A la entrada del Gran Templo de la Noche hay una inscripción:
No entres si no sueñas. El peregrino en busca de su tercera vida no comprende. Pregunta al anciano venerable que mantiene limpio el pórtico.
Dime, anciano, ¿quién dispuso ese lema que figura en el frontispicio de entrada al Gran Templo? Porque yo puedo proponerme dormir, y conseguirlo, cuando estoy cansado, pero no puedo proponerme por las buenas soñar. El anciano le mira con ojos vidriosos y exhaustos, pero en realidad no le está viendo, porque para el anciano la mirada va más allá del mero rostro de los peregrinos.
Nadie sabe quién ordenó que se grabase en letras de jade esa frase. Tampoco es un imperativo, sino sólo una recomendación para quien pretenda penetrar a través de las galerías y atravesar las inmensas estancias del Gran Templo sin tener claro lo que busca. El peregrino insiste:
Pero no es lógico que se recomiende lo que no es alcanzable por un mero acto de voluntad. Yo mismo que dudo, ¿qué debo hacer? ¿Retroceder? ¿Permanecer en el umbral ahora que tras un largo viaje he llegado hasta aquí? Pero el anciano no le escucha ya. Ha oído tantas veces estas quejas que no se interesa. Sigue limpiando con su rama de palmera los rincones del atrio de columnas que rodea todo el edificio hasta perderse entre sus sombras. Mas el peregrino no ceja en sus dilemas.
¿No estará mal planteada la frase? ¿No querría haber dicho no sueñes si no entras? Sería un planteamiento de acogida estimulante y también de reprensión benévola a aquellos que llegaran y no tuvieran decidida su entrada en el Gran Templo. Tanto duda el peregrino que busca su tercera vida que, mientras, transcurre el tiempo, unas sombras suceden a otras y el anciano vuelve a aparecer calmo y lento bajo la crucería de mármol del majestuoso soportal.
¿Todavía sigues sin decidirte a entrar en el Gran Templo de la Noche? le inquiere el anciano hacendoso al peregrino de la duda irresuelta.
Es que no sé qué debo hacer, le contesta el peregrino,
no comprendo la leyenda y temo faltar al respeto de este santo lugar. Y el anciano le responde con contundencia afable:
¿Has probado a dejar de lado el pensamiento? ¿Has tratado de alejar los deseos insatisfechos que traes desde el origen de tu viaje? ¿Has intentado olvidar los aprendizajes y las experiencias? ¿Has marginado tu inquietud, tu ansiedad, tu angustia? Sólo si te propones resolver estas menudencias de la vida podrás soñar y entrar en el Gran Templo de la Noche. Entonces, el peregrino se postró ante el sabio anciano, el cual le ignoró y siguió haciendo su labor de aseo del entorno del Gran Templo para que los mandriles y las alimañas no convirtieran el mismo en un territorio de defecaciones malolientes. Fue en ese momento cuando el peregrino, agotado por el viaje y por sus dudas, cayó rendido en un profundo estado de adormecimiento.
Precioso, Fackel.En efecto, los sueños no se buscan ni se encuentran. Nos encuentran cuando hemos bajado la guardia y no pensamos,sólo sentimos.
ResponderEliminarDisfruta del sol y
buenos sueños solsticiales.
Equilicúa, Lagave. Gracias por tus deseos de disfrute, pero ¿los sueños solsticiales serán diferentes a los equinociales?
ResponderEliminar(Funesta manía de cuestionarlo todo, Fackel...)
Claro que síííí! Son sueños de vida, de nacimiento o de plenitud. Ah, el sol, ese sol, mi sol. La luz, la luz, siempre la luz...
ResponderEliminarTe has dado cuenta que en la noche más corta había luna llena? Me hubiera gustado ser bruja y bailar y bailar sin música, sin ruido. Un sueño más, entre muchos, un recuerdo quizá.
Buena noche, o lo que queda de ella...
Zugarramurdi...por ejemplo...¡pero te hubieran llevado a la hoguera!
ResponderEliminarAh, las brujas, esas antiguas ciudadanas españolas, iconoclastas e incomprendidas...¿Ha pensado alguien en hacerlas un reconocimiento público por los servivios prestados? Me temo que no, y mejor no, todo lo que el hombre actual toca lo convierte en márketing, puagggg.
Pues claro, buen solsticio