a veces, con frecuencia si es posible, conviene desalojar la mente de devaneos e ir a tocar la tierra; me pasa que me cuesta; tal vez la costumbre del asfalto es también aburrimiento; y el aburrimiento es freno; pero una vez vas y te sitúas ante la tierra, te postras; simplemente sigues la llamada del suelo que se aleja de la ciudad; simplemente anhelas sentir tus pies sobre la piedra, el barro o la hierba; empapar tus manos y frotarte en sus jugos; en ocasiones vas a una tierra que el hombre ha modificado, pero que sigue siendo la tierra; allí donde parece que existe un pacto para que la mano y la tierra se entiendan; allí donde los frutos no son la destrucción del subsuelo, y tienen nombres; pero te da igual que los tengan o no, porque hablan sin nombres; saben y huelen sin la necesidad del nombre; crecen a pesar de las clasificaciones y las categorías humanas, que son y no son; fui y toqué el fiemo, el mismo nutriente que de niño no entendía, porque venía de otra parte; residuo de animales convertido en alimento de la tierra; en sustancia que sementará la tierra; hermoso y poco reconocido ámbito donde la vida que parecía muerte, deshecho, genera vida; materia abstracta que luego vuelve al animal (aquí también quiero decir humano); maravilloso don de los ciclos vitales; fui y me pareció peregrinar; fui y caí cual creyente del suelo; fui y palpé el estiércol y me vi en él; estaba fría la tierra, poco a poco se mostraba menos yerma; me llamaba su misteriosa entraña; quise entonces descender, convertirme en gusano (el gusano ¿entra o sale?, tal vez un viaje de ida y vuelta como todos los seres); algún día ¿seré estiércol también?, me pregunté; me vi dentro, debajo, entre; me vi dejándome llevar a mundos a los que también pertenezco, mundos que no quiero dejar, que no quiero que me abandonen a la intemperie; ¿por qué reconocemos solo esos mundos como uso y aprovechamiento?, me pregunté de nuevo, siempre perseguido por el ramalazo racionalista; pensé en los animistas, que nunca traicionaron su fe; pensé en que todas las entrañas se parecen; pensé en que todo lo que clama desde la profundidad acoge y provee; dejé de pensar y metí las manos por los agujeros de la tierra; hasta que algo tiró de mí...
jueves, 21 de febrero de 2013
Día de fruto y fiemo
a veces, con frecuencia si es posible, conviene desalojar la mente de devaneos e ir a tocar la tierra; me pasa que me cuesta; tal vez la costumbre del asfalto es también aburrimiento; y el aburrimiento es freno; pero una vez vas y te sitúas ante la tierra, te postras; simplemente sigues la llamada del suelo que se aleja de la ciudad; simplemente anhelas sentir tus pies sobre la piedra, el barro o la hierba; empapar tus manos y frotarte en sus jugos; en ocasiones vas a una tierra que el hombre ha modificado, pero que sigue siendo la tierra; allí donde parece que existe un pacto para que la mano y la tierra se entiendan; allí donde los frutos no son la destrucción del subsuelo, y tienen nombres; pero te da igual que los tengan o no, porque hablan sin nombres; saben y huelen sin la necesidad del nombre; crecen a pesar de las clasificaciones y las categorías humanas, que son y no son; fui y toqué el fiemo, el mismo nutriente que de niño no entendía, porque venía de otra parte; residuo de animales convertido en alimento de la tierra; en sustancia que sementará la tierra; hermoso y poco reconocido ámbito donde la vida que parecía muerte, deshecho, genera vida; materia abstracta que luego vuelve al animal (aquí también quiero decir humano); maravilloso don de los ciclos vitales; fui y me pareció peregrinar; fui y caí cual creyente del suelo; fui y palpé el estiércol y me vi en él; estaba fría la tierra, poco a poco se mostraba menos yerma; me llamaba su misteriosa entraña; quise entonces descender, convertirme en gusano (el gusano ¿entra o sale?, tal vez un viaje de ida y vuelta como todos los seres); algún día ¿seré estiércol también?, me pregunté; me vi dentro, debajo, entre; me vi dejándome llevar a mundos a los que también pertenezco, mundos que no quiero dejar, que no quiero que me abandonen a la intemperie; ¿por qué reconocemos solo esos mundos como uso y aprovechamiento?, me pregunté de nuevo, siempre perseguido por el ramalazo racionalista; pensé en los animistas, que nunca traicionaron su fe; pensé en que todas las entrañas se parecen; pensé en que todo lo que clama desde la profundidad acoge y provee; dejé de pensar y metí las manos por los agujeros de la tierra; hasta que algo tiró de mí...
