"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 26 de agosto de 2010

El bucle (III)



No, no estoy seguro de que me oyeran. El frío se ha apoderado de mi cuerpo. No estoy seguro de que si me escucharon entendieran nada de lo que quería decir. Probablemente imaginaron que hablaba y callaron porque nadie les iba a creer. Cuando se vive en un sueño la acción de un instante antes queda desvalorizada por el momento siguiente. Tampoco veo a esos hombres por ninguna parte. Y este cuarto de ahora no es el mismo. Aquí la temperatura es más baja. Los techos son elevados y de ellos cuelgan unas bombillas que están apagadas. Hay una ventana con rejas en la parte alta y la luz diagonal ilumina mis pies. Sigo desnudo y me gusta sentirme así, sin ropa que estorbe. Se expande un fuerte olor a ácido. De vez en cuando un ventilador de aspas grandes se pone en funcionamiento y reduce la fetidez del ambiente. Estoy sobre una mesa de piedra. Me veo sobre esta extraña camilla como si me hubieran colocado sobre un ara de los sacrificios. Estoy tranquilo y no me pregunto por qué estoy aquí y de esta manera Aún siento que mis labios supuran algo de sangre y su sabor salado me complace. No hay nadie más en esta sala. Oigo el goteo de un grifo en un rincón. Antes me ponía nervioso escuchar el ritmo pausado y continuo de un goteo, pero ahora no. Cuento incluso cada sonido. Es asombrosa la cadencia invariable que se produce entre gota y gota. Cuando estaba en el fondo del pozo la caída de las gotas me hundían más. En el túnel era diferente, porque no paraba y no tenía tiempo de advertir la monotonía de lo insignificante. Pero no te puedes fiar. En los sueños lo menor se vuelve importante, lo grandioso se empequeñece, lo descalificado adquiere carta de naturaleza noble y lo que parece tener un valor excelso se arrincona. En los sueños los personajes que más conoces suelen pasar inadvertidos y cualquier transeúnte puede erigirse en protagonista de una escena. Los quehaceres habituales suelen ignorarse y sin embargo te ves formando parte de una aventura extraordinaria y en situaciones desconocidas. Por eso no me impaciento en este instante desprovisto de tiempo. Podría decirse que no pienso demasiado, esto es, que no ejercito la facultad de racionalizar. Que recurro sólo a lo sabido y experimentado. La memoria sí que interviene. Pero inconexa y anárquica, lo que significa que no la controlo y que ella actúa por libre. La memoria es onírica la mayor parte de las veces. Creemos recordar lo vivido pero si tenemos que relatar ese recuerdo nos inventamos de buena fe una parte importante. Hacemos de traductores de nuestras propias vivencias, y al activar la memoria recreamos las imágenes que nos parecen que fueron. ¿Dónde, pues, la frontera entre las dos orillas? Me pregunto en qué orilla me encuentro ahora mismo. Oigo unas voces exteriores que se aproximan, pero no me inquietan. Ahora caigo que nunca había soñado que estaba dentro de una sala como ésta. Donde, de momento, no voy ni vengo de ninguna parte.



(Fotografía de Martin Stranka)

2 comentarios:

  1. Qué opresivo... pero se trata de un bucle, ese eterno retorno sin preguntas. Interesante pero no sé a dónde quieres ir a parar.

    ResponderEliminar
  2. Extraño el retorno sin preguntarse, ¿no crees?

    ResponderEliminar