Dormir se convierte a cierta edad en algo peculiar y diferente, si no irritante. Pero ¿acaso no es distinto a su vez el acontecer de las horas conscientes? Yo unas noches duermo con largura, otras escasamente, otras me despierto y vuelvo a dormir de modo alterno, otras me desvelo con harto desasosiego, otras sueño con gran alboroto y olvido, otras me azuzan pesadillas que logro recordar después, otras son de tiempo que transcurre calmo, otras deambulo entre pensamientos, otras soy asaltado por ese estado que la testosterona produce en uno sin saber por qué, sin incentivo ni deseo alguno, y que me trae a mal traer en esas horas intempestivas. En fin, dormir y soñar, se convierte cada noche en una experiencia novedosa, extraña, entrañable, revoltosa, deudora. Y de pronto, al despertar, me siento ángel, probablemente caído, y me digo: he visto amanecer otro día sin otoño, tampoco invierno, sólo el de nuestro descontento (no sé si esto último lo dice Shakespeare en alguna obra)
(Fotografía de Joseph Saudek)
He comprobado que los días en los que hago ejercicio fuerte y seguido a última hora de la tarde, amen de levantarme alrededor de las 8 y no dormir siesta alguna, duermo profundísimamente y de un tirón.
ResponderEliminarLos días que trabajo físicamente, mucho menos. Tiene gracia, trabajar continuamente no resulta sano. Comprobado
;)
La buena noticia es que por fin he acabado los trajines programados desde hace mucho tiempo. Ahora deporte, deporte, mucho deporte.
Cada cual es un mundo, hermana. Algunos son ceporros y otros se alteran por cualquier incidencia nocturna.
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