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Tierraaaaa, Aguaaaaaa acercaros al fuego que os ilumine. Bss.
ResponderEliminarTierra: trágame; Agua: ahógame; Fuego: consúmeme; Aire: llévame...muy lejos...en el tiempo.
EliminarJajjj, pues vayámonos al oriente y busquemos la madera. Jajj.
EliminarEn mi infancia mi madre usaba una especie de cosmético que venía en una cajita circular llamado 'Maderas de Oriente'. Ya estaba inventada, jaj.
EliminarQué buen final! Es de aquellos finales desde los que todo empieza. Y tocar la tierra grumosa y llena de gusanos, para sentirla así y así. Entretanto... desear volver al mismo instante ¿o que vuelva a nosotros el instante? En cualquier caso, que sea haga de nuevo sentido propio. Ah, la duración, el curso interno del tiempo bruto...
ResponderEliminarHoy he tenido la ocasión de interactuar con un loco, me refiero a un loco certificado, a un enfermo mental (etiqueta fea donde las haya), una figura alejada del romanticismo canalla. Un loco en toda regla, vaya. La comunicación ha sido unilateral por su parte, como suele ser cuando no se disimula, se conoce que por la fuga de ideas y las repeticiones obsesivas, el contenido nada excepcional, más o menos los pensamientos comunes sobre los temas comunes pero un poco desordenados: dinero, trabajo, sexo, violencia; por lo visto lo esencial. La cosa es que el loco me ha parecido la cúspide de la existencia canónica en el desarraigo, ni más ni menos que la normalidad deshinibida, el espejo cóncavo del último hombre.
Por esto que te cuento, entre otras cosas, me alegran textos como el tuyo. Pues recuperan la trascendencia de lo manifiesto (no sé si la expresión es muy afortunada) y, a su vez, escapan en cierto modo de la obsesión por la utilidad, lo instrumental, las quimeras tradicionales y otros desvíos poco interesantes. La paz debe ser un estado realmente insoportable, pero tampoco me atrae la ficción de la lucha. ¡Cuántas contradicciones en tan poco espacio! Seguro que a la postre el loco soy yo y este mundo es al revés.
Saludos afectuosos
Buena sugerencia. Eso es, que vuelva a nosotros el instante, los buenos y significativos instantes, los gustosos y placenteros instantes. Porque aunque también los negativos nos hacen comprobar lo que somos, francamente no los anhelamos (ahí estamos muy definidos) Transportarnos al instante de la memoria es recuperarlo, aunque no se repita en las mismas circunstancia. Pero ¿quién sabe? Ese sentido propio, actualizado, que responde a la evolución que hemos ido teniendo en la vida. Queremos realmente el valor del instante, de lo que consideramos que mereció la pena, pero aplicado a lo que hemos devenido, ¿no?
EliminarSí, ya que lo citas, el loco se mueve en coordenadas poco románticas y literarias. Una cosa es la imagen, los locos inventados y para la supervivencia, que los hay, y otra la enfermedad. ¿Te parece que es el ser más desasistido que existe en la tierra?
