El hombre ha tenido un sueño insólito. Ha soñado con una niña que exhibía su cabeza sobre una bandeja de plata. Cuando se acercaba a ella para comprobar el efecto de verla separada del tronco, la cabeza se iba reduciendo hasta convertirse en una pieza frutal. Al alzar la vista del plato mira a la púber. Está allí delante, insegura y oferente. La mirada de la niña no puede evitar el temor y su gesto es receloso. Tómala, le dice. Pero el hombre no se fía de la niña. Ambos desconfían. El hombre detecta manchas de sangre sobre la bandeja. ¿Dónde está la cabeza?, pregunta. Pero la niña se extraña. ¿Qué cabeza? Aquí no hay ninguna cabeza, hay una pera. Y el hombre: Pero, ¿y ese reguero de sangre? ¿De dónde sale? La adolescente está calma: Yo no veo ningún reguero de sangre. Acércate, mira. Y la niña pasa dos dedos por la superficie bruñida del enorme plato y se los muestra. ¿Ves? El plato está limpio. Puedes coger sin miedo la fruta, está madura. Y es tan sabrosa... Él la contempla absorto, sin dar crédito a la revelación. Pero algo hay en esa frontera de la infancia que hace dudar y a la vez provoca que se la tienda la mano. El hombre comprueba de nuevo. El metal de la base circular está inmaculado. Por un instante, le tienta tomar la pera, pero él no se ha levantado de lo más profundo de su sueño solamente para probar una fruta. Al ir a tocarla se detiene. No quiero esta pera. Mi cabeza estaba ahí. ¿Qué has hecho con ella? En los ojos de la niña brilla una perplejidad insultante. No estoy aquí para robar nada. Estoy para dar. Además, la cabeza la llevas puesta. ¿Qué más quieres? Entonces el hombre se palpa el pecho, sube su mano al cuello, se acaricia la barbilla, se frota los cabellos. Se cerciora de que no ha perdido su magnífica testa. Por otra parte, ¿qué le hace pensar que hubiera sufrido un degollamiento? Cuesta rechazar la incitación de la niña, envuelta en el destello inocente y débil de sus pupilas. Trata de ser conciliador. Acaso se rinde. Bien, quiero creerte. Y para demostrártelo, cogeré la pera que me ofreces. La pieza tiene una forma grácil y hermosa, sus colores son los propios de la estación, incluso emite un ligero aroma que provoca la secreción de saliva en su boca. Al rozarla con las yemas de sus dedos el hombre ve sorprendido que la pera crece, que su contorno se altera. Da un salto hacia atrás, mientras la adolescente le atraviesa con una sonrisa imperceptible pero irónica. El filo apenas dibujado de su boca se abre a medida que crece la admiración del hombre. Abre al máximo la palma de su mano para abarcar aquel volumen desmesurado. Su textura es fría, la tonalidad se ha vuelto más azulada, no percibe suavidad en la piel, sino que una áspera rugosidad repele a la aspereza de sus dedos. Bajo aquella masa se expande un hilillo negruzco, casi seco. Y de pronto la ve claramente. Su hermosa cabeza desgarrada se ofrece de nuevo sobre la bandeja, mientras la niña entreabre divertida sus comisuras. Su mirada burlona desarma al hombre. ¿Por qué dudas?, le increpa. Nunca te ofrecerán otra igual. Ninguna estará dispuesta como yo a entregarte el manjar que te estás perdiendo. Envuelto en una red de cansancio y de pesadumbre, el hombre desconoce cómo salir del sueño. No sabe qué le azora más. Si el frío tajo invisible sobre su cuello o no haber catado la fruta servida por la doncella.
(Fotografía de Katia Chauseva)
¿Has creado el texto a partir de la foto?
ResponderEliminarInquietante la lolita Salomé...
No dejes que te corten la cabeza, no vale la pena.
Salomé era una Lolita avezada, obviamente. Desairada por el llamado Juan el Bautista fue demasiado lejos en sus manifestaciones sadomasocas.
ResponderEliminarGracias por tu consejo sobre la permanencia de la testa. Pero los sueños son últimamente demasiado exigentes y no me dejan reposo. Acaso algún día despierte sin hallarla.
Ah, lo del texto. Claro, hay una extraña conexión entre mi mundo onírico y las fotografías que en un momento dado aparecen para interpretar a aquél. ¿Por qué lo dices?
Buena noche.
Me tranquiliza saber que no soy el único que necesita un psiquiatra con urgencia.
ResponderEliminarExtraños sueños y pesada la carga judeocristiana por lo que intuyo.
( A Raticulina, No estoy seguro de que no valga la pena)
Saludos y más cadencias exquisitas
Aragonía, pues a mi me intranquiliza saber que me ves para ponerme en manos de uno de esos especímenes que nombras, jaj.
ResponderEliminarCreo que mis sueños están ocupando el lugar del diván últimamente. La cuestión es: ¿sabrán distinguir en qué orilla me nutren y deben hacerlo?
Respecto a la carga judeocristiana...bueno, a veces es divertido pasarte la vida en un ajuste de cuentas permanente con esa tradición impía. Pero me niego a que, si bien ha sido un condicionamiento en mi pasado, sean mi referencia de futuro. ¿Y mientras? Heráclito, por ejemplo.
Salud y descanso, que nos espera el lucero del alba.