El suelo me posee desde su fecundidad.
Me sorprendo y me turbo. ¿Qué escucho en la cercanía? Voces que me sujetan, que tiran de mí cada vez más hasta el fondo, que me producen rozaduras con las aristas de la roca virgen, que me hablan con prudencia pero a la vez exigentes, que se dirigen a mí en estos términos: qué hiciste, dónde fuiste, dónde has permanecido, yo la del subsuelo, que te formé de una pizca de mi cieno, que te dejé emerger, que nunca te reclamé hasta que tú te has acercado a tus orígenes, relata lo que has visto ahí fuera, traslada lo que has sufrido, habla de tus sueños, comparte conmigo tu capacidad de sorpresa, dime de tu curiosidad, hazme sentir cuanto amaste, di que en todo cuanto anduviste había sustancia de aquí abajo, y lágrimas de mi misma.
No siento ajenas las voces del viejo ámbito.
No es un umbral prohibido. No es una entrada cerrada. No es un país desconocido. Bajo las raíces percibo que me hablan sus olores, leo en su materia feraz, camino con la firmeza del que se sabe aéreo y sin que le afecte la gravedad, y en cada paso llevo ingenuamente un punto de luz. Allí dentro todo está más claro y debo mirar con ojos diferentes.
Me sé híbrido y voy dejando por el camino un hilo de ida y vuelta, simplemente para no olvidar.
(Dibujo de Inés González)
¡Que bonita conversación!
ResponderEliminarSi no conversamos con la tierra, ¿con quién podremos entendernos mejor? Bien lo sabes.
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