"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 4 de diciembre de 2016

Rua dos Sapateiros




"Escucho como si la piedra
cantase. Como
si cantase en las manos del hombre".

Eugénio de Andrade, de La sal de la lengua.



¿Y tú? ¿Sigues dando golpes a las piedras?, me dice Antónia mientras esperamos el arroz caldoso que João nos prepara en un perol monumental.  Extiendo las manos, le muestro ambas caras, ella toca su textura. Cada vez más rudas y ajadas, dice, sujetando las yemas de mis dedos. A veces no sé dónde comienza y termina un bloque bruto, digo, si en la roca en sí o en mis manos, que cada vez se trasuntan más en la materia que trabajo. Supongo que el deterioro de tus manos tiene el precio satisfactorio de lo que creas cuando esculpes, añade Antónia. Esa es la visión sublimada. preciso, la que yo intento tener cuando avanzo  y termino una escultura. Pero el camino que he recorrido para llegar a su fin nadie lo ve. Bloques desechados, trabajos que se quedan a la mitad, inconclusos, defectos que a veces intento sortear y me obligan a cambiar la idea preconcebida. El tema inicial de una obra no es siempre lo que consigues. Pero no lo considero negativo. De los fallos y errores he obtenido lo inesperado. Es como si la equivocación fuera un signo y también una llave para abrir la imaginación y replantear la obra. Nunca hubiera imaginado que con lo delicado que siempre has sido pudieras relacionarte de vis a vis con la piedra, y con bastante acierto, me la tira Antónia. Ya ves, acaso en la delicadeza radicaba mi antiguo diálogo con los hijos fundamentales de la naturaleza terrestre, acierto a responder. Mis brazos no han sido fuertes pero el corte y la talla tienen que ver mucho más de lo que piensa la gente con la sensibilidad y la estrategia para acometer el embiste. Las herramientas han mejorado, se conoce mejor la composición de una roca y aquellos viejos estudios sobre los prismas que tanto nos costaba aprender en nuestros años juveniles han servido como acercamiento a lo que oculta el mineral. Antes de ponerte a hacer saltar las primeras lascas tienes que haber dialogado con ese ser aparentemente amorfo que tienes delante. Me da la impresión, me corta Antónia, que sigues siendo el poeta que siempre fuiste, aunque ahora tus letras escriban sobre otros soportes y tengan otras grafías. ¿Me recuerdas con esa imagen?, la interpelo. Naturalmente, asevera ella, yo fui una escultura de placer para ti y esculpías muy bien sobre mi cuerpo con tus palabras y no solo con tus manos. Todas estas horas de nuestro encuentro no he hecho sino pensar si seguirás siendo el mismo artífice de la mujer. Serví ambas copas con vinho verde. João traía ya la cazuela abundante. El aroma que emanaba de aquella delicia invitaba a trocar un anhelo por otro. Me dispuse a servir el plato de Antónia. Dime, dijo mientras detenía el cucharón, ¿sigues siendo el artista gozoso y entregado que yo acogí? 



2 comentarios:

  1. Es una revisión del pasado, ante la lasca, humilde y afilada, de un estar estando en Lisboa.

    No te leía, pero en verdad, filosofías aparte, tienes un poeta dentro, que sacas a pasear de vez en cuando. Por los arroces charlados, con su vino verde y su mirada azul. Un abrazo

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