Aquel libro, hecho de tantos hombres, dispersó por la tierra sus páginas. Y como cada página, cada alma de hombre, era fecunda no hubo vereda, ni costa, ni taller, ni antro, ni morada que no diera luz a otro hombre y, por lo tanto, a nuevas páginas y, consecuentemente, a otras vidas. Tal era la existencia infinitamente desdoblada de aquel libro que tenía apariencia de hombre. Donde no cabía encontrar la quietud de los dóciles sino la tensión de los desasosegados que se hacen a sí mismos.
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Qué gran imagen (y texto) de la cual con tu permiso me apropio para cierta labor que tengo "in mente", me viene "de perlas". Gracias de antemano!!
ResponderEliminarLas imágenes y las letras no tienen dios ni amo ni rey, coge lo que quieras. Todo es del viento.
Eliminar(No obstante algunos se empeñen en crear y recrear tamaños personajes)
ResponderEliminarSería un mundo ideal. La luz nunca se apagaría, pero ya sabes amigo Fackel, que la luz va siendo cada vez más mortecina y al final acaba apagándose. Y acontece también, que las páginas de un libro se dispersan por toda la tierra pero me temo que la razón no se expande con tanta facilidad.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
Peor sería que no se expandiera ninguna hoja, mucho peor, Francesc. La razón siempre ha sido una cosa, como tú dirías, muy rara.
EliminarFackel
Con Cornadó.
ResponderEliminarSalut
Gracias, Miquel.
ResponderEliminarPaginas, las escritas y las que siguen inmaculadas... siempre son páginas las que a través del tiempo han de atestiguar que alguna vez hubo hombre y siempre han habido letras.
ResponderEliminarSiempre es un gusto llegar a tu blog, saludos.
A veces imagino que las páginas, las hojas, son cabellos de mujer o de hombre, que van dejando vivencias, ensoñaciones, fantasías o créditos de lo que su vida ordinaria o extraordinaria expele. Gracias, Mily.
EliminarDeberíamos nutrirnos de libros. Como dijo Lorca: medio pan y un libro.
ResponderEliminarUsando el símil del oro: no es libro ni es lector todo lo que reluce, sino que más bien hay mucho que va de relumbrón. Pensando como pensaba Lorca ya ves las simpatías que se granjeó entre los energúmenos y envidiosos.
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