"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 1 de noviembre de 2013

Las sopas de Job




















Encuentro a Job comiendo las sopas. Job es muy viejo y es un aficionado inquebrantable a esa alimentación elemental. Las toma de modo pausado; las sorbe con un ritual invariable y ruidoso. Las degusta, sin tener necesidad de ejercitar la mandíbula, concediendo a la lengua el don de fundir lo sólido y lo líquido. No habla. Mira el fondo del tazón. Mira, a veces, el recorrido de la cuchara. Me mira distraído, aparentando atención. Simple pose educada, también bondadosa. Le hablo, pero se ve con facilidad que no quiere oír. Comer las sopas es además una excusa. Está en lo que digo, pero no está por decidir sobre lo que digo. Su ausencia de comentarios la disimula con la entrega obcecada a aquel plato sencillo y humeante. Cuando termina la ración, rebaña con pan el fondo. Migas sobre migas. Arrastra los restos de yema con el pan, lo empapa, lo ingiere. Se chupa los dedos que se han pringado al efectuar la labor. Los movimientos desinhibidos de su boca denotan una pelea pactada con los residuos. Su nuez se agita, le baila el pellejo del cuello, las arrugas se descomponen en mil rayas. Bebe una pizca de vino, contiene a duras penas un eructo, se limpia con lentitud e insistencia. Estaban como dios, dice con voz enronquecida pero afable, si bien hoy se me ha ido un poco la mano de pimentón. Aprovecho el epílogo de su cena frugal. Intuyo que ahora estará más receptivo. Atropelladamente empiezo a emitir opiniones sobre, le informo de, le comento acerca de tal, le prevengo contra, le advierto ante, le sugiero según; le pongo al día, en definitiva. No dice nada.¿No tienes nada que decir?, le digo. ¿Qué voy a decir?, dice. De pronto toma un libro cuyas páginas están sebosas, arrugadas. Al abrirlo, algunas salen disparadas. Una mala encuadernación, aclara. O que es tan antiguo el libro como yo, sentencia. En la página 231 hay un poema. Léelo, toma. Léelo, insiste. Se titula Consejos. Lo escribió un poeta que murió decrépito y rendido al otro lado de la frontera. Un poeta que decía que viajaba ligero de equipaje, me revela.       
   

Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
 —así en la costa un barco— sin que al partir te inquiete. 
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya; 
porque la vida es larga y el arte es un juguete. 
Y si la vida es corta 
y no llega la mar a tu galera, 
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa. 





(Ilustración de la pintora Balbina López Santos)


4 comentarios:

  1. En la sencillez de un plato de caldo también encontramos, el tiempo nutricio que no siempre amamos lo suficiente.
    Un saludo

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    1. Sopas, sopas de ajo. En ciertas zonas de España contienen (contenían) más que un simple alimentos nutricio. Con ellas van inherentes unas formas de vida y una mirada particular. Y la imagen llega cargada de memoria.

      El tiempo nutricio que nunca amamos lo suficiente: das en la clave, pero añado, ese tiempo tiene una largo mano dentro de nosotros.

      Un abrazo.

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  2. ¡Qué bonito! y ¡qué visual y poético! este escrito. He podido ver... Me viene la idea de que llega un momento, cuando ya lo que apetece es la presencia , cuando tal vez no son ya necesarias las palabras...

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    1. Ese momento es largo y se va desplegando poco a poco, Sonia. Tal vez se va imponiendo una desaceleración de palabras, o se trata de desechar las vanas y quedarse con las imprescindibles. Y sobre todo, que las palabras digan, que no sean solamente ruido.

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