En Aprendiendo a vivir, de Clarice Lispector, vuelves a elegir una lectura, esas reflexiones que Clarice hace después de haber vivido lo suficiente, justo cuando empieza a entender y a madurar qué es realmente el aprendizaje de la vida, y lees y relees atónito, desentrañando entre el ramaje de sus palabras...
"Toda mi vida he luchado contra la tendencia a la divagación, sin dejar nunca que me llevase hacia las aguas profundas. Pero el esfuerzo de nadar contra la dulce corriente me quita gran parte de mi fuerza vital. Y si, luchando contra la divagación, gano en el campo de la acción, pierdo interiormente una cosa muy dulce y que nada sustituye. Pero un día me dejaré ir, sin que me importe adónde me llevará ese ir."
y tú piensas que divagas desde que te expulsaron a este mundo, desde que te contemplaron con ojos expectantes, ojos que te cubrían de caricias al principio, ojos que te exigieron más tarde, ojos que decían que estaban puestos en ti, en ti concebimos nuestras esperanzas, parecían decirte, y fue entonces cuando no pudiste comprender que hubieses nacido para seguir un rumbo establecido, una dirección ajena marcada por los otros, que se decían los tuyos, que eran los tuyos, pero también eran los otros, y fue entonces cuando sentiste el acompasado mecimiento de la barca, un compás diferente, una barca que no parecía muy grande y que no iba a navegar lejos, eso creías, eso creían ellos, ellos siempre en la intención de que te deslizaras por un canal próximo a su orilla, su mirada siempre próxima, protectora, los ríos se imaginaban lejanos, los océanos resultaban impensables, y en aquella embarcación te habían asignado sólo un espacio angosto, aunque fuera todo para ti, eras pequeño, eras callado, tu sumisión hacía concebir la idea de que serías siempre un sumiso, ¿recuerdas el libro Promesa, tu primer libro para ejercitar la lectura? este niño es sumiso, decía una frase en tipo Times de considerable tamaño, no entendías lo que quería decir sumiso, pero lo que venía escrito en un libro era para ti palabra de fe, ya entonces empezaste a creer en las palabras, aunque fueran palabras marcadas, obligadas, sin vuelta, aunque la tenía, pero tú no tenías capacidad para dársela, y en aquel navegar lento, como si el tiempo no se manifestara nunca nuevo, como si los ciclos no crecieran nunca, tú ocupabas un hueco que pronto se te quedaba estrecho y más vano que su propia superficie, nadie piensa al principio que un elemento que se suelta en una charca puede acabar muy lejos, que las aguas buscan sus caídas, que unos recipientes llevan a otro mayores, aunque el suelo los trague, aunque la tierra las absorba, aunque se conviertan en el vapor de las nubes, ¿fue la presión o el reino del mandato lo que te apartó del designio de tus mayores?, ¿fue el ejemplo de los santos y de los mártires lo que te acabó llevando lejos de ellos?, ¿fue la reacción larvada, oculta, que fuiste acumulando la que te convirtió en prometeico?, el aprendizaje de la vida te exigió la dispersión, crecer en esa divagación que Lispector ansía pero no toca, esa dispersión que te ha exigido desgaste pero no por nada, porque ¿qué ejercicio no consume energía?, ¿y qué precio no hay que pagar por saberte más de ti mismo?, pero le dirías a Clarice, mira Clarice divagar es agridulce, la percepción de su sabor es mutante y ansiosa, merece la pena probar, merece la pena sentir
(Fotografía de Leopoldo Pomés)
"Toda mi vida he luchado contra la tendencia a la divagación, sin dejar nunca que me llevase hacia las aguas profundas. Pero el esfuerzo de nadar contra la dulce corriente me quita gran parte de mi fuerza vital. Y si, luchando contra la divagación, gano en el campo de la acción, pierdo interiormente una cosa muy dulce y que nada sustituye. Pero un día me dejaré ir, sin que me importe adónde me llevará ese ir."
