Un hombre ha ido temprano a esperar a una mujer a la Estación de ferrocarril. Ella dispone de poco tiempo y él ha hecho una escapada del almacén donde trabaja para encontrarse con ella. No se sienten obligados entre sí, pero les atrae el riesgo. Tienen dudas, pero no son todavía obsesivas. Les acecha algo parecido a un retorno a la adolescencia, si no fuera por las traiciones que acometen. O es precisamente por esto, por dar la espalda a sus propias responsabilidades, por lo que se agitan. Sus inquietudes particulares son livianas hasta la fecha, pero temen que se enrarezcan porque un nuevo paso supera a los que han dado antes, y ellos no quieren atropellar a nadie. Se intrigan mutuamente, pero no pasan de observarse. Se acechan con disimulo, manteniendo la cortesía. Van encaminándose con contenida excitación hacia un bar de la plaza. Allí en medio las fuentes cortejando el rectángulo armónico que forman los edificios, el agua curvada como homenaje al flujo y belleza de la vida. Allí la columna presidida por un emperador de tierras lejanas, como si el país llegara todavía hasta el otro lado del océano. Allí el teatro dando empaque a un espacio de siglos, acaso el más transitado de la ciudad. Donde los acontecimientos de la historia han agrupado al gentío. Unos minutos de café son un mapa de sensaciones reservadas donde lo que menos importa es el sabor del café. Hablan con prudencia y se miran como si los ojos de uno llamaran a la puerta del otro. A veces uno de los dos esboza cierto descaro pero miden las palabras. Ella habla del quehacer que tiene por delante ese día y él exagera la tarea que le ocupa las horas. Él le asegura que le encantaría recorrer juntos rincones de la ciudad que ninguno de los dos conoce. La mujer quisiera abrirse a deseos más íntimos que se circunscribirían al espacio de una habitación, pero se abstiene de expresarlo. El tiempo disponible transcurre implacable. Les gustaría decirse más, mirarse más, alargar las manos hacia las sensaciones que cada cual requiere y calla. Ella estrecha sobre su pecho el libro que ha venido leyendo en el tren y él le pregunta de qué va. Es poesía, aunque no esté escrito como poesía, porque todo depende de lo que uno quiera leer y, sobre todo, como quiera sentir, le dice la mujer. Quédate con él y echa un vistazo, ya me lo devolverás, le anima. Tienes que terminarlo primero, le responde el hombre. Pero ella insiste. Me gusta parar siempre en las últimas páginas de un libro, demorar su final, incluso imaginarlo antes de comprobar qué desenlace ha puesto el autor. Salen del café y se separan al borde de una fuente. Sus últimas palabras se hacen rumor con el agua y les divierte.
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"...Unos minutos de café son un mapa de sensaciones reservadas donde lo que menos importa es el sabor del café..."
ResponderEliminarNo quiero salirme del tema, pero en el tema entra el café.
Por razones familiares voy a Italia un par de veces al año. A la del norte y a la del sur, y allí el café se sirve siempre con un vaso de agua, con lentitud, cremoso y con delicadeza.
El café si que importa, y con un buen café las sensaciones diría que saben diferentes, incluso la persona que tienes delante podría ser diferente.
Supongo que el escrito está hacho desde la perspectiva de aquí. Y Entonces si he de darle la razón.
Un abrazo.
Salut
No pretendo cuestionar la calidad del café italiano, obviamente, y de los cafés "nacionales", ni me los nombres, son infames, salvo en sitios especializados, en los bares y cafeterías la calidad está alejada, rebajada y edulcorada hasta límites innombrables. En el texto se trata de una expresión que no pretende menospreciar un café bueno sino hacer hincapié en el vínculo que trazan los protagonistas. De cualquier modo, no sé hasta qué punto las sensaciones son diferentes si obra un café de por medio si lo que se trae la gente entre manos es grave, por ejemplo. Todo es relativo. Lo que tú dices, la perspectiva está hecha desde mi vivencia real española donde el café, como tantas cosas, son un fiasco. Bien lo sabes. Nos han dado gato por liebre toíta la mística vida. Y lo peor es que nos gusta y no queremos enterarnos. Tó é güeno, oiga. Agggggg.
EliminarDemorar el final, imaginar el desenlace... como saborear los preámbulos previos al desenlace casi escrito en el aire, y que la mayor parte de las veces son mas estimulantes y satisfactorios que el propio desenlace.
ResponderEliminarUn abrazo, Fackel.
Así es. Cuántos relatos no nos decepcionan en su final o cuantos se prolongan estérilmente. La lectura es siempre un viaje. Dichosos nosotros si podemos elegir destinos o apearnos en paradas inesperadas. Gracias, Carmela.
EliminarPodría ser la trama de una película al estilo de "Breve encuentro ".
ResponderEliminarNecesitamos la poesía y rozar la frontera de lo incorrecto, será porque, como describe en su blog, emejota, la biología dirige nuestras acciones más de lo que creemos. Y en tu historia, el cortejo y la fantasía, el café a medias, cumple la función airear la cueva, de salir al campo para recolectar y cazar.
Desconozco la película, pero la buscaré, Amaltea. La biología dirige tanto que hay una denominada biología cultural. Los humanos somos animales adaptados a costumbres propias, que hemos generado un macrosistema de relaciones y vínculos para proveernos de todo, hasta de afectos. Estos cazadores-recolectores del relato se buscan como presas en celo, lo ordinario, vamos.
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