“El pasado es un país extranjero: allí las cosas se hacen de otra manera”
L.P. Hartley, El mensajero.
Tuvo siempre esa sensación. Nada de lo que dejó atrás le era extraño. Pero a pesar de todo se sentía extrañado. No era posible volver. No porque lo deseara, sino porque hubiera querido corregir. Pero no se vive en la corrección, sino en la improvisación. La vida consiste en únicos asaltos. Un instante al que sucede otro y a éste otro y así hasta el olvido. Pero cada momento es un asalto, irrepetible. Si se intenta aplicar una lección aprendida, ¿hasta qué punto vale para resolver la siguiente pelea? Se pregunta si es posible reconocerse en el pasado. Cree que sí, porque no se piensa el pasado, sino que más bien se siente. Al rescatar imágenes lo revive, acaso no muy fielmente. Y tal vez lo adultera, inconscientemente o a propósito. Pero al sentirlas se vincula. No es el pensamiento, sino las emotivas sensaciones las que rescatan al hombre de aquel país, la que le permiten atravesar cada frontera cotidiana. Ciertamente, hay referencias, lejanos ecos, oscurecidos cuadros y fotografías. Cuando se ejercita la memoria de aquellos territorios extrañados se hace por secuencias aisladas unas de otras. Como aquellos fotogramas de películas que en la infancia corrían en manos de los chicos, producto de mil y un cortes de los vetustos cacharros de proyección de los cines. No se veía la película en cada fotograma, pero se vivía la escena, se tocaba la imagen, se proyectaba lo imaginario. Vemos así nuestra vida pasada como esos trozos de celuloide, amputados, separados del resto del film, contrapuestos a la luz para rescatar más visión. Volvemos a registrar las escenas, como los cuadros en blanco y negro de un tablero de ajedrez que se ha ido jugando por inercia y con riesgo. Escenas impregnadas de olores, impactos, sentimientos, sugerencias, excitaciones. Y nos convulsionan. Sin tener el argumento elaborado y, menos aún, comprendido, aceptamos reencontrarnos con lo que nos afectó y lo que nos entusiasmó, con lo que nos generó rechazo y lo que nos atrajo. Hasta qué punto quedan residuos en nuestro subconsciente o forman parte de los pilares de nuestra personalidad es un enigma. Lo enigmático reside siempre en lo extranjero. Nos hemos ido desposeyendo de situaciones, de tiempos y de rostros. Pero estamos hechos de todo eso, concentrados en una argamasa impura pero sólida, más de lo que pensamos. A prueba de piqueta de los asaltos inusitados de los años maduros. Francamente, la ironía del escritor Hartley le parece al hombre una buena observación.
(Fotografía de Leo Matiz)
El pasado se reinventa en el presente. Construimos nuestra memoria.
ResponderEliminarNo podemos ver la película entera, siempre nos atrancamos en los mismos fotogramas... Y desde aquí y ahora, según mi humor presente, veré el allá lejos más o menos favorecido.
Y si, parecemos extranjeros en tierra extraña cuando nos buscamos en el pasado. A mí por lo menos me cuesta reconocerme.
Besos
Puede que tengas razón, Rat. Pero los flashes que nos bombardean con frecuencia, incluso demasiado recurrentes, son fieles. Es nuestra interpretación, aproximada o no de aquellos fotogramas, lo que levanta la arquitectura o relata la literatura de aquellos acontecimientos. No es nada fácil intepretar el pasado personal (dejemos el colectivo para otra ocasión, aun cuando transcurra paralelo) A mi me cuesta. Por eso yo me limito más bien a hablar de claves. Sigo buscando claves, datos, factores que se vinculan. Y mientras pasa el tiempo, y mientras la lejanía te vuelve más extranjero, aunque la distancia obra milagros.
ResponderEliminarCuánta razón llevas: la imposibilidad de ver la película entera. Porque fuimos actores por una sola vez. Y después no es posible contemplarnos porqe el celuloide de nuestras vidas dura un instante.
Queda el recuerdo, y los efectos de cada paso dado sobre lo que nos queda por recorrer.
Buena noche apacible.