Mientras duró el invierno, noches interminables y días apagados, no se conocieron. Ella iba de madrugada a la fábrica de gaseosas y volvía a casa con sus amigas cuando se había asentado nuevamente la oscuridad. Las jornadas pasaban como meras fechas de calendario y la luz era solamente una noticia que llegaba con los conductores de las furgonetas de reparto o con el comisario de la zona que pasaba revista a la producción semanal. Varvara Tanirova, empleada 0567 de la fábrica estatal de refrescos, vecina del distrito de Zelenogrado, vivía del recuerdo de la luz de sus días de infancia, como casi todas las demás compañeras. A veces pensaba: habrá otro tiempo, será otra vida. Pero en aquella región del extenso país donde había nacido el sol era un prisionero de las tinieblas. Las horas soleadas fueron convirtiéndose en una obsesión para Varvara. Por los altos y estrechos ventanucos de la nave apenas se iluminaba la parte elevada. Dicen que si sales a la calle ahora verás tu sombra, comentaban algunas compañeras. Pero nadie allí dentro podía comprobarlo. Los repartidores se mostraban sarcásticos cuando llegaban de su ruta por carretera. ¿Quién quiere una porción de rico sol y un trozo de fresca sombra?, decían a carcajadas con cierta intención obscena. Entonces las chicas les pitaban y hacían amagos de tirarles botellas de las que iban envasando.
Varvara Tanirova podría haber comprobado la escasa parte soleada del duro invierno de haberse levantado pronto los domingos. Pero el cansancio le pedía permanecer en la cama, cuando no el juego insatisfactorio con su amigo ocasional. Estás mejor conmigo, le decía éste cuando ella exponía aquel deseo cada vez más obsesivo. Pero no estoy enamorada de ti, le respondía Varvara. Nunca decía más. Su amor era secreto y tenía forma ajena. No lo imaginaba con olor acre ni con el sudor de otros músculos ni con la tosquedad no siempre placentera con que sujetaban normalmente su cuerpo delicado. El piso, un interior angosto y reducido, era como la fábrica. Oscuridad o luz tenue, sin elección. A veces Varvara Tanirova se sentía tentada a salir después de comer, pero temía decepcionarse. Puedo ver el sol, o lo que llegue de él si la neblina lo permite, pero y qué si luego me espera nuevamente el ambiente mortecino. Si un día salgo a la luz es para que me empape de ella, para quedarme siempre en ella, pensaba de manera más y más persistente.
Fue en un día que se presentaba a dos luces cuando Varvara se sintió mal en pleno fragor de la cadena de envasado. Sintió que se desvanecía. Siéntate aquí, le dijo el responsable de la línea mientra la llevaba al rincón donde había una silla. Varvara se dejó sentar, se veía sin fuerzas y presintió que aquella era su gran oportunidad. La quisieron enviar al botiquín pero el comisario, que aquel día visitaba la planta, terció con su autoridad. Mejor que salga a la calle y se ventile. Lo que necesite. Cuando se te pase, vuelves, le dijo amable el comisario. La chica enfiló la recta principal de la fábrica, saludó al vigilante de la entrada y se dispuso a pasear en torno a los muros de la empresa.
Era todavía pronto y el cielo se fue abriendo generoso, como si se le ofreciera en exclusiva. Su reposición fue inmediata, pero siguió andando hasta la avenida de abedules, simulando decaimiento y dificultad en el paso. Al llegar a la vieja fuente jugueteó con los chorros de agua y refrescó su rostro. El sol se volvía más intenso. En ese momento la vio allí, desdoblándose contra el granito de la fuente. Si se distanciaba el perfil mostrado era completo. Si se aproximaba al murete del manantial la sombra se recortaba. El movimiento de sus brazos se multiplicó a su lado, como si aquel reflejo desconocido tuviera vida propia. Varvara estalló en un golpe de alegría solitaria. No había testigos que impidieran tanta liberación. Ejercitó varios movimientos de gimnasia mirando de reojo para comprobar cómo la sombra seguía un ritmo análogo. De pronto se detuvo. Quiso contemplar a su compañera, que reproducía una esbeltez algo más difusa que la de su propio cuerpo, pero sumamente fiel. Te he estado esperando desde siempre, dijo en voz alta. Ahora que te he conocido no puedo perderte. Si vuelvo a la misma vida no sabré qué es el amor. Varvara Tanirova se quitó la bata de trabajo, miró con desdén la fábrica que había dejado atrás y se dirigió por la Rabotnitsa Prospekt hacia un destino indefinido. Pegada a las paredes de otras fábricas y almacenes de la zona fue dando saltos con su amante, aprovechando el tirón de aquella luz que no quería desfallecer. Temí que no podría vivir sin ti, sombra mía, cantó con euforia sin que le importaran los transeúntes. Aprovechemos este cielo abierto y seamos una para otra antes de que caiga la oscuridad, dijo Varvara Tanirova mientras se abrazaba a sí misma, absorta y feliz por la mirada condescendiente de su sombra anhelada.
