En un párrafo del libro de Barzun Del amanecer a la decadencia. Quinientos años de vida cultural en Occidente el autor habla nuevamente de la Decadencia en la Historia, porque es uno de esos lugares recurrentes que no acaban de ser desentrañados. Barzun parece tenerlo más claro: "¿Cómo sabe el historiador cuándo aparece la Decadencia? Por la franca confesión de enfermedad, por la búsqueda en todas direcciones de una fe, o de muchas. En el Occidente cristiano han surgido recientemente decenas de cultos: budismo, islamismo, yoga, meditación transcendental, la iglesia de la Unificación del señor Moon, y toda una amplia variedad, algunos dedicados al suicidio colectivo. Para los espíritus laicos los viejos ideales resultan gastados o inservibles, y una serie de objetivos prácticos son transformados en credos sostenidos por actos violentos: luchar contra la energía nuclear, el calentamiento del globo o el aborto; salvar de la explotación el entorno natural con su fauna y su flora ('¡Queremos que vuelva el lobo!'); promover el el consumo de alimentos orgánicos en lugar de tratados, y proclamar condenas de la ciencia y la tecnología. Un impulso hacia el PRIMITIVISMO anima todas estas negaciones".
Aunque esta opinión es de hace dieciséis años, cuando apareció el libro, la lista que describe Barzun se mantiene y seguramente se amplía. De haber vivido hoy el historiador -y ya vivió el hombre 104 años como para ser un testigo fundamental de muchos aconteceres- probablemente incorporaría la vuelta de los populismos, de distinto signo formal pero acaso no de fondo, y el peligroso renacer insolidario de ciertos nacionalismos, que no plantean nada novedoso sino el viejo retorno al Estado nación -algunos no lo tuvieron nunca, y no hace falta que se cite aquí el caso más próximo- sin haber aprendido, ni querido aprender probablemente, la lección del fracaso de otros.
Todo podría resumirse en una especie de negación de aquello que más nos ha afirmado, con sus luces y sombras, en los últimos dos siglos: la Razón y lo que su desarrollo trajo consigo, esto es, el ejercicio del libre pensamiento, el raciocinio y la argumentación. Ver que la política, por ejemplo, se rinde hoy a un mundo de imágenes difusas y nada racionales, tal como la falta de análisis rigurosos, la extensión de la mentira y lo que se da en llamar la posverdad, el recurso a los planes tácticos y a corto plazo en políticas de gobierno y de oposición, la escandalosa manipulación de masas a través de todas las variantes de publicidad ideológica, el mantenimiento de una cierta influencia de las estructuras religiosas tradicionales que simulan aggiornarse, la desvirtuación de los hechos históricos, tanto del pasado como de la actualidad, la falta de abordamiento de los problemas de fondo donde el conflicto de clases parece haber sido relegado, la medición de los desajustes estructurales por una maniquea macroeconomía que beneficia más a aquella minoría de entes del beneficio privado en lugar de repercutir con cierto sentido igualitario entre la colectividad, todo ello, en fin, es como inflar un globo muy grande y de abundante colorido para el que solo es cuestión de tiempo que pinche y nos deje a todos a dos velas.
Que hoy día la política tenga un significado más emocional que lógico, más sentimental que empírico, más cuasi religioso que laico y más efímero que asentado es preocupante. Que sea bajo el debate de ideas y de propuestas enriquecidas -o bien se queden en papel mojado, sin aplicaciones reales- es angustioso. Que las alternativas políticas integradoras de todo tipo de sectores trabajadores no se vean por ninguna parte es nefasto y empuja a la sociedad a dejarse seducir por los flautistas de Hamelín que preconizan salvaciones traidoras. Que el sentido de la Estética y de la Ética esté sucumbiendo a expresiones industrializadas y carentes de respuestas a todo lo natural y humano -es bello y es bueno lo que produce ganancia, parece ser el lema imperante- pone la puntilla al método mismo del Pensamiento racional. El desempolvamiento y revitalización de viejos símbolos -cánticos, banderas, mitos reinventados y falseados- es un signo también de esa decadencia de la que Barzun habla.
En este sentido la decadencia del momento actual ¿es solo una expresión de comportamientos de choque o más bien refleja lo perdidos que andamos los ciudadanos de las sociedades occidentales mientras los grandes problemas globales nos desbordan y los grandes capitales no cesan de hacer sus agostos? No, no son los del ruido identitario los que marcan la pauta, por más que estén viviendo sus contradictorios y penosos, si no ridículos, días de gloria publicitaria. Hay muchos que, ante todo lo que ha venido promoviéndose desde un sector de la sociedad catalana en orden a la disgregación, decimos cada vez más alto: Más Europa, por favor. Pero una de dos, o el proceso es lento o tampoco los Estados más influyentes y decisorios acaban de estar por ello. Pero si no se alcanza pronto más Europa ya sabemos lo que nos espera. Eso sí que sería el signo definitivo de la decadencia.
