Encarnan las virtudes más acendradas de la raza. Esto es, el sudor, el olor, la cochambre, los escozores, lo pegajoso, los excrementos, lo purulento y tal vez la sangre. Vivimos envueltos en ellas, de día y de noche. Su estado se alterna. Del ensuciamiento, el desgaste o el deterioro se pasa en pocas horas a una renovación blanca blanquísima. Su entrega es generosa. Su regeneración es eficaz. Se reencarnan ratificándose como valores supremos, sin los que difícilmente podríamos sobrevivir. Nos protegen, nos asean, nos alivian, nos adornan, nos distinguen, nos ennoblecen. Ellas nos dan la verdadera seguridad, constituyen nuestras señas de identidad, elevan el propio sentido del individuo, nos afirman en nuestra intimidad y ratifican la presencia de cada miembro de la raza día tras día. Francamente, me gusta el tremolar de estas banderas. Sin ellas ¿que sería de nuestra dignidad?
Cuaderno de poemas. Juan Gelman
Hace 50 minutos
Muy bueno Fackel;-)Muy fino.
ResponderEliminarBuenas noches
En esta temporada banderil, me ha encantado tu fian ironía y tu sutileza. Besos!
ResponderEliminarQuería decir fina, eh?
ResponderEliminarjeje
Olvido, Pies...¿Os imagináis por un momento que el día 12 hubiéramos pasado a la acción de la resistencia pacífica a la imbecilidad y la noñería? Por ejemplo, poniéndonos de acuerdo en sacar a las ventanas y balcones de nuestras casas la doméstica y acogedora ropa tendida. Frente a la Patria hueca, el ejercicio de la Matria (o como se la quiera llamar) generosa. ¡La ropa a la calle! (el lema)
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