"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 19 de marzo de 2012

La orilla cosmopolita




En la zona donde vivíamos la humedad se condensaba extraordinariamente. No obstante, la temperatura fluctuaba a lo largo del día y la gente procuraba entregarse más a la calle tras la caída del sol. Naturalmente, los que podían. Funcionarios de cierto rango, letrados, comerciantes en tránsito, usureros, traficantes de obras de arte, agentes de las embajadas extranjeras. El litoral de nuestro río fantaseaba con el cosmopolitismo que generaba la reunión de toda aquella pléyade que vivía bien o, mejor dicho, que aparentaba vivir bien. No se trataba de la gente ostentosa, sino de la arribista, de los buscavidas, de la clientela del gobierno, incluso de los ociosos que se ofrecían para cualquier cosa al mejor postor, y cuya actividad les permitía una disposición del tiempo y un alarde de costumbres que a otros les estaba vedado. De la misma manera que las aguas del río se deslizaban silenciosas pero avasalladoras buscando el sur, todo aquel encuentro de intereses, lenguas y objetivos más o menos velados confluía en un griterío moderado, en una exhibición de aproximaciones y fraternidades gozosas por imitar los comportamientos occidentales. No importaba que sus conveniencias estuvieran enfrentadas; aquel espacio nocturno de expansión jugaba el doble papel de recreo y de negocio cerrado, de tanteo y de transmisión de informaciones, de contactos y de decisiones avanzadas. Unos y otros se escuchaban y criticaban las mismas actitudes que habitualmente respaldaban. A veces parecía el mundo al revés. Qué había de debate sincero o de condescendencia en orden a una finalidad superior nunca lo supe. Mis ojos de niño detectaban pero no traducían.




(Imagen de Shirin Neshat)


8 comentarios:

  1. Qué lindas letras, evocan un tiempo vivido a lo lejos, pero a la vez que se lleva dentro.

    Un gran saludo,
    Ferxolate!

    ResponderEliminar
  2. Cierto, los niños lo perciben todo, pero por su inexperiencia tienden a confundirse. Nada que, si el chaval@ es medianamente inteligente, pueda arreglarse con el paso del tiempo. Bs.

    ResponderEliminar
  3. Gracias por estimular con tu coment, Omar. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Ferxolate, sé bienvenido. No sé en qué momento las emociones y los recuerdos se convierten en letras dentro de uno. Pero seguro que antes de que éstas salgan a relucir.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  5. Emejota. La cuestión es si hay olvido inconsciente o elegido. Al principio, tendemos incluso a reprimir los recuerdos, como si por ello fuéramos más adultos. Con los años nos empecinamos en rescatarlos. ¿O simplemente se presentan en nuestra casa actual con su antiguo rostro y nos dicen: vuelvo a habitarte?

    Buen día de primavera que no luce, jaj.

    ResponderEliminar
  6. Pues no sabría decirte, gracias a eso de la geometría siempre, casi, tuve claro que de niña era una vieja y de vieja una niña, o ambas al mismo tiempo. Eso mismo se lo oía decir a mis mayores.
    De lo cual deduzco que ante lo que nos viene dado, o nos cae encima, como la primavera en este caso, no tendría sentido negarnos a que llegara, lo va a hacer de cualquier modo, y siempre a su manera en este espacio ibérico..... más bien cortita.
    Por aquí pronto invadirá el aroma de azahar y seré feliz por ello. Bs.

    ResponderEliminar
  7. Emejota, eso de la infancia les pasa a los individuos precoces, no te inquietes. Mira, te doy la razón en cuanto a lo de la primavera, o mejor dicho, a la naturaleza en general. Guste o no a los hosteleros y al turismo, si la natura dice que llueve y nieva lo hará. No creo que el Gobierno, por mucha pseudoreforma que haga, pueda alterar las leyes naturales.

    A por el azahar aromático, pues.

    ResponderEliminar