nariz, y todos comemos con las manos".
Antifonte de Atenas, De la Verdad.
No creo que haya devastación pacífica, sino que todo acto destructivo, sea cual sea su intensidad, alcance y perversidad, se nutre del mal que portan los individuos, las sociedades o los instrumentos que estas fomentan para regularse y acaban desarticulándolas. Naturalmente, la palabra devastación trae inmediatamente las imágenes de las guerras que acaban con regiones o naciones enteras, es decir, sus ciudades, sus medios de transporte y comunicación o sus medios productivos. Y, en consecuencia, con miles o millones de vidas. Sebald ya habló largamente de ello en su obra sensible sobre lo acontecido en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Pero de la misma forma podría hablarse de conflictos regionales como los balcánicos, los de Yemen, el iraquí o el sirio y su área de influencia. Desgraciadamente, ejemplo próximos y recientes no faltan. Tampoco en pocas ocasiones podría dejar de mencionarse los desastres causados por los seísmos, las inundaciones, los huracanes o, de manera más sigilosa, la hambruna de la desertización. El grado y envergadura de las devastaciones, con su secuela de daño en vidas, hábitat y coste económico general, se escribe siempre con mayúsculas.
Hay destrucciones que no alcanzan sino una proyección menor, pero cuya iniciativa y realización revelan un alma sumamente negra en los individuos que se prestan a ello. El daño a pequeña escala, sea su forma considerada gamberrada, ataque parcial o simplemente divertimento hiriente, me hace pensar en la calaña de la que están hechos ciertos seres humanos, incapaces de traducir su parte ingeniosa u ocurrente en algo constructivo y estético. Ejemplos cunden todos los días, y si elijo dos más o menos próximos es porque me suscitan tanta indignación como horror. Tipos que son capaces de realizar ciertas fechorías de aparente pequeño volumen, ¿de qué no pueden ser capaces en sus relaciones con otros individuos, familiares o quien pase por la calle?
Viene a cuento, por una parte, de la aparición de una pintada que se pretende graciosa en una escultura románica de la catedral de Santiago, ubicada en una portada recientemente restaurada. ¿Qué concepto de civilidad se reserva para sí mismo el imbécil que dañó la estatua? ¿Qué garantías ofrecerá de que no lo intentará de nuevo o realizará una escalada? ¿En qué zona cero de la sociedad se ve ubicado tal bárbaro? Sería bueno saberlo. Por otro lado, hace dos o tres días se realizó en horario nocturno una llamada a Emergencias y Guardia Civil en un pueblo próximo a Valladolid, avisando de un accidente de carretera. Cuando los auxilios llegaron se encontraron en el arcén con un montaje anónimo en que una bicicleta rota y un maniquí aparentaban un accidente. Por lo demás, nada de nada. ¿No es una chufla retorcida? ¿No es jugar con el dolor de quienes hayan sufrido de verdad accidentes? ¿De qué van esos personajes oscuros y siniestros que se entretienen causando trastornos que pueden derivar en males mayores? Parecen agresiones menores, pero por el bien de la ciudadanía se deben investigar y dar con los idiotas desaprensivos que quieren celebrar el tedio de agosto de manera inicua.
El título de la entrada puede parecer desproporcionado con los ejemplos que cito, pero siempre me queda la intriga. Ese tipo de personajes que juegan a hacer el mal, traspasan los límites de la cordura, cometen trastornos invadiendo el bien público o la vida de otros individuos, ¿no tienen dentro de sí un germen de escalada de sus actos destructivos? Parecen muestras leves de limitada devastación lo que hacen, pero ¿a dónde llegarán? (Y miren que no me veo en el papel de moralista; solo que me revientan los actos de desprecio que cotidianamente se cometen) Antifonte tenía razón: todos somos iguales, es decir, potencialmente capaces del bien y del mal. Pero cuando se desproporciona la balanza, ¿qué cabe esperarnos?
Del tonto-del-haba que pintó la escultura me guardo lo que le he de decir. Simplemente con mandarlo al servicio militar obligatorio tendría suficiente, por eso soy partidario de su vuelta.
ResponderEliminarDe quien si tengo que decir es de los y las (artículos determinados masculinos y femeninos plural), que mirando de soslayo tras la verja, se reían a mandíbuña batiente y hacían autoretratos, selfies que les dicen los y las idiotas del diseño.
¿Quién es más insano en su proceder ? ¿el/la que pintó la escultura, o quien se ríe del acto ?
Cada acto su consecuencia. Aristóteles.
Unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces, todos embarcados en la misma nao de los necios. Sebastian Brant podría decir mucho de ellos.
EliminarLas palabras de Antifonte de Atenas son terribles, tan terribles como verdaderas. Bárbaros aquí y allá, todos sin remisión y la historia nos lo ha demostrado.