No vas descaminado. La trascendencia de lo manifiesto no me parece mala expresión. Lo manifiesto y esencial parecen haber quedado en segundo plano. Solo se justifican ordinariamente en la sociedad en función del uso, la productividad, el beneficio. Tremendo, ¿no? Y se exalta con sus efectos publicitarios de: comodidades, calidades de vida, hedonismo en todas sus vertientes posibles, etc.
Me interesa esta frase tuya: "La paz debe ser un estado realmente insoportable, pero tampoco me atrae la ficción de la lucha." Puedes hacerla más explícita, suena equívoca, pero acaso te entiendo.
Cordialmente. Gracias.
Tengo la suerte de tener muy cerca la tierra y poder hundir mis manos en ella, vivo en un valle minero rodeado de bellas montañas que estoy viendo en este momento, mientras escribo.
ResponderEliminarFuente de vida, y de muerte porque en sus entrañas muchos han sucumbido, la tierra es el origen, probablemente el ejemplo más claro del animismo que citas, está viva y tiene su "alma". Coincido con el comentarista anterior en que es una alegría y una inyección de sosiego leer tus líneas, y detenerse en la trascendencia de lo palpable.
Enhorabuena por tener cerca la tierra. Yo no y por esa razón parezco (me parezco a mí mismo) un niño volviendo a su tiempo de curiosidad y comprobación sensorial. En efecto, en el animismo la tierra es casi el todo, en cuanto dadora de vegetales, materia constructiva, animales, domésticos o salvajes, seres humanos.
EliminarEs una alegría para mí sentirme comprendido, Ana.
Añado un detalle más, "... pensé en que todas las entrañas se parecen; pensé en que todo lo que clama desde la profundidad acoge y provee ... " es la reflexión mas hermosa y más auténtica que he leido en bastante tiempo, imposible no destacarlo.
ResponderEliminarUno piensa y reflexiona mejor cuando carece o cuando le pilla lejano lo grandioso en su vida, ¿no crees?
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ResponderEliminarA veces creo que con un trozo de tierra y unos animales se podría vivir mejor que en la vorágine de las ciudades (o pueblos de miles de habitantes). Renunciar al estres del trabajo, al ruido, a la contaminación, saborear comida auténtica ... suena a algo paradisiaco, pero siendo realista, lo cierto es que estamos acostumbrados a vivir con muchas comodidades y la vida en el campo es muy dura, y el trabajo del día a día incesante, probablemente no podríamos apreciar la belleza ni la grandiosidad de las cosas porque como bien dices lo cotidiano no es tan bonito como lo lejano.
Hay una opción intermedia que en mi tierra es bastante común, tener una pequeña parcela de tierra no demasiado lejos de donde vives, en la que en los ratos libres puedes cultivar tu huerto, e incluso tener gallinas, para comer huevos de verdad, de esos que cuando pinchas la yema es dura y de color intenso, y saben a gloria. Pero volviendo al tema, cultivar la tierra es muy trabajoso, y a veces la siembra sale bien y a veces un desastre, si no dependes de ello para subsistir puede merecer la pena.
Me pilla la vida muy escéptico sobre modelos-formas de vida. Con el consabido abandono a que nos está sometiendo el Estado (entiéndase la administración en general) no sé si la vida rural va a ser factible, al menos en ciertas coordenadas. Pero quién sabe si no reinventarán los hombres maneras de producir, intercambiar y sobrevivir en un marco tan globalizado y mediatizado por suprapoderes. La vida en las ciudades, por otra parte, ya sabemos los incordios y limitaciones que tiene; también sus recursos y bondades, obviamente. Todo un mundo único no se puede tener. El mundo o la vida feliz solo existe, acaso, en nuestra mente, en lo que nos propongamos razonablemente. Pero la vorágine nos arrastra a todos. Mucha gente del campo desea las pautas de vida urbana y emulan a las ciudades (ya hay muchísimos pueblos que son miniciudades y si a eso le sumas las urbanizaciones de la maldita burbuja, la segunda residencia, la casita para una vez al año, etc. el campo a veces cuesta encontrarlo)
EliminarPero esa fórmula de los pequeños huertos es algo a tener en cuenta...allá donde puedan los moradores.
