miércoles, 11 de abril de 2007
Candelabro
Tras la jornada laboral, hoy los obreros se emborrachan menos. O lo hacen de otra manera. Nuevos recursos, nuevas opciones, diferentes medios, combinación de relaciones y entretenimientos. Juegos de ofertas y demandas que los enguyen e incorporan a su mundo irresistible de mercancía. La jornada laboral se presume más humanizada (paradoja metafórica) a cambio de una mayor entrega y condescendencia del coro de los empleados. Incluso para muchos tiene un atractivo irresistible y ególatra, y las nuevas generaciones entran, ingenuas, al trapo. Al final del día, entre la faceta de productor y la de consumidor, el cansancio se reparte a su manera entre la plusvalía perdida de los arrendados. Al caer la noche, quien más o quien menos se vuelve anodino y ausente. Pasan los días y la maquinaria social funciona en detrimento de la expectativa de significados de cada individuo. Algunos resisten. Otros se aíslan. Una minoría diseña para sí un mundo onírico de supervivencia moral. Incluso hay quienes leen, sin ceder a más leyes que las del agotamiento. Y uno de esos productores grises, que lee lo que puede y su cuerpo maltrecho le permite, hojea a Konstantino Kavafis, por ejemplo, porque, en ocasiones, una poesía viene bien y da aquello que falta en el turbio acontencer de los días: calma y ensoñación. Ésta se titula Candelabro...
En una pequeña habitación, sin adornos,
con paredes cubiertas de tela verde,
había un hermoso candelabro encendido;
y ardiendo en cada una de sus llamas
una mórbida lujuria, un lascivo calor.
Dentro de la habitación, resplandeciente
por las velas del maravilloso candelabro,
no es una luz vulgar la que brilla.
No es para cuerpos temerosos
el cálido placer de ese ámbito.
(Fotografía de George Gasz)
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Sí, los hombres se debaten siempre entre vivir (posibilidad) y sobrevivir (necesidad) Al final ni se sabe el resultado. Kavafis siempre poniendo su punto sensual, F.
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