ResponderEliminarAmigo Fackel, vi la escultura esa, en la que un energúmeno o mal educado ha dejado su huella bárbara. Me hirió y sentí una vergüenza secular. Cuánto ha costado la restauración de la fachada de Santiago y cuánto ha costado la educación del gamberro que la ha estropeado.
Todo en este mundo es una burla, decía Falstaff, y así lo percibimos en un país donde se ríen las “gracietas” del más tonto de la clase y al mejor alumno le llaman despectivamente “empollón”.
La dejadez, el aplauso de las gamberradas, el desprecio del esfuerzo y de la buena educación…, todo esto es devastación y su deriva es la miseria colectiva.
Es la devastación de las aulas, la devastación de los medios de comunicación, la devastación del discurso político.
Toda devastación ha sido destructiva, ¿y después qué?, ¿ha llegado la felicidad después de una devastación? La devastación está asociada al derribo, a la destrucción y al dolor. ¿Alguien cree que después de un episodio de dolor y muerte llegará el “iluminado” que lo arreglará todo?
Parece que no nos basta con los desastres frecuentes que nos proporciona la maldita naturaleza, esta diosa terrible que nos lanza rayos inclementes y movimientos telúricos impredecibles. A estas desgracias naturales añadimos los odios personales, la indigencia social, la mala educación, el engaño gratuito, etc., y así vamos edificando la indigencia colectiva, la injusticia social y finalmente el conflicto. ¿Qué nos ha enseñado la historia? Un mal relato de un mal negocio.
Un abrazo
Francesc Cornadó
Cierto, cierto, cómo viví aquel tiempo en que casi todos éramos unos miserables mediocres. Al centrado en el estudio le llamábamos empollón, al sensible que no quería jugar a lo bestia se le decía nenaza, a los listillos agudos para el chiste pronto se les reía las gracias, al gamberro que cometía tropelías se le tenía en estima, y etc.
EliminarPor lo demás nada que objetar ni añadir a tu impecable descripción de un tiempo que creímos pasado y sigue en vigor: la incultura, el código de valores del negocio fácil, la exaltación de la ignorancia, la desconsideración al pasado y al esfuerzo y coste del presente.
Salud.
Esas obras de arte que usted no comprende es una muestra del nuevo arte anticapitalista, antireligioso-fascista y ellas se puede apreciar la rabia del autor contra una sociedad que le oprime y que le impide mostrar su talento. El autor víctima de la Educación Pública y Gratuita que le ha coaccionado su genio ha intentado comunicarse con la sociedad y que esta despierte de su letargo al Hombre y a la Mujer (of course). Son el símbolo de la lucha del autor y su visión del mundo con los estereotipos que le oprimen y coaccionan sus libertades artísticas...
ResponderEliminarAmbas se merecen su lugar en ARCO...
Ejem, ejem... Vaya tos...
Un saludo
Agradezco tu ironía, pero uno se sumerge en el dolor de la cultura que ya no tiene un ápice de contracultura. Al menos en otros tiempos de pintadas se respetaban al máximo los monumentos, pero esto de Santiago es una fanfarronada que alguien habrá grabado desde atrás (no me extrañaría que antes o después corriera por las redes la delictiva "machada") Con los móviles en la mano mucha gente ha perdido el rumbo de las cosas, si es que lo ha tenido. Y las familias ni se enteran. Malos tiempos.
EliminarLa frivolidad y la falta de respeto, cuando supera los limites admisibles, demuestra signos inequívocos de barbarie, de decadencia, de falta de valores positivos.
ResponderEliminarAbsolutamente de acuerdo. Vamos por mal camino y esos mismos que cometen tropelías exigirán mañana dirigentes de látigo. La reprobación pública es necesaria y no solo esperar a que las autoridades indaguen y descubran a los bárbaros que, sin duda, no están muy lejos.
EliminarLa antaño irá se ha trocado en pena y dolor. No se me ocurre, tras probar diversos métodos cómo erradicar tanta estupidez, incluida el acopio de la propia, bastante “entretenida” me tiene la misma. Me parece irrealizable puesto que todos portamos esa semilla que solo los más manifiestamente memos reproducen. Dicha conclusión atormenta por la parte que me toca y conlleva dolor. Será la conciencia de tanta banalidad mayoritaria imperante desde la perspectiva de la experiencia? Y quien es mi persona para juzgar como banalidad tanta actividad ajena? No te extrañe mi desgana vital. En su día la vi venir bajo un manto que muchas veces se me antoja liberador.
ResponderEliminarMJ, sí podemos juzgar la banalidad ajena, si esta es capaz de barbarie, de la misma manera que podemos reducir la propia, si nos creemos portadores de dosis propias. Si no denunciamos, si no buscamos luz y sustancia firme ¿qué nos queda? Merece la pena intentarlo incluso a edades en que ya no nos apetecen muchas cosas. Pero un cierto concepto de integridad ética, libre de carga religiosa o de ideología plana, sigue siendo necesaria hasta el fin de nuestros días; qué se le va a hacer.
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