"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 12 de agosto de 2011

doce de agosto


Se levanta con la inquietud del sueño gravitando aún sobre sí, obsesionado por aquellos ojos que le miraban penetrantes, desarmado por la presencia de una mirada que le distraía de cualquier otro paisaje, traslación de un brillo que deslumbraba su ojos tristes y cansados, no podía ver nada más, en cada objeto que pretendía fijar su vista aparecían los ojos suplantándolo, en cada persona a la que pretendía dirigirse se imponía aquel antifaz sutil, en el panorama exterior que deseaba observar se borraban todas las señas de las calles y de los árboles y de los transeúntes para hacerse omnipresente la seducción de unos ojos que crecían y se le aproximaban, tan cerca y abrasadores los percibía que giró sobre sí, decidió actuar en dirección opuesta a como actuamos los humanos, renunció a la vanguardia, rindió sus comportamientos usuales, todo con tal de evitar aquellos ojos de fuego y mar, pupilas con colores cambiantes, y en aquella retrocesión confusa contra la naturaleza de su biología bípeda crecía por momentos su desasosiego, y fue entonces cuando sintió aquel ardor creciente sobre la piel de su espalda, aquellos impactos desiguales en intensidad, aquella acupuntura hiriente que marcaba con variedad alterna su cuello, sus omóplatos, sus cervicales, sus caderas, sus nalgas, llamas rabiosas que se fijaban en cualquier hueco de su espalda, allá donde ésta era más frágil la mirada se concentraba más, se cebaba inclemente, puñaladas ígneas que le inmovilizaban, que desgarraban su esqueleto y sus músculos y sus vísceras y atravesaban sin piedad el cuerpo hasta mostrarse dentro de él, tenía los ojos incrustados dentro de él, haciendo de su parálisis un espectro de pánico, de deseo y de escalofrío, de ansiedad y de vacío, y tuvo la sensación de que su cuerpo se diluía, su cuerpo dejaba de tener las propiedades y las características que le habían definido, su cuerpo trasuntado en una mirada interior que no era ya la suya, donde el sudor se había evaporado y la sangre era ya coagulación y la temperatura una ausencia, y por más que trataba de buscar un ángulo donde aquellos ojos no aparecieran no lo conseguía, y los miró cara a cara y vio en ellos su reflejo y supo, no sin confusión ni angustia, que no podría ya jamás desprenderse de ellos…



(Fotografía de Vladimir Clavijo)



4 comentarios:

  1. Ni resistirse ni indignarse, sencillamente fluir, o nadar, o volar, que escalar puede resultar demasiado duro para algunos corazones.
    La imagen, dual, completa, perfecta y con forma de pálpito, o así la querrían ver mis ojos. Beso.

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  2. Son tan certeras esas imágenes...¿Acaso soñar, entonces?

    Abrazo febril

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  3. Oh, Emejeota, ¿me vas a destruir el lema, que por otra parte no lo inventé yo, a estas alturas? Mira que a punto de cinco añitos de seguirlo estoy, de seguirlo como blog.

    Y creo que gracias a ese lema he fluído, nadado en seco, puesto a salvo de lo mojado, volado en sueños, volado por alto y darme tortazos, acoger y ser acogido, sumergido me he, penetrado por rendijas, atravesado territorios ignotos, también me he quedado en suspenso, a punto de llegar al centro de la tierra y sentirme privado de la gravedad, etc. etc.

    Pero el texto adjunto hay que leerlo al pie de la letra, es veraz como la vida misma.

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  4. Acaso cerrar los ojos, simplemente. Ver sin soñar también es posible, con imágenes libres del estereotipo y de lo que nos marcan.

    Buena noche, Ata.

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