Los días (laborables) de semanas cortas son intensos. No vives más que para la actividad por la que te pagan puterilmente (las formas de intercambio mercantil difieren en las formas pero no en su esencia ni en su contenido, donde el cuerpo siempre está en juego, ofreciéndose al mejor postor) Todo el cerebro (salvo un huequito loco que siempre intentas preservar) está al servicio de la causa ajena (la que te ha comprado, mediación de contrato, vía salvajismo ordenado o libre salvajismo) Las neuronas funcionan maquinalmente y se sirven del sentido del ridículo del hábitat (eso que se puede llamar yo) para navegar de forma vaga y desordenada. Sin especial entusiasmo. Pero ellas esperan otra navegación de ti mismo. Un curso que tenga atracción multidireccional, interés no sufragado, misterio innato, indagación tenaz, búsqueda apasionada. ¿Tanto? O tal vez sólo la sorpresa (se puede obtener por azar también) Las neuronas no son tontas (ni listas, son descargas compulsivas, aunque los neurólogos se empeñen en ver en ellas un plan en acción) Se activan de distinta manera, no sé si obran como eco del portador o si el portador se hace eco de sus llamaradas (porque las neuronas están cargadas de electricidad, y desembocan en fuego si el calor y la sequedad del territorio que las deja estar lo propician) Pueden desfilar como comparsas de lo obligado, de lo que ya se muestra programado y responde a los cánones: lo ya aprendido (más o menos) Pueden activarse (actius) para generar un esfuerzo superior pero más resolutivo: su capacidad de inventar. Inventar significa también manifestación, es decir, comportamiento: se sienten libres, descubridoras y estimulantes (si estimuladas, se sienten más agradecidas) El hábitat (siempre ese yo) lo nota y es por eso por lo que se siente diferente del ambiente donde la historia se repite (luego no es historia, sino estratificación, mera sucesión de acontecimientos en caída libre) Mientras atravieso los días densos, el huequito me reclama. Me paro intermitentemente, esto es, respiro hondo (si me acuerdo), miro el cielo (si está despejado), escudriño la niebla (más usual en esta época del año), recuerdo a individuos (si se dejan recordar), siento punzadas de melancolía (si recuerdo a individuos que se dejan recordar y que me son significativos), escucho el silencio (misterio: si no se oye nada, ¿cómo se puede escuchar?, pues sí), escucho a procesos neuronales complejos que suenan a ángeles (llámanse música clásica y también jazz), duermo en el olvido (la mejor manera de dormir), me enervo (a veces casualmente, a veces preocupándome por enervarme) en el deseo (es inevitable sentirse enervado por cierto tipo de deseo) y a veces hasta leo algo, poco, despacio, repitiendo la lectura (para que las neuronas vivan más por lo que hace sentir un texto que por su interpretación lineal) Y cuando me quiero dar cuenta, la densidad del día pierde sustancia. Y yo adquiero levedad. Como el hombre blanco de Lyonel Feininger. Flotando por la ciudad de los sueños.
martes, 4 de diciembre de 2007
Flotando
Los días (laborables) de semanas cortas son intensos. No vives más que para la actividad por la que te pagan puterilmente (las formas de intercambio mercantil difieren en las formas pero no en su esencia ni en su contenido, donde el cuerpo siempre está en juego, ofreciéndose al mejor postor) Todo el cerebro (salvo un huequito loco que siempre intentas preservar) está al servicio de la causa ajena (la que te ha comprado, mediación de contrato, vía salvajismo ordenado o libre salvajismo) Las neuronas funcionan maquinalmente y se sirven del sentido del ridículo del hábitat (eso que se puede llamar yo) para navegar de forma vaga y desordenada. Sin especial entusiasmo. Pero ellas esperan otra navegación de ti mismo. Un curso que tenga atracción multidireccional, interés no sufragado, misterio innato, indagación tenaz, búsqueda apasionada. ¿Tanto? O tal vez sólo la sorpresa (se puede obtener por azar también) Las neuronas no son tontas (ni listas, son descargas compulsivas, aunque los neurólogos se empeñen en ver en ellas un plan en acción) Se activan de distinta manera, no sé si obran como eco del portador o si el portador se hace eco de sus llamaradas (porque las neuronas están cargadas de electricidad, y desembocan en fuego si el calor y la sequedad del territorio que las deja estar lo propician) Pueden desfilar como comparsas de lo obligado, de lo que ya se muestra programado y responde a los cánones: lo ya aprendido (más o menos) Pueden activarse (actius) para generar un esfuerzo superior pero más resolutivo: su capacidad de inventar. Inventar significa también manifestación, es decir, comportamiento: se sienten libres, descubridoras y estimulantes (si estimuladas, se sienten más agradecidas) El hábitat (siempre ese yo) lo nota y es por eso por lo que se siente diferente del ambiente donde la historia se repite (luego no es historia, sino estratificación, mera sucesión de acontecimientos en caída libre) Mientras atravieso los días densos, el huequito me reclama. Me paro intermitentemente, esto es, respiro hondo (si me acuerdo), miro el cielo (si está despejado), escudriño la niebla (más usual en esta época del año), recuerdo a individuos (si se dejan recordar), siento punzadas de melancolía (si recuerdo a individuos que se dejan recordar y que me son significativos), escucho el silencio (misterio: si no se oye nada, ¿cómo se puede escuchar?, pues sí), escucho a procesos neuronales complejos que suenan a ángeles (llámanse música clásica y también jazz), duermo en el olvido (la mejor manera de dormir), me enervo (a veces casualmente, a veces preocupándome por enervarme) en el deseo (es inevitable sentirse enervado por cierto tipo de deseo) y a veces hasta leo algo, poco, despacio, repitiendo la lectura (para que las neuronas vivan más por lo que hace sentir un texto que por su interpretación lineal) Y cuando me quiero dar cuenta, la densidad del día pierde sustancia. Y yo adquiero levedad. Como el hombre blanco de Lyonel Feininger. Flotando por la ciudad de los sueños.
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Con tu ironía limas la densidad de los días más arduos, Fackel. Eso te salva. Saludos.
ResponderEliminarEl otro día leí que la esclavitud no se abolió, sino que la pusieron en nómina.
ResponderEliminarTal y como me siento en el laburo.Lo bordaste!
ResponderEliminarSebastian, hay que procurarse la (relativa) salvación en y desde lo más menudo,¿no te parece? Un saludo.
ResponderEliminarClaro, Joselito, yo siempre lo tuve muy claro. Entre unas esclavitudes (las históricas) y otras (las actuales de nuestro cotidiano vivir) sólo hay matices. Y no se trata de comparar lo de ahora con lo de antes. Se trata de superar lo de ahora como se logró lo de antes. Pero me temo que el Mercado humano sigue existiendo con multitud de caras y no sé dónde está la felicidad...¿Será que se sigue naciendo y muriendo esclavos? Gracias por tu actitud crítica, nútrela.
Si yo te contara cómo me he sentido tantas veces en el trabajo...Y aún no lo he superado. Y sin embargo, hay que tirar para adelante, para llegar a no sé sabe dónde. Jó. No sé qué es peor, si sentir el trabajo como sobreesfuerzo, a veces agotador, como robo de nuestro tiempo personal o como beneficio para el Ajeno...Gracias , Lagave.
Buen día constitucional a todos...