martes, 25 de noviembre de 2008
Las piedras
..echas mano de todas las piedras que has ido encontrando por el camino, incluso las que tu riñón o tu vejiga han fabricado a lo largo de años de grasas y sedentarismo, el mundo está lleno de piedras, jamás podrás decir de otro objeto que abunde tanto en este mundo, a excepción de los plásticos, naturalmente, siempre te topaste con las piedras desde que recuerdas, las hallaste por doquier, en la calle, en las laderas, en los caminos, hilvanadas en el suelo del zaguán de entrada a la venta, tropezabas con ellas, se te metían las más chiquitas en el zapato, os tirabais los chicos las más gordas, lanzabas los guijarros planos sobre la superficie del arroyo, que lo sorteaban limpiamente y llegaban intactas a la otra orilla, coleccionaste piedras, piedras de la sierra, de los acantilados, de las minas abandonadas, tu vida ha estado señalada por las piedras, recuerda aquella diminuta que formaba un complejo poliedro de aristas cortantes que te desgarraron los uréteres en su lenta y desmesurada huída, para tu fortuna, del hogar donde se formaron, allá en lo más íntimo del riñón derecho, tu padre mismo preservó en un frasco durante años una piña de piedras redondeadas que casaban como los sillares de las paredes cuzqueñas y que le habían extirpado de la vesícula, piensas con frecuencia en que nuestra condición mineral nos vincula con la orografía exterior, acaso será por eso que te reclama tanto las piedras, las piedras que son como desmenuzamientos del pasado, pero también te reclaman las piedras sobre piedras, es decir, los edificios, las cuevas, las iglesias rupestres, ya sabes que la arquitectura de los siglos pasados consagró el himno a la piedra transformándola en símbolos, o acaso fue al revés, acaso los símbolos tuvieron necesidad de encarnarse en la roca tallada, en los sillares labrados, en las columnas papiriformes, pero tus piedras son más elementales, son las que te sigues encontrando en tu recorrido diario, y que de tanto trasladarlas en tu regazo llegas a creer que son parte de tu constitución, y que tus órganos, el bazo, el intestino, el hígado, el corazón, se van convirtiendo en una fosilización que te resulta pesada, y te encorvas, vas por la calle y te encorvas, te ladeas, quiebras a veces, tienes que respirar profundamente para mantenerte erguido, porque te das cuenta de que las piedras no emergen sino de tus pensamientos, de todo ese naufragio de inconsistencias, dudas e indecisiones que se fraguan en tu mente, son como una cantera de donde pueden saltar por derrumbe o como lascas que la acción de tus contradicciones provocarán que se desplomen, cargas con las piedras porque, en tu narcisismo atroz, piensas que no puedes dejarlas tiradas por ahí, sin darte cuenta de que la piedra desprendida de tu experiencia ya se ha perdido, que las piedras que vas dejando caer no son recuperables en absoluto, ni tienen valor, ni podrás rehacer nada con ellas, ni siquiera serán recogidas por otros caminantes, nadie se para a considerar de dónde proceden las piedras que invaden los caminos, se las ignora, se las aparta, se las acumula en montones alejados de las orillas, sólo te consuela que el esfuerzo por trasladar las últimas piedras va dejando al descubierto tu desnudez, allí donde debes mirarte para preservar la voluntad que aún late en tu cuerpo, donde debes reagrupar fuerzas para proceder a nuevas iniciativas por las que debes considerarte aún vivo, donde te resistes a perecer como un Sísifo insalvable en manos de la abulia y la resignación...
(Fotografía de Misha Gordin)
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