"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 3 de enero de 2008

La escritora y los monstruos


¿Se siente la escritora acosada por sus propios monstruos? ¿Crecen hasta el punto de mecerlos como si se trataran de sus propios hijos? ¿Cree que por cambiar el teclado de mil signos por el tambor de seis balas podrá acabar con ellos? No es fácil hilar mundos en que más que las palabras lo que debaten entre sí son los sentimientos. Priorizar racionalmente unas actitudes a otros comportamientos no da resultado. Explican tan poco los efectos...Es tan arduo relacionar entre sí los entresijos de la obra vivida día a día...Las palabras pretenden erigirse en la manifestación del orden, frente a ese caos que flota en los acontecimientos por sí mismo, y que bulle en la escritura en estado bruto. No es fácil, nada se concede por añadidura ni por generación espontánea. ¿Se trata sólo de dar con las palabras adecuadas? ¿No es más bien la dificultad de comprensión de los acontecimientos lo que forma el tapón? ¿Es la incapacidad latente en uno mismo por valorar los elementos en juego? ¿Acaso se trata de la falta de claridad de saber qué influye en qué y de qué manera? ¿Es esa duda de a dónde se pretende llegar? A punto de la deserción, como mucho restallan sonidos que quieren ayudar a entender o se emiten fogonazos que anhelan revelar una visión. Pero los monstruos, caprichosos y crueles, se abandonan a colmar la paciencia, a tantear vengativamente los recursos de la imaginación. Ellos quieren ser reconocidos en su fealdad goyesca como los árbitros del esfuerzo. Fugados del control, se creen capaces con sus desquicios y sus jugarretas de dar sentido a unos folios. No ignoran que los caminos de la escritura son cubiertos con frecuencia por la hojarasca. Y si es necesario hacen balancear nerviosamente las ramas de los árboles o soplan sobre las laderas para que la dirección quede extraviada. Entonces se comprende ese diálogo amenazador de la escritora en un territorio equivocadamente elegido. Cuanto más la ven fuera de sí, más entonan los monstruos su canto de victoria enrabietado. No en vano la han alejado del arma más contundente para que campe en otra solución que no va a ser tal. Encarnados en enanos de la irracionalidad, se fortalecen sobre la rendición sugerida de la aprendiz de demiurgo. Pero ella tiene un hilo entre las manos, algo más eficaz que un revólver. Un hilo en cuyo origen ¿o destino? hay una madeja que acaso los monstruos intenten desordenar, pero en la cual a su vez pueden resultar atrapados.

2 comentarios:

  1. A la escritora no se le escapan los monstruos, los deja simplemente fluir. Aunque, ya se sabe, cría cuervos...y harás buena escritura...

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  2. Sííííí, cierto. Los sueños de la razón generan monstruos, pero los de la sinrazón no te cuento...Saludos, Sebastián.

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