Fue en un día que se presentaba a dos luces cuando Varvara se sintió mal en pleno fragor de la cadena de envasado. Sintió que se desvanecía. Siéntate aquí, le dijo el responsable de la línea mientra la llevaba al rincón donde había una silla. Varvara se dejó sentar, se veía sin fuerzas y presintió que aquella era su gran oportunidad. La quisieron enviar al botiquín pero el comisario, que aquel día visitaba la planta, terció con su autoridad. Mejor que salga a la calle y se ventile. Lo que necesite. Cuando se te pase, vuelves, le dijo amable el comisario. La chica enfiló la recta principal de la fábrica, saludó al vigilante de la entrada y se dispuso a pasear en torno a los muros de la empresa.
Era todavía pronto y el cielo se fue abriendo generoso, como si se le ofreciera en exclusiva. Su reposición fue inmediata, pero siguió andando hasta la avenida de abedules, simulando decaimiento y dificultad en el paso. Al llegar a la vieja fuente jugueteó con los chorros de agua y refrescó su rostro. El sol se volvía más intenso. En ese momento la vio allí, desdoblándose contra el granito de la fuente. Si se distanciaba el perfil mostrado era completo. Si se aproximaba al murete del manantial la sombra se recortaba. El movimiento de sus brazos se multiplicó a su lado, como si aquel reflejo desconocido tuviera vida propia. Varvara estalló en un golpe de alegría solitaria. No había testigos que impidieran tanta liberación. Ejercitó varios movimientos de gimnasia mirando de reojo para comprobar cómo la sombra seguía un ritmo análogo. De pronto se detuvo. Quiso contemplar a su compañera, que reproducía una esbeltez algo más difusa que la de su propio cuerpo, pero sumamente fiel. Te he estado esperando desde siempre, dijo en voz alta. Ahora que te he conocido no puedo perderte. Si vuelvo a la misma vida no sabré qué es el amor. Varvara Tanirova se quitó la bata de trabajo, miró con desdén la fábrica que había dejado atrás y se dirigió por la Rabotnitsa Prospekt hacia un destino indefinido. Pegada a las paredes de otras fábricas y almacenes de la zona fue dando saltos con su amante, aprovechando el tirón de aquella luz que no quería desfallecer. Temí que no podría vivir sin ti, sombra mía, cantó con euforia sin que le importaran los transeúntes. Aprovechemos este cielo abierto y seamos una para otra antes de que caiga la oscuridad, dijo Varvara Tanirova mientras se abrazaba a sí misma, absorta y feliz por la mirada condescendiente de su sombra anhelada.
(Fotografía de Aleksandr Mijáilovich Ródchenko)
Marx hablaría de alienación, los seguidores de Freud dirán que es el inconciente.
ResponderEliminarOtros dirán que es la vida.
O la falta de ella.
Saludos,
J.
Así es, así es. Mi abuelo, añadiré, hubiera dicho que la fiel compañera.
EliminarPor cierto, siempre me ha sorprendido la expresión castellana utilizada cuando alguien ha cambiado, bien físicamente o de comportamientos, que dice: "no es ni su sombra". O aquella otra acerca de alguien dañino: "Qué mala sombra eres". U otra relacionada con quien ejercita un acompañamiento riguroso sobre otra persona: "Se ha convertido en su sombra".
