"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 10 de junio de 2008

Presencia


Lates por él; asciendes y te hundes en la memoria que ejercitas en su nombre; abres tus párpados y los cierras con su imagen apenas comprobada; te lavas y se lava contigo; te vistes y te ajusta la prenda desde la sombra; ante el espejo hay una duplicidad distante que no acaba de percibirse con nitidez, pero intuyes que es su reflejo; tomas el tranvía y en cada parada lo ves; en el quehacer donde te ganas el jornal se cruzan muchos rostros, y ninguno es el suyo, pero tú lo reconoces; cuando bebes la cerveza con tus camaradas, en el destello de la espuma adviertes su destello; si te miran otros ojos, sólo ves sus ojos; si te hablan otras bocas, sólo escuchas su voz; en las páginas de un libro las palabras forman su palabra; si miras las nubes, le llamas; si llueve, le invocas; si el sol te toma, extiendes tus brazos; si te adentras en el bosque, el rumor te devuelve su eco; cuando caminas por las calles, los adoquines gimen con sus lágrimas; si te hiere la sangre, pides que te rasgue; cuando escribes, las letras componen su vocablo; cuando ansías, te calma; cuando deseas, se muestra; cuando permaneces en silencio, él es el silencio; cuando le escuchas, te conmueves; cuando vibra, te emocionas; cuando recorres la ciudad vieja, las estatuas erigen su recuerdo; cuando te golpea el aire, hueles su aroma; cuando te paras, sabes que te observa; cuando tropiezas, te alza; cuando te vienes abajo, un susurro se hace carne; cuando entra la noche oscura, es el fogonazo; cuando te desnudas, pides que te alcance su mano; cuando duermes, sueña por ti.


(Katia Chausheva y sus caracoles)

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