En algún punto de nosotros la luz es incierta. Alba y ocaso se funden cada día a espaldas de nuestra conciencia. La claridad a veces es rebelde y las sombras demasiado majestuosas. Tiene razón Hiperión cuando le dice a Belarmino:
“¡Oh, sí! El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, y cuando el entusiasmo desaparece, ahí se queda, como un hijo pródigo a quien el padre echó de casa, contemplando los miserables céntimos con que la pasión alivió su camino”. Navegantes en el firmamento, en cada nueva jornada nos asomamos a las acechanzas consabidas. Los ilusos sonríen con cara de imbéciles y los pesimistas se desploman en la renuncia. El destino de Sísifo no puede ser aceptado como un destino absolutamente irrevocable, por más que lo parezca, por más que lo esté siendo. Si no lo cruzamos de sueños, de ilusiones y de locuras, ¿tendremos suficiente energía para subir y bajar la montaña con el pedrusco a cuestas? Si no meditamos su incomprensión, no a la manera religiosa, que es abstracta y hueca, sino en la baraja de las posibilidades y de la reflexión, ¿permanecerá en nosotros alguna esperanza? No es el esfuerzo en sí de Sísifos lo que cuenta y nos perturba; lo desasosegante es el esfuerzo baldío. Haber hecho las cosas para nada. Para cubrir el expediente, para dejarse llevar, para no ser rechazado por la masa. Lo verdaderamente adverso sería no haber descubierto un margen de libertad, una brizna de placer, una tentación de amor, un instante de creación.
(El destello entre las nubes lo trae Niké Moritz)
Usted siempre Fackel, deslumbrándonos con sus textos...
ResponderEliminarMire vd., V., no sé, pero a mi lo que me deslumbra es la vida...y las ganas de vivir, con todas sus consecuencias.
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