Darte de bruces con el viento inclemente.
El que existe.
Reconocer la calidad sincera de la materia de la que estamos hechos.
La irrenunciable.
Reconocerla sin alharacas sin justificaciones sin espejismos.
Abrir en canal la verdad innombrable.
No por no citarla es menos verdad.
Verter su sangre sólo para comprobar que es sangre y no espuma.
Espantar las moscas agitadas y recurrentes de la falsedad que tanto nos entretienen.
Reventar la moral cuya prédica no da luz sino tinieblas.
Auspiciar el vacío de un pensamiento que debe estar muy dentro de nosotros.
Que apenas se le reconoce que apenas se le agita que apenas nos conforma.
Deducir el provecho, esto es, la apetencia que se brinda a los hombres.
Ventilar las estancias malolientes que tanto deprimen los cerebros.
Aligerar la gravedad, echar un pulso con la culpa que tanto nos tortura.
Y que nunca sabemos por qué la hemos merecido.
Diseccionar, trocear y echar al retrete el ridículo discurso con que los poetas de la convención acceden a sus premios.
Hablar con claridad, en fin, que cuesta tanto y no cuesta nada cuanto te sueltas.
La especie es la especie, mírala a la cara.
Dejémonos de tonterías encubridoras y de cursis publicismos.
Qué tiene este poema de José María Fonollosa, qué tiene.
Y tanto me clarifica desde su desnudez y sin medias tintas.
Una barra rusiente donde yo veo -no leo- una plasticidad fuera de dudas.
Tal vez la vida está extendida sobre una mesa de mármol.
Ponemos y quitamos el mantel tantas cuantas veces nos place engañarnos.
El frío permanece.
Y el texto dice...
Amar es restregarse contra un cuerpo
sorbiendo secreciones y microbios.
Sentirlo cual babosa por un rato.
Comer es engullir descuartizados
cadáveres, a trozos, triturándolos
entre saliva y huesos. Y tragándolos.
Dormir es no existir conscientemente.
Tal vez lo único bueno si no fuera
que a veces algún sueño lo importuna.
Amar, comer, dormir. Unas palabras
que suenan como fiesta a los sentidos
y encubren suciedad, crueldad y angustia.
Y es esto lo mejor. E imprescindible.
Es innoble vivir. Pero en mi mano
está no ser un cómplice más tiempo.
(El poema es del poeta barcelonés José María Fonollosa (1922-1991), autor de Ciudad del hombre: New York y Ciudad del hombre: Barcelona. El poema pertenece a esta última obra. La imagen es una pintura de Ludwig Kirchner)
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