Está claro que la sabiduría popular, sin exégetas que han pasado a la historia, ya sabía interpretar a los individuos.
Salud y buena sombra.
Permaneciendo en la sombras desconoce la que proyecta la luz, la sombra que camina y se mueve a su paso con libertad.
ResponderEliminarPrecioso y sabio relato. Gracias
No obstante, también se puede ser esclavo de la propia sombra. Y Varvara, que se enamora de ella, ¿qué futuro tendrá?
EliminarMe he conmovido tanto como cuando lei por primera vez aquel cuento de Bradbury, Todo el verano en un día, en el que un niño, habitante de un planeta de constantes lluvias, es encerrado por sus compañeros en un armario justo el día en el que sol asomaba por única vez. Excelente relato.
ResponderEliminarUn abrazo
P.d
participarás con una foto de tu infancia en mi convocatoria navideña de este año?
Gracias, Neo, por tu comment. Por lo que me cuentas el relato de Bradbury es muy perverso, como la actitud de aquellos niños encerrando a otro para privarle del sol. En el caso de mi cuento la maldad no existe explícitamente, pero le he dado vueltas a qué le pasaría a la chica después y no te cuento al comisario por ser tolerante. Pero como no existe un post del relato mejor lo dejamos tal cual.
EliminarPD. Si es de infancia a ver si localizo una. Creo que el niño de entonces sigue en vigor más que el adulto de ahora.
Curioso esto del niño encerrado. Los niños en conjunto suelen ser muy crueles.
ResponderEliminarEl comportamiento del valentón en grupo que vemos en adultos ya se incuba en la infancia, ¿no?
EliminarEl descubrimiento de la sombra, en un niño, es una de las cosas más misteriosas del crecimiento. Algunos no la llegan a descubrir: seres incompletos. Medios seres, que diría Gómez de la Serna.
ResponderEliminarPero de adultos muy avanzados nos sigue produciendo asombro la sombra, en sus dos vertientes, exterior e íntima, o acaso son complementarias. La no aceptación de la sombra debe ser muy frustrante, sí. Quién sabe si no radica el mal en ese rechazo de muchos individuos a no reconocerse a sí mismos.
Eliminar
ResponderEliminary además, la sombra es el origen de la pintura!
Tal vez en el principio ya fue el claroscuro. Eso me lleva a considerar lo que debió ser la vida en las cuevas donde además del arte se producirían las primeras reflexiones del lógos, sin duda. Platón y los demás llegaron después.
Eliminarhttps://mm-actualidad.blogspot.com.es/2009/04/las-sombras-y-el-origen-de-la-pintura.html
ResponderEliminarGracias por el enlace. Es una leyenda que el compilador Vasari trajo a colación. Pero siempre me remito al Paleolítico. El hombre, y no solo el Arte, ¿no nació acaso de las sombras? Sombra eres y en sombra te convertirás, diría mi amigo Max.
EliminarQué relato más alucinante. Por una parte está la historia en sí. Una historia dura y surrealista. Por otro la alegoría. El que vive sin sombra es manipulado y alienado porque no conoce sus límites ni sus posibilidades. Aquí, la protagonista de la historia abraza su libertad. No sabe adónde va, pero sí sabe lo que no quiere...
ResponderEliminarFelicidades
Un abrazo de enero y mi admiración
Aquellos tiempos soviéticos dieron para mucho kafkianismo, creo. Pero situaciones análogas también se han vivido aquí. Aquel paisaje era la excusa. Gracias.
EliminarVuelvo a este relato que me encantó en su momento. La mujer sin sombra se libera para abrazar su propia sombra. Es un relato ciertamente liberador...
ResponderEliminarMe he acordado...¿Has leído alguna vez La maravillosa historia de Peter Schlemihl , de Von Chamisso? No tiene que ver con este texto, pero es un libro muy pero que muy interesante donde la sombra es protagonista.
EliminarNo. No lo he leído. Lo buscaré ya que me parece interesante.
ResponderEliminarBueno, eso es del gusto del consumidor (lector), ya sabes.
Eliminar