"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 10 de abril de 2017

Bosníaca. Las puertas del Paraíso




Llevo años en el exilio. Cuando me muestran con aviesa intención una fotografía de la casa donde crecí me entra congoja. ¿Sigue así?, suelo preguntar. Me cuentan que nadie quiere hacerse cargo del edificio. Que hay documentos de propiedad en el registro y que solamente pueden hacerlos valer los herederos. Pero yo desconozco si hay más herederos, ni siquiera sé si yo mismo lo soy. Que nací y viví en ella varios años me convierte en legítimo, acaso no único, propietario, eso lo tengo claro. Pero no de la casa, eso es algo puramente accidental, sino del tiempo que disfruté en ella. Naturalmente, aquellos años también fueron efímeros. Aquella vida me marcó, y a quién no le señala la infancia, aunque luego se reniegue en parte de ella. Para mí fue un paraíso, tal vez el único que he conocido, puesto que los años que vinieron después estuvieron desprovistos de caridad. Algunos, no sé si con sana o interesada voluntad, me han propuesto volver, entrar en contacto con familiares y vecinos, para ver si es posible salvar la casa entrañable. Pero lo entrañable no reside entre las paredes vacías de aquella ruina, sino en la memoria de los momentos felices. Es dentro de nosotros donde se puede intentar evitar la ruina, si bien tampoco es fácil lograr la reconstrucción. Demasiados odios pesan sobre las vivencias lejanas y los recuerdos marchitos. ¿Podría entenderme con mis íntimos de entonces, si aún sobreviven? ¿Seríamos los mismos cómplices y generosos que fuimos? No sabría cómo explicar a nadie que no soy un exiliado de unos por causa de otros, sino más bien un exiliado contra todos. Hay quien dice: pero tus raíces son tus raíces. Yo suelo responder: aquellas raíces fueron tóxicas. ¿Merecería la pena, por lo tanto, identificarse con su sustancia que en lugar de generar vida producía putrefacción? Cuando me dicen que soy un resentido no lo niego. El Paraíso aquel tenía sus puertas abiertas de par en par sin poner obstáculo a procedencias, rituales ni prejuicios. Pero el mundo de los mayores no era el de los niños que jugábamos en un mundo nuevo, tan diferente al ordenado y respetado por cada familia. El mundo era sobre todo nuestro mundo único, insustituible y donde la imaginación fraguaba lo que no se iba a aceptar por separado en cada casa. Los mayores ya no tenían la casa que teníamos aún nosotros y habían suplido el don de compartir por el retorcido sistema de intercambiar, donde unos se imponían siempre a otros. Si la casa sigue en ruina no es por mi culpa. Es una consecuencia del desentendimiento. Que la habiten las alimañas o la cubra la hiedra. En mi cabeza la casa aún está poblada de luz y de risas y de sueñas, incluso del mejor talante de los adultos, cuando aún se lo permitían. Ahora déjenme disfrutar de un Paraíso que me niego a perder. Allí en el tiempo, aquí en mi cerebro no soy un exiliado. 



(Fotografía de Inés González)


6 comentarios:

  1. Muchas maneras de enfocar hogar. Para mi cobijo y alegría pero no todos los seres poseen la capacidad de materializarlo o recrearlo. La experiencia nos debería permitir elegir mejor al margen de opiniones externas puesto que nadie habita en nuestra piel y lo optimo para unos puede ser nefasto para otros.
    Siga vd. disfrutando de sus memorias, a nadie más le incumben.

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    1. Nunca sabe uno si los recuerdos son un exilio o una conquista, o ambas percepciones, pero lo exterior condiciona, acoge y expulsa. Según circunstancias. Y lo peor es que vuelve al ser humano cómplice.

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  2. El tesoro de los buenos recuerdos alimentará por siempre esa infancia que luchamos por conservar intacta. Buena decisión. Un abrazo

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    1. La duda es, ese recuerdo ¿superará desencuentros de adultos?

      Un abrazo.

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  3. La casa, mejor dicho la sensación de estar en el lugar que nos cobija, pertenece a un estado mental. En mi juventud sentí mi casa muy lejos de ella.
    Me gusta esa doble puerta desvencijada que luce tu entrada de hoy.
    Abrazo

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    1. Un estado mental que es físico, no etéreo, ni siquiera los sueños son etéreos, ni siquiera la nostalgia, que es como una sensación vengativa que trata de asir lo que se perdió.

      Esa puerta de un edificio viejo y abandonado, en este caso de la ciudad bosnia, la hemos visto tantas veces en nuestras urbes. Pero no con ese aspecto orientalista que, por otra parte, también es interpretación de nuestra mente occidental.

      Gracias, Amaltea, salud larga.

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