Trabo conversación con un anciano mientras recorro el mercadillo. Dice que puesto que no tiene nada que hacer aprovecha los días que hay feira para recorrer los puestos. Ese chamarilero con tal alarde y prestancia tuvo una plantación en las colonias, me indica. Vino de allí con la hacienda requisada y sin un escudo. Aquel que vende cachorros tiene muy mal carácter, lo apresó una guerrilla allá lejos y su mente no rige. La que vende muñecas al por mayor es Albertina, tres veces casada y tres separada. Se lleva de calle a quien se le ponga por delante, los tipos con los que come la respetan porque es la que manda. ¿Está casada con todos?, le digo en guasa. Con ninguno, pero es la que organiza dónde colocarse, la que les soluciona los permisos, como una madre. Aquel del mono azul de mecánico compra radios viejas, las arregla un poco y al que se interesa, si le parece caro lo que pide, le cuenta bajando la voz que aún se pueden escuchar canciones y melodías de hace muchos años. Que solo por eso ya se justifica el precio. Pone tanto empeño y convicción que algunos acaban comprándole por lo socarrón que les parece. Ah, mire, ese es João, solo sabe hacer maquetas. Iba para arquitecto pero se metió en política cuando la política no era una forma de vivir sino un jugarse la vida. Tiene representadas varias iglesias de la ciudad, y eso que no quiere que le mencionen a ningún dios, y hasta hizo una Praça do Comércio con todo detalle que se la compraron unos alemanes. ¿Ve en ese tenderete esos azulejos de colores? Apolónia y su marido los trabajaban antes en un taller que tenían aquí cerca. Aunque les dicen a todos que lo fabrican ellos yo sé que no es verdad, que el mal que tiene él en las manos ya no le deja, pero no voy a revelar de dónde vienen estas piezas. Oiga, parece saberlo todo de los vendedores de este barrio, ¿no?, le digo al viejo. Ya ve, llevo muchos años viviendo aquí a la vuelta y dos veces a la semana batiendo los puestos por Santa Clara da para conocerlos a todos. ¿Hace un Ribatejo en mi casa?, me espeta el hombre por sorpresa.
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Hay lugares así, para iniciar una conversación que no se acaba. Y me gustan.
ResponderEliminarNaturalmente, todo es tener predisposición, modestia y ser receptivo. Y al final, además, es útil para el viajero. Hay gente en todos los sitios que está deseando comunicarse.
EliminarLos mercadillos lisboetas me encantan, se encuentran verdaderas rarezas y el ambiente es parecido a los antiguos Encantes de Barcelona. Aunque lo que más me gusta de esa ciudad es su jardín botánico, una maravilla en la que apenas hay nadie, con árboles retorcidos y gigantes, como sacados de otro tiempo remoto, no parecen terrestres.
ResponderEliminarTodo eso es hermoso, sí, pero no sabría uno decir qué no lo es de esa ciudad...¿Tal vez el peligro de que acabe convertida por mor del turismo de masas en otra urbe temática al estilo de Barcelona? Los tres buques de cruceros anclados allá abajo indicaban por dónde van los tiros.
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