"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 24 de septiembre de 2017

Aún no había cantado el gallo














El margen del insomnio te permite dos reacciones. Por un lado, aguantar en el lecho a ver si uno se duerme, con la consecuencia de que te dé en pensar sobre todo lo malo ocurrido y que puede ocurrirte. Por otro, dar la luz, levantarte discretamente y sin hacer ruidos que incordien al vecino coger un libro al azar y ponerte a leer algo. Es un ejercicio que siempre depara una sorpresa.

El azar me lleva a una página de El silencio de la luna, de José Emilio Pacheco, aquella en la que un poema lleva por título La derrota:

"El que piensa por todos prohibió pensar.
Su palabra es la única palabra.
Él dice todo sobre las cosas.

Sólo existe algo que él no puede prohibir:
los sueños.

Noche tras noche
la gente sueña en acabar con el que piensa por todos." 

Luego me quedo pensando en la prohibición por sí misma, en la imposición de lo que debemos pensar, decir o hacer, en la soberbia de los que se eligen a sí mismos y dejamos que se auto proclamen. Todo ello me parece tan actual que debo recurrir a convencerme de que es antiguo para no tener mayor complejo de siervo, de súbdito o de idiota. ¿De verdad que la gente sueña con acabar con los que imponen el pensamiento o inducen a que no lo tengamos? Y los que sueñan, ¿lo convierten en deseo a este otro lado del no sueño?



(Ilustración de Gustave Doré)

4 comentarios:

  1. Nadie es dueño de sus sueños.
    Nos acostamos y nos asaltan, y en muchas ocasiones, son desagradables.
    Otra cosa son los pensamientos, aquí si se puede hacer de más y de menos, e inclusive reprogramarlos. Pero los sueños, aquello que nos asalta entre las sábanas....de eso nadie es dueño...hasta ahora.
    salut

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    1. Lo que ocurre es que pensamientos y sueños suelen compartir obsesiones.

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    2. ME PARECE, siempre acción proyectiva instintiva, que quien consigue proteger su inconsciente el recuerdo de sus sueños incontrolados le protegerán a él.

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  2. Qué casualidad, el primer libro que me regaló un noviete de adolescencia era de Pacheco, no sé por dónde andará, ni libro ni novio. No está mal leer para evitar caer en las mil vueltas y pensamientos desveladores. Tengo en una estante de la mesilla el segundo tomo de las memorias de ultratumba, de Chateaubriand. Oiga, mano de santo, no pasan dos páginas sin que caiga otra vez en el sueño.

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