El cuerpo de Malena es una constelación. Exhibe un mapa de lunares, pecas y, en menor medida, diminutas verrugas que lo recorren en todas las direcciones. Cada fragmento revoltoso es de una forma y tamaño diferente. Cuando estamos desnudos me gusta hacer inventario de ellos. Más bien cuento cuatro o seis y hago que cuento cincuenta, mientras ella habla desde su mundo inquieto. Malena se pone bocabajo y yo contemplo su espalda sideral y me invento juegos. A Malena le gusta seguir hablando en esa posición y aparenta que me ignora. Me sorprende cómo puede concentrarse en un tema distinto como si mis caricias no fueran con ella. Pero Malena prolonga su tiempo, lo rebusca. Hay un momento en que de pronto se corta, dejando la frase en el aire. Entrecierra los párpados y atiende silenciosa los tenues y lentos movimientos de mis dedos. Se pirra porque siga con el dedo aleatoriamente el curso de aquellas pequeñas formaciones de su piel, como si trazara una línea invisible que los uniera. Me acuerdo de aquel juego que salía en los periódicos hace tiempo en que uniendo en un sentido determinado unos y otros puntos acababan configurando una imagen. No, el interés del juego no residía tanto en ver la imagen definitiva como en vincular los jalones del recorrido. ¿Qué dibujas?, interrumpe Malena su simulado abandono. No me lo digas, es un tigre, ¿a que sí? No, le replico. Ah, ya sé, es un ratón, siento sus pequeños saltos, sus nerviosos y agitados brincos. Tampoco, Malicka. Creo que ya lo tengo, se trata del buey, ya noto su pesadez y el vaho de su hocico. Malena iba dispuesta a agotar todas las representaciones del horóscopo chino. Yo no le contesto esta vez. Dejo que mis dedos se desplomen, y mis manos se hunden afiladamente en la piel. Su calor se me hace insoportable y el juego se desbarata. El territorio de Malena se me antoja cada vez más extenso y yo más ávido. Me dejo caer entre su ramaje y extiendo las ramas de su cuerpo y huelo el árbol y sus frutos. Michal, recita Malena muy bajito, como si temiera descubrir al ser acechante. Ya adivino el animal que has trazado. Es el mismo en el que te has convertido.
Este fragmento es sencillamente precioso. Sensual y muy evocador. ME ha supuesto un oasis en mitad de este anodino e intrascendente día.
ResponderEliminarUn abrazo
Sensualidad calma, hermano. Por eso tal vez sea oasis.
ResponderEliminarSobre los anodinos e intrascendentes días hablaremos otro día (pareado) Un abrazo
Hermosa e imaginativa descripción del inicio de un juego sensual.
ResponderEliminarSaludos, y un abrazo.
Todo muy calmo, Carlos, casi imperceptible.
ResponderEliminarBuena noche. Salud y Paciencia (con mayúscula)
Comparto totalmente las dos opiniones anteriores. Describes maravillosamente el juego amoroso y el estado emocional de la pareja. Además creas intriga. Un placer su lectura.
ResponderEliminarLluvia, me sacas (como lo hacen los dos coments anteriores) los colores. Y a mi que me parece muy superficial la descripción...
ResponderEliminarGracias por recrearte.
Que sensual y bonito.
ResponderEliminarEsa sensación en la que el mundo se detiene y cada pequeña palabra, suspiro o jadeo se convierte en el motor que hace girar el universo de una habitación.
¿El final? soberbio
Nobody. Un universo siempre limitado, no lo olvides. Pero potente mientras dura, claro. Y sí, el final tiene secreto. Pero implícito (si no, no sería secreto)
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