y tú piensas que divagas desde que te expulsaron a este mundo, desde que te contemplaron con ojos expectantes, ojos que te cubrían de caricias al principio, ojos que te exigieron más tarde, ojos que decían que estaban puestos en ti, en ti concebimos nuestras esperanzas, parecían decirte, y fue entonces cuando no pudiste comprender que hubieses nacido para seguir un rumbo establecido, una dirección ajena marcada por los otros, que se decían los tuyos, que eran los tuyos, pero también eran los otros, y fue entonces cuando sentiste el acompasado mecimiento de la barca, un compás diferente, una barca que no parecía muy grande y que no iba a navegar lejos, eso creías, eso creían ellos, ellos siempre en la intención de que te deslizaras por un canal próximo a su orilla, su mirada siempre próxima, protectora, los ríos se imaginaban lejanos, los océanos resultaban impensables, y en aquella embarcación te habían asignado sólo un espacio angosto, aunque fuera todo para ti, eras pequeño, eras callado, tu sumisión hacía concebir la idea de que serías siempre un sumiso, ¿recuerdas el libro Promesa, tu primer libro para ejercitar la lectura? este niño es sumiso, decía una frase en tipo Times de considerable tamaño, no entendías lo que quería decir sumiso, pero lo que venía escrito en un libro era para ti palabra de fe, ya entonces empezaste a creer en las palabras, aunque fueran palabras marcadas, obligadas, sin vuelta, aunque la tenía, pero tú no tenías capacidad para dársela, y en aquel navegar lento, como si el tiempo no se manifestara nunca nuevo, como si los ciclos no crecieran nunca, tú ocupabas un hueco que pronto se te quedaba estrecho y más vano que su propia superficie, nadie piensa al principio que un elemento que se suelta en una charca puede acabar muy lejos, que las aguas buscan sus caídas, que unos recipientes llevan a otro mayores, aunque el suelo los trague, aunque la tierra las absorba, aunque se conviertan en el vapor de las nubes, ¿fue la presión o el reino del mandato lo que te apartó del designio de tus mayores?, ¿fue el ejemplo de los santos y de los mártires lo que te acabó llevando lejos de ellos?, ¿fue la reacción larvada, oculta, que fuiste acumulando la que te convirtió en prometeico?, el aprendizaje de la vida te exigió la dispersión, crecer en esa divagación que Lispector ansía pero no toca, esa dispersión que te ha exigido desgaste pero no por nada, porque ¿qué ejercicio no consume energía?, ¿y qué precio no hay que pagar por saberte más de ti mismo?, pero le dirías a Clarice, mira Clarice divagar es agridulce, la percepción de su sabor es mutante y ansiosa, merece la pena probar, merece la pena sentir
(Fotografía de Leopoldo Pomés)
La divagación es uno de esos bellos y escasos placeres que nos restan. Hurtarnos el poder mostrar ese precioso saber inútil es la castración definitiva a la propia creatividad.
ResponderEliminarVivir es perderse y buscar tu propia salida. Crece y divagar son para mi sinónimos.
Navegar en Internet es divagar, salir de tu propio naufragio, llegar a una costa segura y quedarse si el dueño lo permite
clarice es actualmente la presencia más influyente en mí. me deja con la manzana en la mano andando en la oscuridad o aprendiendo a vivir. me emociona encontrarla aquí también.
ResponderEliminarun beso.
Aragonia, bienvenido. Divagar es un placer, pero también una actitud. Una senda, acaso. Una alternativa. Siempre una búsqueda. De acuerdo contigo en que vivir es perderse, sobre todo si se desea la libertad y el sentido. El problema reside cuando la divagación se transustancializa en dispersión. Pretender abarcar más de los límites -que no siempre los conocemos previamente- y vivir como si fuéramos aprendices de brujo.
ResponderEliminarSiga pasando, paseándose, por aquí, Aragonia, sean cuales sean sus pretensiones.
Un abrazo.
Clarice es un referente para todos. Una vez que te has acercado a ella no puede quitártela. Sus reflexiones empíricas son luminosas. Sus ocurrencias críticas nos desbordan. Sus novelas son océanos cuya fauna y flora no acabas de descubrir. No te extrañe que con frecuencia utilice algunas de sus palabras para justificar mis propios tonteos verbales.
ResponderEliminarBuena noche lunática (de lunes)