¿Oyes los pasos de lo inesperado?
¿Sientes como llega de improviso?
Y de pronto está aquí
Y eres tú mismo.El significado de las cosas está acompañado de estremecimientos. Es parte de la hondura del significado. No todos los significados nos estremecen. Unos son lejanos aunque la proximidad física sea un hecho. Otros son próximos, a pesar de lejanías espaciotemporales. Lo muerto puede ejercer presión sobre nosotros a través del recuerdo. Lo vivo no siempre nos alcanza y ni siquiera nos dejamos a veces afectar por ello. Los estremecimientos no se piensan, se producen a través del don de la espontaneidad. No se desplazan desde territorio alguno visible, simplemente nacen y ejecutan su violencia de improviso dentro de nosotros. No van ocupando nuestras estancias íntimas con calma, sino que lo hacen al modo de una urgencia densa. Son destellos clarividentes, que combinan asombro y espera. Alegría y tristeza. Placer y dolor. Lo aparente y lo ignoto. Un temblor es un preservar el estremecimiento, es atesorarlo. Supone pregunta y respuesta en sí mismo. Pero no alcanzamos a preguntar ni menos a responder. Un temblor nos sume en el desconcierto y perdemos el control. No sabemos ser, no sabemos ubicarnos. Si el estremecimiento es el huésped fugaz, el temblor es el dueño de nuestra propia casa. Es cuando el significado resuena dentro de uno en todas las direcciones, tal como lo hace el eco de una tormenta, que se prolonga como si no tuviera fin. Es como si los significados se multiplicaran, como si su lucidez nos poseyera. Aparenta no disminuir, y se aposenta en esa parte débil, pero extremadamente sensible, de nuestra morada. El estremecimiento puede ser rápido y pasajero. El temblor, aunque sea inesperado, se queda, arraiga. El temblor solidifica sensaciones. Confirma las dimensiones y las aristas del estremecimiento. Las recrea, las adapta, las cubre de forma, las dota de contenido. Alza un estado de ánimo y lo va consolidando. De hecho puede llegar a convertirse en un arrebato. Es como la esencia del alma. La inmediatez de alguien nos puede hacer temblar. La distancia puede vertebrarse en algo que, aunque invisible y difícil de plasmarse corpóreamente, nos atraviesa con la misma contundencia de lo físico. No siempre sabemos el por qué de ese temblor. El estremecimiento puede venirse abajo fácilmente, una vez cumplido su objetivo de impactar. El temblor deja paso a una actitud y crece. El riesgo del temblor es que se pretenda racionalizarlo, es decir, explicarlo y amoldarlo a los deseos. Pero escapa. El temblor es recurrente, porque se sabe dentro y se pasea con seguridad. No cesa. Es y no es uno mismo. Sigue estando recóndito, discreto, pero nos necesita. Sabe que nos ha tomado, que nunca más nuestro Ser será una orfandad ni una casa desalojada.
(Montaje fotográfico de Martín Stranka)
En tanto expresar ideas, emociones o una visión personal del mundo me siga “estremeciendo” seguiré pasando, callejeando, por aquí.
ResponderEliminarGracias por su invitación, pienso disfrutarla.
Otro fuerte abrazo.
concibo ese temblor como una forma de vida. tiemblo hasta no ser consciente de dónde se tiembla.
ResponderEliminarLa casa desalojada es nuestra última morada.
ResponderEliminarEl mundo anda falto de compasión.
De eso se trata, Aragonia, de sentir hondamente las manifestaciones de la existencia. Sin las emociones, sin los sentimientos, no se palpa a fondo lo que se nos depara cada día.
ResponderEliminarAna, eso que dices te tiene que sumergir en una vorágine, ¿no? Bueno, si no puede contigo...
ResponderEliminarPues sí, Stalker, tu consideración moral la comparto. La piedad escasea y la compasión, ni te cuento. Somos arrasadores. El productivismo a ultranza se ha traslado con sus batallones de renta a cada esfera de la vida social e íntima de los individuos. Somos exigentes, despiadados y, por lo tanto, necios.
ResponderEliminarAhora bien, hay instituciones tradicionales apoltronadas en sus autoungidas misiones salvíficas que se obstinan en ser más crueles que nadie. ¿Sabes cuál es la mayor cureldad hoy en día? Ignorar la realidad de los otros -que son millones- y negarles su derecho a decidir. En fin, ay de los sepulcros blanqueados...