Es el último reducto. El café es un flujo de turistas, pero aún hay clientes fijos de los alrededores. Para algunos es objeto de remembranza que pesa como referencia ineludible. Ni siquiera se libra el visitante accidental que llega con la tablet en la mano. Las puertas, abiertas de par. El trajín de los camareros sorteando al público curioso y al parroquiano de todos los días. Dentro, una mesa rectangular y estrecha reúne, comprime, a seis hombres de edad bastante avanzada. No parece aquella una imagen del presente, sino más bien una fotografía en sepia hecha carne caduca. Uno de los hombres habla y el resto escucha con aire recogido, evitando como puede el fragor del público. Ellos, ajenos al ruido, permanecen concentrados en el tema que les atrapa con interés. Es el momento de recuperar la tradición de las revistas literarias y culturales nacidas de tertulias, dice el que parece llevar la iniciativa. Habla bajo, templadamente, con actitud amigable, exhibiendo el fervor del nostálgico que siente resucitar dentro de sí un antiguo talante creativo. Tenemos experiencia amplia, cada uno hemos leído lo nuestro y según nuestras preferencias, y eso hace que nos complementemos. Pocos habrán debatido como nosotros sobre los avatares de la historia y sobre las expresiones artísticas, dejándonos empapar por corrientes, modelos y creaciones efímeras. Mantenemos además una insatisfacción viva sobre cuanto acontece a nuestro alrededor. Es como si nos mantuviéramos ojo avizor, aunque hayamos callado hasta ahora. Nadie duda de que disponemos de bastante destreza en la escritura y además en nuestras filas hay un dibujante agudo, un fotógrafo que aún mantiene el tipo a lo Heartfield o a lo Renau y es capaz de realizar fotomontajes incisivos, y tenemos un especialista en maquetación con un arte y un gusto especiales acerca de la tipografía y la composición. ¿Qué pensáis vosotros? Todos asentaron con la cabeza aunque no de manera claramente convincente. Entonces, si estáis de acuerdo nos repartiremos el trabajo. ¿No será mejor aclarar antes de qué fondo económico disponemos para la aventura?, preguntó uno. Ya sabemos que ese apartado es importante, pero no fundamental, replicó el de la voz cantante. Lo decisivo es tener claro qué decir y sobre todo qué actitud debemos mantener. El eje de nuestro proyecto debe ser mantener una mística clara que anime a fluir las ideas. En cierto modo los lectores nos verán como anacoretas que han preservado el alma de las viejas tertulias y que hemos decidido salir de debajo de las piedras. Todos volvieron a mover la cabeza, esta vez con un gesto más firme. Uno se atrevió a disentir. Ya, pero si el alma de las reuniones de otro tiempo no contiene ideas que irriten, propuestas indóciles e incluso transgresoras, ¿no se nos verá como los ermitaños que han permanecido en estado de hibernación? El hombre que expuso sus intenciones fue contundente. Tal vez, pero pasaremos desapercibidos. Hoy día las ideas en general están más refrenadas que lo que nosotros hemos estado. Y los que se mueven en los espacios culturales o de protesta solo giran en torno al mismo círculo, sin demasiadas ganas de sacrificar los donativos que reciben. Quién sabe si al exponer aquello que hace cincuenta o sesenta años planteábamos no se nos verá como modernos y rompedores. Todos se miraron unos a otros y sus rostros radiaban con un optimismo terapéutico. Otro preguntó: ¿Cómo llamaremos a nuestra revista? Sin duda alguna debe denominarse Reducto. Una oquedad de resistencia que se abre a la luz, podría apostillarse tras el título. No está mal, aseveró con mordacidad uno que se acariciaba la barba constantemente. Aunque son contradictorios el título y el subtítulo. Ahí está la clave, saltó el organizador. De alguna manera también demostramos que aún laten las fantasías surrealistas. O la invocación a lo imposible, enfatizó el que estaba en el extremo de la mesa y no había abierto la boca.
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Interesante ambiente el de las tertulias literarias y el de los grupos que hacen nacer los fancines y las revistas literarias.
ResponderEliminarLisboa siempre inspira, incluso en lejanía.
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