Metea, no me hagas esto. No vayas diciendo por ahí que soy tu animal herido de muerte. Pues si bien soy viejo aún mantengo impulsos de adolescente. Mis rugidos, bien lo sabes, no son de agonía sino de ansiedad. Mi medida calma no es a causa de los límites de capacidad sino por otra manera más reposada, pero no menos satisfactoria, de entender el amor. Mi despreocupación temporal no tiene que ver con la falta de interés por la seducción; más bien es una reacción prudente ante el aburrimiento. Hoy me siento atraído sobre todo por la sorpresa y me ratifico en el asombro, que es una fuente placentera tardía donde reconocer también los dones de Eros. Por otra parte, si encuentras quebradizo mi cuerpo nadie te va a impedir que otro más entero te proporcione la resistencia que reclamas. Pero no difundas con insolencia que estoy en los últimos coletazos, solo porque los celos hayan desplazado en tu mente la clara visión que posees para otros asuntos.
No sé si debo hacerle llegar este mensaje. O si servirá, por el contrario, para que ella airee todavía más sus manías contra mí.
(Fotografía de Ferdinando Scianna)
Las apariencias engañan, y no se deben sacar conclusiones de los que apreciamos a simple vista, frecuentemente los sentidos engañan y los sentimientos trastocan. Allí donde vemos un perro amansado puede haber un lobo al acecho, donde esperamos encontrar un oso pesado puede haber escondido debajo de su piel un salteador de caminos. Pasa en el amor y pasa en la política que es la forma más chusca del engaño.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
Pasa en todas las relaciones cotidianas que implican algo más que hablar del tiempo en el ascensor. Es riesgo, pero es el precio por no sentirnos solos. Es decir que muchas veces los seres humanos entran al trapo de cualquier tipo de aproximación con tal de no sentirse abandonados de sí mismos.
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