Di que dudas. Di que no te reconoces. Di que no eres el mismo, que hay un ángulo que se ha movido. Atrévete a insultar el menor parecido del espejo. Apártalo. Desplaza la imagen. La inclinación no es una advertencia. Tantea cualquier objeto que oscile al mover tus ojos. Resiste a la apariencia. Juega con leves cambios que no cambian nada definitivamente. O puede que sí, que sea el principio de ver las cosas de otra manera. O de dejarlas de ver, de aspirar la vida de otra forma. Tras otros objetivos donde tu
yo tal vez no se sienta más gratificado, pero sí más apacible. Podrías multiplicar tu rostro como si se tratara de un fetiche. Hay tantos vidrios y de tan diversos colores donde reflejarnos. Pero cuanto más te giras más desfigurado te ves. Podrías alterar su posición y buscar los destellos del sol, en vez de dejarte seducir por las tinieblas. Mas acaso te venza el deslumbramiento de aquello que existe fuera de ti y no rozas. Y que temes. Te puede entonces una lasitud desconcertante, costosa de superar. Si admites que las visiones sucesivas son en realidad anteriores, no envejecerás. A mi no me engañas. Tu gesto adusto no te hace mayor que ayer. Tu mueca severa echa un pulso con el infortunio circunstancial. O acaso hay algo más que intuyes, que ves venir. Una línea más oscura, un horizonte más perturbado, la irreparable pérdida, la vuelta atrás inviable. Sólo la mirada alejada, no ausente, te traiciona. Sólo los músculos huérfanos de sonrisa te denuncian. Te atrae y te repele tu atractivo demacrado. Lo sufres. Esto pasó tras el último canto de sirenas. La próxima vez, si la hay, átate fuerte al palo mayor. O al menos elige que las sirenas te sumerjan en el fondo del océano con ellas. Entrarás en su mundo y tendrás alguna opción. Ahora no. Ahora quedas náufrago. Peor, varado, y hundes los pies en el lodo que te paraliza. La inclemencia está en esa carencia de ámbito que no te da ilusión ni base ni sentido. Ni agua ni tierra ni vientos. Sigues mirando sin mirar. Observas en direcciones interiores tapadas por la maleza. Repasas aparentemente imperturbable todo el perímetro que es más un hálito que un aura. Qué decides. No tiene sentido que busques las siete diferencias. Te ves y no te ves igual que antes. Por más que establezcas semejanzas, tus dedos tocan solamente aproximaciones. Di que te da lo mismo. Di que te pierdes a través del agujero negro de tu retina. Di que tu saliva sabe amarga.
(Jorge Molder prestó la fotografía)
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