¿Tenemos derecho a quejarnos de nuestras bacterias revoltosas o de los virus que nos incordian, propios de cuerpos de una aparente sociedad estable? Supongo. Pero entonces, ¿qué tipo de queja cabría esperar de quienes lo han perdido todo y encima se les niega todo allá donde van? Miro a Nayat y su mirada me toma, me supera, me enamora. La luz de sus ojos podría traslucir lágrimas, pero ella transmite fortaleza. La suya (la que tiene y necesita para sí) pero también la mía (la que a veces quiebra dentro de mí y necesito) Me aporta más: una sensación de bienestar auténtico. Esta propiedad no llega de posesiones ni de seguridades dudosas. Viene de una actitud expectante, serena, pasiva. Viene de un sencillo conato de sonrisa apacible. ¿Veis lo que es el azar? En este caso llamado Nayat.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Es precioso lo que has escrito.
ResponderEliminarUn abrazo.
La mirada de esa niña desarma. Es tal vez la extraña y recóndita fuerza del que no tiene bienes.
EliminarMucho que comentar y apenas cobertura. Tan solo añadir que quizás el instinto traspase la inocencia infantil en algunos casos, como parece en esta imagen.
ResponderEliminarHay mundos risueños en medio de los infiernos.
EliminarEs la invicta fuerza telúrica, que se manifiesta en esa mirada como se manifiesta en esas diminutas plantas que emergen gráciles del áspero asfalto.
ResponderEliminarCierto. Ojala conserve esa actitud íntima toda su vida.
EliminarAnte la mirada inocente, ante la bondad, ante la belleza todo se rinde.
ResponderEliminarSalud
Esa tríada conceptual que planteas me gusta.
EliminarDe la imagen de Nayat y de tu reflexión, emerge la gran virtud de quien tiene todo perdido sin perder la esperanza; el mundo le cierra las puertas, pero ella sabrá encontrar una brecha.
ResponderEliminarAy, cómo quisiera creer en lo que dices. Pero hay tantos como ella...¿habrá brechas para todos?
Eliminar