Me gustan esas fotografías viejas de las Misiones Pedagógicas que llevó a cabo la Segunda República por las tierras de España. No me gustan por entero. No me gusta la pobreza que impregna las imágenes, los viejos desdentados, las ropas gastadas, los tocados de las mujeres de edad madura (no solo de las ancianas) Me gusta la expectación del público, la alegría ante las representaciones de teatro o la proyección de películas, las poses boquiabiertas de los niños, la curiosidad ante la reproducción de los grandes cuadros de El Prado, el desbordamiento de personas para escuchar a una coral. No me gusta lo que no fue, lo que se hundió, lo que se demoró durante años que parecían siglos: vivir para ver esto, vivir para ver esto, repetía al final del poema Ser en Sansueña el gran Cernuda. Me gusta la exitosa intención, con resultados limitados pero esperanzadores, de aquellas campañas culturales. Me gustan las aportaciones de maestros (esa punta de lanza a la que fusilaron masivamente cuando llegó el terror), artistas y oficiales del espectáculo, intelectuales, pintores... Me gusta el acogimiento y el calor de las gentes, las ganas de saciar el hambre de una cultura que era ajena a los habitantes de los pueblos y de las aldeas. Sansueña como tierra de misión laica que llevara lo nuevo, una visión moderna aunque fuera pequeña, una lectura cultural de la que carecían los pobladores. ¿Podemos hablar de que Sansueña ya no existe? Que ha cambiado, obviamente, ha cambiado en parte. Pero ¿no hay posibilidades de retroceso si no se hace una misión cotidiana -cultural, crítica, pedagógica, política- en la propia sociedad? Y mira que no me gusta demasiado la palabrita misión. ¿Por qué será? Misión en una tierra que nunca fue de promisión. ¿A dónde quiere ir Sansueña, si quiere ir a alguna parte? Los agravios permanecen, nuevos y viejos; los mismos perros con distintos collares pretendiendo hacer suya la tierra que es de todos. No, no es de todos. Es de ellos hasta la fecha. Que cada cual sepa dónde está y dónde quiere estar. Yo, desde luego, no tengo intenciones de hacer de misionero, porque no prometo tierra nueva: eso, y menos tierra. Por cierto la primera tierra está dentro de uno: en su conciencia vital. Un territorio acaso poco descubierto -y se nos pasa la vida para lograrlo- y cuya prosperidad es responsabilidad personal. Sobre todo. Yo no quiero ser de Sansueña.
Qué bien lo expresó Luis Cernuda en su poema:
Amigo Fackel, aquella bocas desdentadas mostraban una admiración por la cultura y por el conocimiento que les había sido negado, era optimismo con mayúsculas y abnegación de los maestros. Aquel optimismo fue aniquilado con violencia, aún hay restos en las cunetas, y muchas bocas desdentadas aún reclaman justicia. Y después del drama, años y años de fingida democracia han convertido el optimismo en pesimismo y sobre todo en escepticismo. No espero nada, estoy apuntado en la lista de los hombres más pesimistas del mundo y digo contigo que "Los agravios permanecen, nuevos y viejos; los mismos perros con distintos collares pretendiendo hacer suya la tierra que es de todos" y reclamo, también contigo que cada uno sepa donde está y reclamo desconfianza, no hay salvadores de patrias, porque no hay patrias y digo que aquel hombre que es un lobo para el hombre, cuando puede morder muerde y por esto desconfío.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
Jó, qué bien lo expresas, Francesc. Le aportas ánimo a uno con esa visión tan material, digamos. Ya sabes que los términos pesimista u optimista son producto de espejismos e ilusiones. Lo material hay que tocarlo, lo que nos hace vivir con los pies en la tierra, nos guste o no. Me maravilla tu comentario. Huyamos de los salvadores, componedores, defensores e instauradores de patrias...Creo que los de nuestra generación lo hemos visto muy claro, pero ya veo que hay muchos de nuestro tiempo que olvidan el sufrimiento que han causado las patrias, que ya sabemos para qué son y al servicio de quiénes están.
EliminarUn abrazo.
Me he permitido el lujo que colgarte en mi lista de blogs en mi PASEO EN VERSO.
ResponderEliminarVolveré por aquí.
Por favor, por supuesto, Marian, que puedes permitirte lo que gustes si ello te parece oportuno. Vuelve cuando gustes.
EliminarEstas expresiones, estos desdentados…esta pena de seres humanos los veo en todas las fotos de esa época, 1920 en EU, India, China, Africa, ya sabemos que un pueblo ignorante es buen esclavo.
ResponderEliminarAyer mismo andando por la Gran Vía madrileña oí unas sirenas, al momento dos motos de la guardia civil, detrás algún ladrón del gobierno o ayuntamiento, detrás la escolta y después dos motos más, apartando a los ciudadanos (llevaban prisa y eran elegidos por los dioses), miré a los lados buscando un adoquín, ...pero ni eso nos han dejado…
un abrazo
Es que esas o análogas expresiones yo he llegado a verlas en los sesenta del pasado siglo, y claro que se veían por muchas partes. Y esta península no se iba a librar, y a més a més España era un valor añadido de incultura, sometimiento y miseria.
EliminarUn consejo de amigo: ten cuidado dónde llevas la cartera, que los de los respectivos Gobiernos que tenéis ahí andan sueltos.
Salud.
En Portugal, en Grecia y ahora también lo estoy viendo en España, un gran número de ciudadanos presenta carencias dentales. En sus muecas se aprecia que les faltan dientes, unos agujeros negros en su estructura masticadora que ya habíamos olvidado y que sólo veíamos en aquellas fotos antiguas, donde una población mal nutrida aparecía triste y sin dientes.
ResponderEliminar¿Faltan dentistas? No. ¿Faltan protésicos dentales? No, lo que falta es dinero para arreglarse la dentadura.
Una dentadura con más vacíos que llenos, unas encías como muñones y la cantidad de negro entre blanco que se aprecia en las bocas de los ciudadanos son indicadores del índice de pobreza.
No hace falta que uno emita palabras de queja, con solo abrir la boca ya podemos saber cual es el problema.
Las palabras sobran y los dientes faltan.
Salud
Francesc Cornadó
Si vuelve la miseria del subsistir cotidiano, volverá la miseria de la incultura, y con ella el peligro del retorno de la incultura política por excelencia, el fascismo.
EliminarSalud. Cuidarse los dientes, incluso los que trituran dentro de nuestro cerebro la basura que nos rodea.