De repente un alma caritativa me sugiere:
tienes que relajarte, y bajar el nivel de exigencia, no todos los días tienes que sentirte obligado a escribir en el blog. De momento pienso que tiene razón, pero ¿qué quiere decir con eso? ¿Que tanta cita puntual agota no sólo el cuerpo sino la imaginación y su buen hacer? Hay días -noches- que le pueden dar a uno las tantas y contra natura. ¿Pero esto sucede porque el blog me obligue? Y si me apremia, ¿no será más bien una excusa para obligarme yo a mi mismo? Ésta la cuestión: puede parecer que los móviles se hallan fuera de nosotros, pero en realidad son hijos de las satisfacciones o de las frustraciones del día que abandonamos.
Esa procura amigable que me invita a bajar la presión me conduce automáticamente a meditar sobre los efectos secundarios, sin pretender obtener respuestas. ¿Empieza uno a someterse a una dependencia? ¿Me supone un estrés añadido respecto al que haya padecido en otros ambientes durante el día? ¿Escribo forzado, inspirado o necesitado? Colgarme cada noche de la página, ¿es un mero ejercicio narcisista al que debo corresponder? ¿Qué expectativas cubre? Uno piensa por un momento en que podría escribir el diario clásico que, durante siglos, cualquier hombre o mujer con necesidad introspectiva y con un útil de escritura ha cubierto durante algún tiempo de su vida. Ese diario más o menos secreto o resguardado, podría no pasar de afirmarse en un soporte de cuaderno o en un archivo de word. Un diario, por otra parte, puede ser una mera relación de sucesos, o puede ser otra cosa. Pero siempre resulta un acicate para pulsar los motivos de la vida.
Uno tiene claro que normalmente escribe sin premeditación. Y que tampoco tiene como fin que otros le lean, aunque si le leen lo agradece. Esta libertad de condicionamientos hace de tu propio blog algo más simple y a la vez más intrincado. Crees que nada te mediatiza y que sólo cedes a tus propias ocurrencias. En el fondo, te gusta leerte y acompañarte de imágenes elegidas. Has descubierto que multitud de imágenes te sugieren, te hacen pensar, te animan a razonar. O te sumerges en recrearte a través de meras ensoñaciones. Igualmente válido. Y lo haces en la medida en que las seleccionas con tus particulares criterios y respondiendo a tu receptividad ante lo que se te insinúa. Eso te satisface. Te apoderas de la técnica moderna y la concedes a cambio tu alma.
Hay días -noches- en que resulta arduo reconocerte en tus textos. Los hay más alambicados o más convencionales o más meditados o más agudos. ¿Serían menos auténticos unos que otros? Reconozco que escribir demasiado disciplinariamente puede llevar a una superficialidad expresiva. Pero incluso eso mismo sería útil si con ello se logra un alivio que ayude a sobreponerse a la jornada cansina y con frecuencia escasamente incentivada. Te cuelgas del blog, por lo tanto, porque quieres acometer un acto de amor contigo mismo, diferenciando tu intimidad auténtica del resto de quehaceres que constriñen tus horas. Quieres imaginar, soñar, pretender que recuperas un leve tiempo y que creas una pequeña posibilidad que te invada de cierta plenitud y sentido. Acabemos: quieres irte a dormir con cierta sensación de placer. Eres así.
(Fotografía del checo Vaclav Jiru)
Cierto lo del estrés (añadido) a veces (rachas, periodos). Verdadero lo del gustar de leerse uno. Certero, lo de exigirse. Y certísimo lo del placer.
ResponderEliminarEstos días algunos (Portorosa, La donna é movile) han hablado sobre cómo sería el blog ideal. Han desdeñado, como secundario, el recibir o no comentarios...Se han pronunciado en contra de buscar (cazar) links, a base de prodigarse en comentarios en los más diversos lugares ("pan para hoy y hambre para mañana", dice La donna).
Escribir sin aspirar a que a uno le lean era posible para el escritor pre-cibernético. Hoy todo llega a ser leído y todo permanece. Es algo nuevo. Yo escribí una crítica de un libro y el autor entró a comentar mi crítica. Lo que escribimos SE LEE, ES LEÍDO. Pero eso nada quiere decir.
Lo importante es cómo siento el fenómeno del comentario, del lector que interpela. ¿Ser leido es la muerte del escritor? ¿Es verdad lo que dice Vila Matas, o su personaje, de que el éxito es tan malo tenerlo como no tenerlo (el éxito qué es las visitas, los comentarios, la creación de un grupo de lectores laudatorios que nos inducen a mantener el blog, el tono del blog...) Alguien -Badly- decía el otro día algo que interpreté como "siempre los mismos". Llevaba un año callada y al volver a hablar estábamos allí. El sueño de unos nuevos lectores, de un blog distinto...
Y lo que no cambia muere o se aburre.
Luego, todo está (todos estamos) siempre "al borde del abismo" y crear es dar un paso más allá porque la vida sigue y hay que inventarse la continuación (leer Doctor Pasavento, donde Vila Matas postula la actitud de Walser: dejar la identidad del escritor y acoger la del ser sin identidad, sin ego, el caminante en la nieve).
ResponderEliminarEscribir sin lector, pues.
Tu claridad y tu contundencia me dejan impresionado. Necesito meditarlo. Afirmas lo que yo no había llegado a descubrir del todo. Sospecho entonces que todo es -podría ser- tal como dices. Pero ¿por qué necesitamos y/o nos gusta tanto la representación? ¿Por qué nos urge tanto la asistencia? ¿Por qué tenemos que sentirnos testificados? Escribo, aunque no me lean (podría ser la divisa)
ResponderEliminarGracias, Francisco, por tu vigor ilustrativo.