"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 20 de enero de 2009

Alteridades


Miraba todo lo irreversible de su existencia como si se tratara de una mera percepción; al catarlo, le sabía amargo.

Se veía entre la sombra y la huella; al menos tenía la sombra y la huella.

Propuesta de incautos: sentir la vida cada día como una novedad, a pesar de que todo se repite, ineluctablemente. Pero ¿acaso hay otra propuesta menos necia si se quiere sobrevivir?

Qué podía decir él, que había abjurado de la palabra.

La aparente insignificancia de algunas palabras tales como sol, pan, yo, tú, ¡ay!. Si se midiera su valor por su menudencia silábica, qué gran equívoco. O peor: qué enorme perdida de nuestros sentidos.

La calidez de algunas palabras como sol, pan, yo, tú, ¡ay!. Palabras que no siempre brillan, palabras que se ocultan como islas entre la bruma y emergen también como vínculo. Palabras que se nos van. Palabras vaivén. Palabras que nos queman.

La imprecisión de algunas palabras como sol, pan, yo, tú, ¡ay!. No se sabe a veces dónde están, pero contamos con ellas. No se sabe siempre de su efecto, pero las nombramos. No sentimos siempre su sabor, pero abrimos la boca para degustarlas.

La cerveza coronaba de espuma sus pupilas. Al mirarse en el espejo no lograba descifrar la intensidad de su oleaje. Su vista se extraviaba sin retorno. Calma chica.

Una vez abrió el puño y se vio reflejado entre los cinco dedos. La frialdad del cristal se apoderó de su palma y contempló en ella su imagen como una secuencia fugaz pero ordenada que venía de lejos. Era un espejo con memoria, pero sin futuro.

Saborear las palabras antes de que nos quiten el plato.

Al desnudarse, ordinariamente ya no se miraba. Una noche se dio cuenta de que le faltaba un brazo con su mano correspondiente. La luz de la mesilla le proporcionó la pista: andaba haciendo sombras chinescas en la pared.

Derivó en silencios. Andaba por la casa descalzo, evanescente. Cuando llamaban a la puerta, devolvía silencio. Cuando leía, evitaba pronunciar un vocablo. Cuando le emocionaba una escena del texto, reprimía una risa. Cuando se le movían las tripas porque no comía, se sujetaba el abdomen para no oírselas. Cuando llegaba la noche, evitaba dormir por si soñaba. Temía que los sueños le traicionaran y se pusiera a cabalgar como Don Quijote.

Mojar la imaginación en la salsa de las palabras. Para evitar la sequedad. Aunque hay salsas que caen ya tan mal...

Envidiaba a los otros la parquedad de sus expresiones. Con nada lo decían todo. O acaso no tenían mucho que decir.


(El dibujo es de Manuel Boix, como el colgado en el post de ayer)

3 comentarios:

  1. Me gustan mucho tus aforismos, Fackel.

    Imagino que habrás degustado, en algún momento de tu vida, a Canetti. Ahora han publicado su aforística completa en bolsillo, y es un hombre de una prodigiosa inteligencia y una "frialdad compasiva" que encuentro muy interesante.

    No sé por qué he pensado en Canetti al leer esta entrada.

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  2. Canetti es mucho Canetti, Stalker. Su obra es una de mis preferidas. Por supuesto que sus aforismos, notas, etc. son de un interés y de una brillantez inigualables. Sólo con ellas puedes reflexionar ampliamente sobre el mundo y las cosas. Vamos, paradigmático no va más. Me colgué hace años de él y sigue siendo para mi un maestro, como tú dirías.

    Su novela "Auto de fe" es de lo mejor que hay en la narración mundial. Su obra autobiográfica (La lengua absuelta, El juego de ojos, La antorcha al oído) es imprescindible para conocer una parte del siglo XX.

    Canetti, siempre tan vivo. Y eso, ¿por qué has pensado en Canetti al leer mi Alteridades?

    Abrazos.

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  3. No te lo sé decir, Fackel, simplemente el nombre acudió a mi mente, si más. Ignoro qué activa, telúricamente, mis resortes, y como apenas acierto a gestionar la periferia de mí mismo, pues eso: me quedo ignorando el porqué de esas intempestivas asociaciones...

    Auto de fe, titánica, igual que los escritos autobiográficos.

    Un maestro, sí, rotundamente lo digo...

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