"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 12 de abril de 2007

Yasmin


(Variaciones IV)

Ha levantado las persianas al entrar en su casa. El día gana luz y las habitaciones necesitan absorberla también. Hace varios días que el hombre no ventila ni limpia y la atmósfera cerrada le tira para atrás. Abre ventanas. Recoge los objetos que están desparramados de cualquier manera. Algunas prendas esparcidas por su cama, otras por los sillones del estudio. Tiene ropa por lavar, sabe que la colada le espera. Hoy deberá dedicarse a amañarse y aparcar la disciplina de sus ocurrencias. Algunas cartas, algunos mensajes en el teléfono, algunos correos atrasados en el ordenador. Sin urgencias. Se mira en el espejo del servicio. Cara de poco descanso. Se atusa la barba, se la revuelve, se la huele volteándola hacia su nariz. Comprueba que permanece aún el penetrante olor de ella. Al oler se siente exultante, como si siguiera poseyéndola. Al mirarse, se desconcierta. No acaba de entender que una mujer mucho más joven se interese por él. Se admira. La mirada que le devuelve el espejo le concede confianza, le insinúa sospecha. ¿Es él el de siempre? ¿Se nota latente? ¿Se advierte que su tiempo transcurre y le pasa cuenta? Hay matices en su aspecto, diferencias, cambios, algunas nebulosas, cierto perfil sombrío. Un observador no involucrado en la escena lo vería así. Él respira profundamente, se hace un guiño, se rebaja. Mientras se observa se pregunta. Solamente reflejos. Tras el diálogo mudo se siente reforzado. La respuesta no está en el espejo sino en lo que la mujer ve y pretende de él, cree. Ficción, tal vez. El espejo puede esperar, piensa. El espejo no miente, duda. Las últimas horas con ella le han dejado buen ánimo. Se sorprende. ¿Será un estado pasajero, un humor circunstancial, una providencia transitoria? No desea obtener respuestas. Está acostumbrado a dejarse llevar por las ráfagas de su propio viento interior. Siempre le gustó escuchar el rumor, que era a la vez un acicate. Mientras tenga lugar dentro de él, mientras lo perciba, mientras le dé seguridad el hombre se confirma y se refuerza. Pero ¿significa eso capacidad y robustez? Recuerda que dejó un texto a medio escribir y que las ideas puede aflorar en cualquier ambiente y ocasión. Siempre lleva en el bolsillo una libreta, más que nada para prevenir. En los momentos de iluminaciones escribe desde unas neuronas a otras y luego las palabras vuelan. Cuando está en casa es distinto. Deja lo que hace, apunta, pergeña. Es curiosa la afinidad de las palabras, ¿o es la de las ideas? Hoy no está por vincular nada, simplemente se recrea en el encuentro último, en las conversaciones iniciadas, en los tonos de la voz, en los silencios. Ambos han construido la noche pasada un hábitat de nómadas que les ha acogido generosamente. Se han dejado la puerta mutua abierta, con la misma debilidad y a la vez la misma confianza que la de una jaima del desierto. Ella se quedó allí, observándole a través del ventanal, probablemente interrogándose a sí misma. La vio al doblar la esquina. Debe dedicarse hoy a ordenar la casa. Y al pensar en esa novedad que le renueva de euforia no hace planes, ni requiere exigencias, ni aloja ansias de inmediatez. Activa un disco, no sabe por qué elige los Preludios de Listz. La melodía se eleva con una sugerencia que salpica la luz de la mañana, poco a poco cálida. Todo es un preludio, un perpetuo preludio, intuye. Al salir a la terraza, un aroma delicado pero penetrante le perfuma las venas. Los viejos jazmines han emergido exultantes desde la noche. Como estrellas de la primavera resucitan una presencia. Mira las flores con ojos de niño que registran con curiosidad incipiente la vida. Deja las puertas del balcón abiertas de par en par para que la fragancia se apodere de él. Bendice su apelativo árabe. Yasmin, los nombra con voz tenue y acariciadora, mientras se deja tomar.

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