...reivindico la dignidad de las cunetas frente a la vanidad de las catedrales.
Eso he dicho en la entrada anterior. Imbuido por el espíritu de León Felipe siempre he adorado más el guijarro pequeño que la montaña pétrea incomensurable. Pero ese sentimiento es anterior a saber del poeta zamorano. Tal vez la culpa haya sido de mis pasos no prolongados pero sí frecuentes por Ávila en la infancia. Allí percibí por primera vez las dos dimensiones. La de las piedras pequeñas y la de las grandes rocas arraigadas en el subsuelo y que emergen como icebergs de granito. Luego hay una tercera dimensión, la de sus construcciones históricas. La abundancia de piedra fue utilizada por las instituciones de las diversas formas de poder (nobleza, Iglesia, monarquía) para alzar sus símbolos de grandeza. Llámense murallas, calles, templos, palacios todo ello era, es, una prolongación de la piedra y del oficio. Me gustaba admirar y sorprenderme con cada edificio, por fuera y por dentro. Mirar de manera absorbente los ángulos de las arquitecturas y los detalles de las decoraciones. Pero lo inevitable era, y lo sigue siendo, tocar siempre la piedra. Sin palpar muros y columnas es como si mi visión estuviera incompleta. La piedra fría me impregnaba de calor. La piedra, ¿médium u objeto en sí misma? Las leyendas me condicionaban y me atraían. La humedad latente en el subsuelo de aquella catedral, que se hacía notar en las losas del pavimento, nos conducía a soñar. Es una extensión de la laguna de Gredos, me decían los mistéricos. Y fantaseábamos con reinos poderosos del submundo, con enigmas sin resolver, con demiurgos más allá de los mortales artífices, demorando siempre la explicación. Pero la piedra y el agua me parecían no tanto recursos para generar imaginación como elementos para vincularme a la tierra. Así descubrí que en aquello también había raíces.
¿Instinto? Desde que aprendiera a andar mi nieta siempre me traía de regalo los tesoros que encontraba por el camino: bellos guijarros con mensaje oculto. Besos.
ResponderEliminar¿Tuviste que esperar a la nieta para proveerte de esos tesoros? No me lo creo, jej.
EliminarAmigo, una piedra sobre otra, si no es para dar cobijo, ya son un principio de vanidad. Un sillar gótico sobre otro enseguida se convierten en una vanidosa teología petrificada; un mampuesto civil sobre otro, formando una muralla, son una vanidosa voluntad de separación; una piedra románica sobre otra piedra expresan con toda vanidad el dominio de los feligreses incultos; un sillar de mampostería concertada puesto sobre otro, formando los muros de un castillo medieval, son una voluntad vanidosa de tiranía; una piedra tallada en forma de moldura colocada encima de otra moldura para formar la puerta de un banco son una vanidad de dominio económico. La vanidad de las piedras.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
Qué texto, señor, qué texto. Lo rubrico, me apodero de él. Sobre la vanidad de las piedras en sí, poco que objetar. Me preocupa la vanidad de los hombres, sobre todo los del poder, que se apropian de las piedras para que representen su vanidad. Arriba las piedras, abajo los gachupines, que dirían los de del México lindo y bonito.
EliminarLa vanidad se expresa de muchas formas, hoy por hoy además de los muros de piedra hay otros soportes en los que se plasman similares mensajes. Aunque coincido contigo en que lo escrito por Francesc Cornadó sobre la vanidad de la piedra, es muy sugerente.
ResponderEliminarSaludos.
Y tanto, qué razón tienes, Ana. Esto mismo de Internet es una plataforma de egos y vanidades que no tiene límite, y los foros de todas las instituciones habidas y por haber ni te cuento. Al por mayor.
EliminarHay frases que dan para muchos discursos, debates y reflexiones. Y hay discursos que no logran destacar ni sobre papel higiénico.
ResponderEliminarEn las cunetas la primavera deja su exposición de flores, en las catedrales excrementos de paloma. La vida se ha pronunciado.
Lo de los discursos siempre me horrorizó desde la infancia, aquello de Ezpañolez todoz ya era un mal presagio de estupidez ilimitada, y si el gran timoner que no era nada grande lo decía pues toda la corte de babosa servidumbre lo repetía y hoy aún siguen con el tonillo. Lo que me fastidia es que los sindicalistas y gran parte de los partidarios siguen estimulando escasamente con su verbosidad vana. O se renueva el discurso, y siempre breve, conciso y claro, o les va a escuchar su sombra.
EliminarJo, esto último que dices me lo tomo también, viva la primavera de las cunetas...aunque no olvides que las fisuras entre piedras de catedrales o palacios engendra también su vegetación maravillosa. Salud y primavera. En todos los sentidos.
Yo también prefiero la piedra pequeña, el cumplimiento de los ciclos naturales frente a la erosión del tiempo, que se van sucediendo inadvertidos y tenaces, lejos de la validad de lo solemne y de la egolatría de los púlpitos. "Como tú, piedra pequeña, como tú...". Un abrazo y, una vez más, mis felicitaciones por una entrada llena de inteligencia y sosiego. Un abrazo amigo.
ResponderEliminarCuando escucho decir cosas como las que tú y muchos otros de los que pasáis por aquí decís me siento menos solo, ciertamente. Y ya ves, León Felipe era mucho.
Eliminar¿Por qué teniendo tan ingente tesoro de autores históricos en este país hay aún tal grado de ignorancia y de abandono ante la información, el conocimiento y el debate, tanto cultural como político? Confiemos en las reservas de las minorías, que existen. Y en la herencia de nuestros escritores. Algunos habéis recogido el testigo.
Un abrazo, hermano.