"Las horas desechadas son ceniza. Solo si yo soplo vuelve el hombre".
Antónia Cunhal, de Reconstrucción del vacío.
Tentados estuvieron de subir y bajar la cuesta del funicular corriendo, como hicieran cuando sus piernas y sus pulmones se lo permitían. El escultor acompañó a la escritora a un rumbo incierto, tomando algunas de las calles más empinadas de la ciudad. ¿Pretendían recuperar imágenes que habían quedado atrás? Ahora ambos nos dedicamos a pulir materias brutas, dijo la mujer. Tú de las piedras, yo del vacío. Él la corrigió. Una masa también puede ser un vacío para quien quiera transformarla. A diferencia de las palabras, que siempre proceden de palabras anteriores, dijo sin ánimo polémico al que la mujer no prestó mayor atención, aunque tú busques generar con ellas nuevos relatos. ¿Te acuerdas cuando decíamos de jóvenes que no había frontera entre el ser y la nada?, reflexionó Antónia. Nunca entendimos aquellas teorías tan en boga en nuestros tiempos, pero lo vivido se encarga de hacerlo más accesible. Siempre he pensado que la filosofía, o el mundo de las ideas en general, dependía más de lo que cada cual llegase a vivir que de ese espacio ideal, bastante abstracto, por cierto, en el que se muestran cual sofismas de imposible comprobación. Solo machacándonos año tras año llegamos a entender algo de lo que sucede. Es el territorio de las vivencias y nuestra disposición a ocuparlo lo que nos enseña con mayor precisión y claridad que las ideas de los teóricos. ¿Te parece que estamos ahora más cerca que nunca de franquear ese límite entre lo inexistente y la propia experiencia?, apuntó el hombre. Antónia apostilló. Hemos estado siempre al borde, sin darnos cuenta. Ahora la cuestión es que nos falta tiempo. Que no podemos restaurar lo que hicimos mal del pasado y menos cuanto no llegamos a realizar. Que nos sumergimos en nuestras obras respectivas para encontrar un canal que nos comunique con nuestros sueños, y a contracorriente de nuestras incapacidades. Que apenas creemos ya en otra cosa que en sobrevivir, ya sabes, asegurar ciertos recursos materiales, preservar las escasas relaciones desinteresadas que nos ofrecen aún su cara noble, soñar con algunas lecturas placenteras que todavía no habíamos descubierto. Acercarnos a aquello que aún no ha sido corrompido por las desaprensivas obras humanas, y que cada vez cuesta más encontrar entre la naturaleza física que antes nos poseía. El hombre añadió: ¿sumarías a ese acervo al que debemos aferrarnos nuestra tendencia a la nostalgia? Ella se detuvo y le miró. ¿Y si probáramos que la nostalgia de los mejores días aún puede ser presente? Anduvieron calle abajo con la percepción de que el destino de aquella tarde era más certero.
A veces, nos perdemos en esa búsqueda quedándonos siempre al borde. Al borde de qué?.Darnos cuenta y saltar, soplar la ceniza.
ResponderEliminarNo hace mucho ascendí por esa cuesta, al ascensor de Bica.
Un abrazo, Fackel.
Obviamente al borde de lo desconocido, de lo que no sabemos qué podríamos haber tenido de haber optado de otra manera o qué de no haber perdido lo que tuvimos. Hablo en general. Cada cual luego debe saber, si quiere. Las cenizas...el barro...la imaginación y el deseo pueden permitirnos hacer que vuelva el hombre. Por eso, además de por necesidades de todo tipo de supervivencia humana, se debieron inventar las palabras.
EliminarDecía Guillén que lo profundo es el aire y sobre ese verso esculpió Chillida una obra. Chillida decía que él sacaba el vacío de la materia. Quizá sea la forma en la que descubrimos el vacío la verdadera forma del arte. En este diálogo, lo que quizá les ate sea la nostalgia. Deberían, como dice uno de los personajes, hacerla presente. Para negarla con esa condición, claro.
ResponderEliminarLa nostalgia juega siempre a dos caras. A lo realizado y a lo pendiente. Tal vez estos personajes se sientan fustigados por ambas. Toda negación es también una afirmación.
EliminarLo profundo es el aire, de acuerdo con Chillida, y con su escultura donde tú sabes.