En el grupo de chicas que se pasean por delante de mi casa se hablaba esta tarde de un bardo ciego que inventaba historias. Algunas de ellas tratan de un viajero que se adentra en los océanos y se enfrenta a seres fantásticos. De estos monstruos los hay que nacen y viven en las aguas propiamente y los que habitan en costas en que el marino recala. Uno de los más horribles y peligrosos, dice Metea, es un gigante que tiene un solo ojo ocupando gran parte del rostro. ¿Crees que ese deforme existirá todavía?, interviene Arsinoe, la de cabellera rizosa. Y Metea: No se sabe, pues si bien se cuenta que el que dirigía la expedición lo cegó, otras versiones aseguran que a causa de la tortura infligida le crecieron más ojos y no sólo en la frente sino por todo el cuerpo. Entonces intervino Chloe, la de carnes flácidas, para manifestar su espanto: un monstruo con tantos ojos, aun fuera de su sitio ordinario, puede causar un mal enorme, ha dicho. Metea, que es traviesa y gusta de provocar temor entre sus compañeras, se ha tomado un silencio largo, ha dirigido su mirada sombría a cada una de ellas y ha soltado con desaire intrigante: ¿Sabéis?, creo que hay diez mil ojos flotantes que nos observan cada día, de la mañana a la noche, hagamos lo que hagamos y nos dirijamos a donde nos dirijamos. Un oh seco y grave se ha extendido por el corro al unísono. Momento que Metea ha aprovechado para prolongar su versión quimérica. Sí, lo hacen cuando nos desnudamos al acostarnos y cuando nos lavamos por la mañana, al sentarnos a la mesa con la familia y al recibir a nuestros amantes, en las clases de geometría y al ejercitar las danzas. Y en el sueño, cuando no estamos ya en este mundo y la imaginación vuela a territorios de espanto, algunos de esos ojos nos toman y engendran hijos del Hades dentro de nosotras.
Tuve que contener la risa, no sé si más al ver las facciones heladas de las caras juveniles o por la desbordante y malintencionada fantasía de Matea, la de ideas siniestras.
(Fotografía de Lee Jeffries)
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