Todo podría resumirse en una especie de negación de aquello que más nos ha afirmado, con sus luces y sombras, en los últimos dos siglos: la Razón y lo que su desarrollo trajo consigo, esto es, el ejercicio del libre pensamiento, el raciocinio y la argumentación. Ver que la política, por ejemplo, se rinde hoy a un mundo de imágenes difusas y nada racionales, tal como la falta de análisis rigurosos, la extensión de la mentira y lo que se da en llamar la posverdad, el recurso a los planes tácticos y a corto plazo en políticas de gobierno y de oposición, la escandalosa manipulación de masas a través de todas las variantes de publicidad ideológica, el mantenimiento de una cierta influencia de las estructuras religiosas tradicionales que simulan aggiornarse, la desvirtuación de los hechos históricos, tanto del pasado como de la actualidad, la falta de abordamiento de los problemas de fondo donde el conflicto de clases parece haber sido relegado, la medición de los desajustes estructurales por una maniquea macroeconomía que beneficia más a aquella minoría de entes del beneficio privado en lugar de repercutir con cierto sentido igualitario entre la colectividad, todo ello, en fin, es como inflar un globo muy grande y de abundante colorido para el que solo es cuestión de tiempo que pinche y nos deje a todos a dos velas.
Que hoy día la política tenga un significado más emocional que lógico, más sentimental que empírico, más cuasi religioso que laico y más efímero que asentado es preocupante. Que sea bajo el debate de ideas y de propuestas enriquecidas -o bien se queden en papel mojado, sin aplicaciones reales- es angustioso. Que las alternativas políticas integradoras de todo tipo de sectores trabajadores no se vean por ninguna parte es nefasto y empuja a la sociedad a dejarse seducir por los flautistas de Hamelín que preconizan salvaciones traidoras. Que el sentido de la Estética y de la Ética esté sucumbiendo a expresiones industrializadas y carentes de respuestas a todo lo natural y humano -es bello y es bueno lo que produce ganancia, parece ser el lema imperante- pone la puntilla al método mismo del Pensamiento racional. El desempolvamiento y revitalización de viejos símbolos -cánticos, banderas, mitos reinventados y falseados- es un signo también de esa decadencia de la que Barzun habla.
En este sentido la decadencia del momento actual ¿es solo una expresión de comportamientos de choque o más bien refleja lo perdidos que andamos los ciudadanos de las sociedades occidentales mientras los grandes problemas globales nos desbordan y los grandes capitales no cesan de hacer sus agostos? No, no son los del ruido identitario los que marcan la pauta, por más que estén viviendo sus contradictorios y penosos, si no ridículos, días de gloria publicitaria. Hay muchos que, ante todo lo que ha venido promoviéndose desde un sector de la sociedad catalana en orden a la disgregación, decimos cada vez más alto: Más Europa, por favor. Pero una de dos, o el proceso es lento o tampoco los Estados más influyentes y decisorios acaban de estar por ello. Pero si no se alcanza pronto más Europa ya sabemos lo que nos espera. Eso sí que sería el signo definitivo de la decadencia.
Gracias por el informe y la reseña del autor.
ResponderEliminarLo desconocía.
Me resulta sumamente interesante el libro. Un repaso de cinco centurias de manera pedagógica y precisa. Hojéalo en alguna librería de confianza.
EliminarGracias por tan buena información. Ya comentaré largo y tendido al respecto desde un ángulo puramente biológico.
ResponderEliminarYa sabes que todo es cuestión del color del cristal con que se mira, pero creo que este historiador tiene un buen surtido de cristales y poliedros de todos los colores.
EliminarGeorge Steiner, en diálogo con Antoine Spire, hablaba de, "La Barbarie de la Ignorancia", otro texto recomendable para no perder el "oremus"
ResponderEliminargracias, Fackel
Qué bien que alguien me siga citando a Steiner. Hace años me interesó bastante -Presencia reales, Errata, Fragmentos, uno sobre Europa- pero lo tenía dejado, así que tu recomendación es una buena excusa para retomarlo. Gracias a ti.
EliminarEn su día Steiner me cautivó. Por aquí lo tengo, lo pondré mas cerca!
ResponderEliminarA mí me pasó lo mismo y ahora me arrepiento un poco de no haber seguido escritos suyos más recientes. Es un sabio cuyas obras hay que tener cerca.
Eliminar