"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 7 de diciembre de 2010

Geometrías invariables, 6



sospecha que a veces le hastían las palabras, y se pregunta que de dónde le ha venido ese fervor por la palabra, supone que de lejos, de cuando ellas eran considerablemente reducidas, pero también muy precisas, de cuando a veces en el entorno de él se entendía más con aquello que no se hablaba o con la escasez de lo que se decía que con la catarata huera a que se ha llegado más tarde, y ese interés por las palabras no lo tuvo siempre, porque para interesarse por ellas debió primero considerarlas suyas, y antes de llevarlas bajo su piel las palabras que llegaban a él no eran elegidas, se le imponían, tal vez ese regusto más reciente por las palabras proceda de cuando las palabras como las pinturas japonesas fueran flotantes, y las palabras aún lo son, cuesta capturarlas y degustarlas, pero cuando se logra hay un deleite visual, sí, las palabras se pueden ver, oler, palpar, desencadenan una oleada de sensaciones, y todo ello proporciona un placer nada fácil de describir, un estado que no se transmite acaso, pues todo lo sensorial aunque se puede participar no se siente por el que tiene al lado, se siente o se comprende por desplegarse dentro de uno mismo, pero a veces las palabras no van más allá del estereotipo, de lo que la gente repite, porque la gente no habla prácticamente, no dice nada nuevo prácticamente, la gente habla excepcionalmente, cuando no tiene más remedio, y le cuesta, le cuesta mantener un criterio, porque el triunfo de las palabras es que se pueda exponer con ellas un criterio, y si puede generar un discernimiento pues mejor, y no habla toda la gente ni lo hace sobre todos los asuntos ni comenta sobre una cuarta parte de los temas, sino que más bien la gente delega, entrega la opinión a los que saben, como oía con frecuencia él en su niñez, pero ahora no se sabe bien quién sabe de verdad, no son fiables los que parece que saben, desde luego no son nada seguros los que viven de la palabra, los que negocian y montan mecanismos productivos y comerciales con la palabra, y ordinariamente estos son los más atendidos por la gente, y menos respetables resultan en tantas ocasiones aquellos que abusan de la palabra para dirigir el destino de una sociedad o pretender dirigirla si aún no lo consiguen pero lo pretenden, porque ponen en juego una palabra vana, una palabra que se descalifica de un día a otro con la opuesta o, lo que es peor, que queda desvirtuada por hechos sobre los que se había dicho previamente algo diferente, y esto desconcierta, y no sólo a la gente sobre esos hechos, la desconcierta sobre el supuesto valor de mantener y utilizar las palabras como herramientas, y ni mencionar a los que han tratado tradicionalmente de configurar la mente conforme a su ideología y a su moral basadas en dogmas, aprovechando connivencias de poder, a estos ni los considera ya, no lo hace de momento porque cree que han perdido predicamento, pero como son camaleónicos siempre hay que estar vigilantes con ellos, él siempre observó que como mucho los individuos se comunican unos con otros con signos prefijados, y de ahí que él se rebele, la gente pone en circulación coloquios nada novedosos que igual podrían aplicarse de unos temas a otros, que igual ya se decían hace años y es como si no se hubieran modificado las circunstancias en que se vive, como si el tiempo transcurrido no lo hubiera hecho, discursos que no conducen a ninguna indagación y que él podría evitar escucharlos, que de hecho se aparta lo que puede de ellos, no es que ya huya de lo que se dice en las vías mediáticas, sino de lo que oye en su proximidad, en el mercado, en la calle, en los bares, y es por esa razón, por esa retracción que va practicando por la que frecuenta cada vez en menor grado ciertos lugares, aunque no pueda quitarse de en medio siempre la charla más o menos frecuente de los individuos, por aquello de que la convivencia impone sus regulaciones, y quiera o no éstas se encuentran al borde de cada perfil de vínculos y de relaciones, él siempre ha vivido en una flotación de las palabras, desde los primeros entendimientos, y ha empapado sus sentimientos de esa propiedad, de ahí que cuando se siente harto de las palabras duda también de las suyas, duda de si sus palabras son acogidas por los destinatarios, y si debería renunciar y volver al balbuceo




(Fotografía de Dieter Appelt)

6 comentarios:

  1. Los humanos hablamos y hablamos mucho, parece ser que ayuda a reducir el estrés y a manipular a los demás a través de ésta. Tiene mucho poder.
    Hoy Luna nueva, a ver que nos depara la subida,
    un abrazo

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  2. Ciertamente, la gente habla cada vez menos, y cuando se habla, se habla mucho en balde. Si realmente es el Logos el que crea el mundo, parece que le hemos perdido el gusto a la creación. Será que en vez de evolucionar realmente retrocedemos, como aquella mala peli que vi hace tiempo donde un tio quería ser tan joven que hizo un pacto con Mandinga y acabó siendo tan pero tan joven que desapareció :D
    Yo muchas veces he dudado de las palabras. De hecho, últimamente dudo cada vez más. La gente te da la razón como a los locos y se queda cavilando. Luego todo vuelve a la in-normalidad, entonces ¿para qué gastarse en palabras? Mejor el balbuceo: oig oig... muu muuuuuu... onomatopeyas.

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  3. Tula. Por la boca muere el pez, ¿no?

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  4. Jaj, está bien. Querer ser cada vez más joven ¿es como retrotraerse al pasado, al origen, a la nada?

    Dudar de las palabras no es renunciar a ellas. Es reutilizarlas o reinventarlas. Pero claro, ahí importa el destinatario. La televisión y otras historias vanas han logrado que me interese por la palabra, a secas. ¿Riesgos? Que hable solo para mi.

    Sí, muchos hablan ya por onomatopeyas. Y algunos roncan y se creen que hablan.

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  5. jajajaja es verdad. Los divorciados, sobre todo, roncan mucho :)

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