La noche ha sido tan huérfana que no vacila. Despojada de lo superfluo arremete contra la carencia. Sabe que el espejo es tramposo, pero le hace un guiño. Luego se apodera de él. Luego lo opaca con su cuerpo de giganta en celo. Un pulso donde se transmutan imágenes. El cristal evapora las palabras. El reflejo la reconforta. La arremetida es enérgica, casi cruel. El diálogo secreto bulle en un silencio que el espejo no transcribirá jamás. No se mira, se toca. No se observa, se deja mirar. La fusión es tan íntima que confía en la representación efímera. Se basta en ella. No quiere nada más. Suple el tacto frío del vidrio con su ansiedad. Envite a un reflejo pasajero, pero que le da posesión de sí misma. En su ofrecimiento, se aísla. Reta a la ausencia. La invoca. Su contemplación nace apaciguada. Después se traiciona. Extiende su desasosiego, pero la refracción la insatisface. Pulsarse a sí misma es un desafío, pero no una respuesta. Ella desea mirarse en otro cuerpo. Donde un espejo no devuelva nada. Donde una oscuridad no le deje las manos hueras. Donde la pulsión de la soledad no le ofrezca el vacío. Añora otro cuerpo. El cuerpo deseado no es una mera imagen, ni un canon, ni una exhibición. Es un calor, una manifestación, una acogida, una entrega incondicional, una mudez acariciadora. Algo que la noche y el espejo no le otorgan. Dentro de un momento se girará y se hará un ovillo. Soñará que el otro cuerpo ronda su perímetro y que la envuelve en latidos. Percibir los latidos del otro cuerpo será el comienzo. Arriesga. Echa los dados.
(Newton fotografía la pulsión)
No hay comentarios:
Publicar un comentario