"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 9 de diciembre de 2010

Geometrías invariables, 8


porque esa diosa interior permanece inmanente, es la diosa a la que pertenece, y cuando se pertenece a una diosa es como si nunca hubiera dejado de amparar al hombre, ni el hombre de recurrir a su protección, y a la vez ese efluvio caluroso que está en el hombre le lleva a ser cuidadoso con ella, procura devolverle algo de lo que ha recibido de ella, él tiene claro que ella permanece en él y él se aferra aún a ella, no por una devoción ideológica, ni por proclama alguna que deba pronunciar ante los oídos de los demás, sino por una necesidad de supervivencia, y por instinto, y este término, instinto, que parece haberse desplazado del lenguaje de los hombres, pero que permanece en el ser de los hombres, lo reconozcan estos o no, deja de ser vergonzante para él, y él lo vindica, reclama la posesión del instinto, el desarrollo instintivo como una herramienta firme y segura de lo que otros llamaron sofisticadamente conciencia, solamente porque la especie humana tiene que arrogarse una superioridad sobre otras especies e imponer con el lenguaje los matices distintivos formales sobre otras parcelas de la vida, y es el instinto aquello que aquilata la verdad que cree poseer el hombre y lo que permite al hombre obrar con criterios generosos, y él quisiera devolver el ciento por uno a la diosa, porque nunca duda de que la lejana separación umbilical de ella fuera apenas un gesto, apenas un ajuste técnico, pero nunca físico, nunca duda de que el hecho de vivir él ya es la ejecución de los designios de la diosa, y de la misma manera que se siente agradecido por lo que le sujeta al origen se siente comprometido con su destino, porque la diosa tiene una larga mano, y es amplio su territorio y estricto su amor por quienes la reconocen, y las caras de la diosa se multiplican en la medida en que se hace fecunda, y se entrega y él aprende a hacerlo, vuelve a saber hacerlo aunque tropiece con los muros que presionan sobre su voluntad, y nadie puede negar a la diosa, nadie puede con el olvido ingrato destituirla de la presencia que garantiza el existir de los hombres, y el hombre sabe que la diosa urge de su instinto, porque la diosa es siempre imprescindible, y el hombre se sigue nutriendo con complacencia de ella, no todos los hombres saben hacerlo, ni todos respetan las leyes intrínsecas que la diosa impuso como condición para la continuidad, él si lo sabe, sabe invocar el principio, y aunque el presente le eche un pulso con suma dificultad para él, sabe también evocar el vínculo, el vínculo que nunca ha dejado de renacer




(Fotografía de una obra de Bill Viola)

2 comentarios:

  1. A nivel de especies pensamos como el sindicato vertical, pongamos todo horizontal...
    y dejemos a la Luna en su ascensión recta.
    un abrazo

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  2. Sí, Tula, en efecto, la irresistible ascensión del Arturo Ui humano ha fabricado un montaje no ya vertical simplemente, sino excesivamente piradimal. Así van las cosas como van.

    La diosa siempre es horizontal, pero nunca plana. Sus dimensiones no conocen límites. ¿Nosotros?

    Boa noite.

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