Continuo en otro comentario para que no quede tan cargado. Creo como tu que la tierra es grandiosa, aunque haya que luchar para que ella te regale sus frutos. Y entiendo tu emoción al sentir el milagro de la vida que emerge de ella, en las ciudades todo es artificial y recargado, por contra, lo más bello de la naturaleza es su sencillez, nos da paz y sí, nos evoca la curiosidad de la niñez, creo que dejarse atrapar por su magia es un privilegio al que nunca deberíamos renunciar. Gracias por recordármelo.
ResponderEliminarTambién hay una idealización de la tierra (y de la Tierra) Yo, que me considero rata urbana cuando no de cloaca, jaj, veo siempre el campo por su parte idílica (no tanto pastoril) Por eso mis ejercicios de escritura donde lo cito tienen mucho de fantasía, de literatura, de añoranza de lo perdido (apenas en mi infancia tuve oportunidad durante unos meses al año de ver algo más de cerca el campo, que no tanto conocer los trabajos y los días...)
EliminarSiento emoción ante lo natural, claro que sí, y mucha. Y gran intriga, y deslumbramiento, y me quedo absorto ante los paisajes rurales, y sus construcciones, y sus luces y sus tonalidades a lo largo del día. Pero también recreo la ciudad en la que vivo, las ciudades que visito. Siempre descubro algo nuevo en la propia ciudad, aunque sea entregándome a la ensoñación. Gracias.
Me ha hecho gracia lo de rata urbana Fackel, yo diría enjambre en torno a una reina que lo mueve todo, el consumo. Quiero pensar (igual me equivoco)que en el medio rural hay menos obsesión por tener más y más cosas, sacrificando a veces lo esencial de la vida, que es vivirla y saborearla. Yo también soy rata urbana y el reto de la vida en el campo me atrae y a la vez me asusta, me gusta soñar que un día cambiare el asfalto por la tierra, un día ... quien sabe, tal vez lo haga.
ResponderEliminarNo tengo claro que la diferencia de objetivos de vida venga marcada por una vida rural o una vida urbana. Más bien diría que no. Que quien desea vivir menos esclavo del consumismo lo hace pertenezca al ámbito que pertenezca.
EliminarMientras se dilucida en las próximas décadas qué queda y cómo de país, paisaje y paisanaje, vivamos (del modo más coherente y satisfactorio, si nos dejan)
Acá hay mucha luz y yo que vengo de una ceguera importante :)
ResponderEliminarBienvenida, María Fernanda. Aquí a veces se encienden candelas. La luz la vais poniendo quienes pasáis por el blog aportando criterio y opinión. Si las letras que leas te sirven, me alegraré. Vuelve cuando gustes.
EliminarEn los pueblos pequeños hay de todo como en todas partes.
ResponderEliminarLa tierra la amas o no la amas, pero todo viene de la tierra.
Hace tres años compré un trocito de tierra el Huerto, para que cuando muera me incineren y planten un árbol junto con mis cenizas. Un árbol fuerte, un roble, ya que yo soy débil.
Cierto, Bazet F. Se puede amar o no la tierra, pero nos sustenta, en amplios sentidos. Es muy emocionante lo que me cuentas. Decides establecer un vínculo con la tierra incluso cuando no estés. La materia vuelve a la materia incluso cuando no vivimos, bajo otras formas. Lo tremendo es seamos en muchas ocasiones durante nuestra vida tan desagradecidos con la Madre.
EliminarEl roble o la encina: qué simbólicos en su arraigo entre nosotros.
Un abrazo. Pasa cuando gustes.