En estos tiempos en que la Iglesia española se sigue mostrando tan obsesiva y maniática con el asunto de sus condenas y excomuniones no está de más recordar que es una inveterada costumbre que les viene de antiguo.
Cae en mis manos una edición del Modus confitendi, un manual para la confesión católica, editado en 1473 en Segovia. Su autor fue un obispo y miembro de la curia romana llamado Andrés Escobar, el Hispano. El libro es de lo pionero en la edición impresa, obra de un alemán de Heidelberg llamado Juan Párix, al que se trajo desde Roma para ejecutar éste y otros trabajos preceptivos.
Que lo primero que se editara con caracteres de imprenta fuera sobre materia religiosa no es de extrañar. La preponderancia, el poder y el dinero de la Iglesia marcaba el signo de aquellos tiempos en Europa. Lo admirable: que al menos hubiera en ese momento un obispo con suficiente fe no sólo en Dios y en sus posesiones, sino en las nuevas técnicas. Va a ser verdad que los caminos del Señor son inescrutables (y los de los hombres no tan desacertados)
El texto de Andrés Escobar pretende ser una guía para los confesores de su tiempo, sumidos en unos niveles a veces de ínfima calidad educativa y cultural. Con un manual de uso semejante podían comprender y dirigir al pecador que se acercara a confesarse, en unos tiempos en que sólo era obligatoria la confesión una vez al año. ¿Su contenido? Que si la observación sobre los pecados capitales, sobre las obras de misericordia, sobre los mandamientos, sobre las virtudes teologales. Nada nuevo, en ningún sentido. Ya se había hecho obras semejantes un par de siglos antes y el contenido sigue hoy en vigor, con la consiguiente adaptación al escenario del momento, claro está.
Todo esto viene a cuenta de las ideas que ya les bullía desde lejanas épocas, sobre todo en lo concerniente a la manía persecutoria sobre el comportamiento sexual de los humanos. Reproduzco el breve pero intenso capítulo titulado De la lujuria, donde se expone la forma de consideración que el confesor debe inducir sobre el arrepentido:
De la lujuria
Igualmente he cometido un pecado de fornicación y de lujuria porque experimenté en mi interior el placer y el pensamiento de gula y lujuria por la polución del cuerpo, tuve trato carnal deshonestamente con mujeres y las amé, profiriendo palabras lujuriosas, tocándolas, abrazándolas, besándolas y, algunas veces, cometiendo actos deshonestos; y si no de hecho, sí de pensamiento, deseé hacer y practicar adulterio, incesto, rapto y otros pecados contra natura.
¿Lo curioso? Que parece que va dirigido a varones exclusivamente, de lo cual se puede deducir como poco la baja consideración que tenía para la Iglesia la mujer (¿no recuerda al mundo islámico?) ¿Seguía en vigor la vieja idea de que la mujer era el objeto de pecado? Entonces, todas las mujeres deben poblar los infiernos, si seguimos la doctrina de la secta católica. ¿Permanecía relegada e irreconocida como individuo maduro? Entonces eran obvios los límites de la caridad y el sentido de justicia cristianos.
Nada nuevo bajo el sol de las ideologías viles. Hoy divierte leer textos así. Cuando se leen dos veces da la impresión de que además se regodeaban enormemente en la descripción del pecado. ¿Es lo que pretendían los vigilantes de la fe y sus ejecutores los clérigos?
(Ilustración de Alberto Martini)
Cae en mis manos una edición del Modus confitendi, un manual para la confesión católica, editado en 1473 en Segovia. Su autor fue un obispo y miembro de la curia romana llamado Andrés Escobar, el Hispano. El libro es de lo pionero en la edición impresa, obra de un alemán de Heidelberg llamado Juan Párix, al que se trajo desde Roma para ejecutar éste y otros trabajos preceptivos.
Que lo primero que se editara con caracteres de imprenta fuera sobre materia religiosa no es de extrañar. La preponderancia, el poder y el dinero de la Iglesia marcaba el signo de aquellos tiempos en Europa. Lo admirable: que al menos hubiera en ese momento un obispo con suficiente fe no sólo en Dios y en sus posesiones, sino en las nuevas técnicas. Va a ser verdad que los caminos del Señor son inescrutables (y los de los hombres no tan desacertados)
El texto de Andrés Escobar pretende ser una guía para los confesores de su tiempo, sumidos en unos niveles a veces de ínfima calidad educativa y cultural. Con un manual de uso semejante podían comprender y dirigir al pecador que se acercara a confesarse, en unos tiempos en que sólo era obligatoria la confesión una vez al año. ¿Su contenido? Que si la observación sobre los pecados capitales, sobre las obras de misericordia, sobre los mandamientos, sobre las virtudes teologales. Nada nuevo, en ningún sentido. Ya se había hecho obras semejantes un par de siglos antes y el contenido sigue hoy en vigor, con la consiguiente adaptación al escenario del momento, claro está.
Todo esto viene a cuenta de las ideas que ya les bullía desde lejanas épocas, sobre todo en lo concerniente a la manía persecutoria sobre el comportamiento sexual de los humanos. Reproduzco el breve pero intenso capítulo titulado De la lujuria, donde se expone la forma de consideración que el confesor debe inducir sobre el arrepentido:
De la lujuria
Igualmente he cometido un pecado de fornicación y de lujuria porque experimenté en mi interior el placer y el pensamiento de gula y lujuria por la polución del cuerpo, tuve trato carnal deshonestamente con mujeres y las amé, profiriendo palabras lujuriosas, tocándolas, abrazándolas, besándolas y, algunas veces, cometiendo actos deshonestos; y si no de hecho, sí de pensamiento, deseé hacer y practicar adulterio, incesto, rapto y otros pecados contra natura.
¿Lo curioso? Que parece que va dirigido a varones exclusivamente, de lo cual se puede deducir como poco la baja consideración que tenía para la Iglesia la mujer (¿no recuerda al mundo islámico?) ¿Seguía en vigor la vieja idea de que la mujer era el objeto de pecado? Entonces, todas las mujeres deben poblar los infiernos, si seguimos la doctrina de la secta católica. ¿Permanecía relegada e irreconocida como individuo maduro? Entonces eran obvios los límites de la caridad y el sentido de justicia cristianos.
Nada nuevo bajo el sol de las ideologías viles. Hoy divierte leer textos así. Cuando se leen dos veces da la impresión de que además se regodeaban enormemente en la descripción del pecado. ¿Es lo que pretendían los vigilantes de la fe y sus ejecutores los clérigos?
(Ilustración de Alberto Martini)
Qué tenía sobre las mujeres y sigue teniendo.
ResponderEliminarSaludos.
Aquí
A la Iglesia habría que aplicarle la solución freudiana (a Freud también le perseguía el sentido de la culpabilidad judaica) Tienen un problema de hondas raíces en su inconsciente y subconsciente, personal y colectivo como ente tribal. Mientras no lo resuelvan seguirán siendo despreciativos con la condición de la mujer. Si lo resuelven acaso se adapten a los tiempos nuevos que nacieron hace dos siglos y que todos los fundamentalistas del planeta desearían eliminar. Si lo resuelven, acaso se acaba el negocio, y nos liberamos del todo de ellos.
ResponderEliminarGracias, Aquí, por pasarte.