"...Agua. Agua.
Todas las aguas, todas.
Oh antiquísima agua de las estrellas,
próximas distantes aguas matinales,
oculta agua dada a beber
en una sola mirada".
Eugénio de Andrade, De Todas las aguas.
Dos personas se dan la espalda y miran lo que parecen paisajes dispares. Una línea de agua y una corriente de letras. En ambos se concentran. Por uno y otro se desplazan. Entre ellos se aquietan. En las dos perspectivas leen. Porque siempre hay dos clases de lecturas por lo menos. ¿Cuál de ellas empapa más? ¿La que traslada imágenes horizontales aparentemente definidas? ¿La que se humedece con palabras a las que hay que poner rostro? Ninguna es obvia, ni clara, ni evidente del todo, aunque den la sensación de ser explícitas. ¿Vale más la sugerida comodidad de contemplar la naturaleza que llega a bocajarro? ¿Es más profunda la que exige el esfuerzo de dejarse arrastrar por una historia narrada? La persona que mira la lejanía se hace preguntas ante el piélago que acaricia con sus bocanadas de brisa. El lector se entrega a un ámbito de mundos y submundos que nunca se agotan. Tal vez éste cierre el libro, respire hondo y se apoye en el barandal de mármol a leer el agua. Puede que la otra persona se gire y tome el libro que acaba de abandonar el lector para seguir otros cursos. Desalojaba yo de mí este pensamiento cuando ambos individuos cambian el rumbo de sus posturas, se apropian de mi imaginario y lo materializan. En su relevo se turban. Por un instante se observan cara a cara. ¿Se contarán después qué han visto en el río de sus lecturas?
Es precioso lo que has escrito y no quiero añadir nada más que enturbié el correr del agua.
ResponderEliminarUn abrazo, Fackel.
Turbias o claras las aguas siempre nos llevan con su curso ineluctable. Gracias, Carmela.
EliminarExcelente texto. La lectura en la naturaleza es mejor lectura, sin duda.
ResponderEliminarSuele ser, pero hay que catalizarla también, como todo. Gracias.
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