Mientras los perros ladran, el hombre del blog se consolida en su reflexión íntima. Se levanta por la mañana, algo más tardíamente de lo acostumbrado, bebe lentamente una taza de café profundo. Rafael Sánchez Ferlosio le da una pista desde su libro Vendrán más años malos y nos harán más ciegos...
(Palabras-fuerza.) No hay razón sin palabras, pero tampoco puede haber sin ellas fanatismo. En la palabra se manifiesta la salud de la razón, pero, a su vez, el fanatismo siempre aparece como una enfermedad de la palabra, una especie de inflamación absoluta de los significados. Toda predilección por una palabra en sí, al margen de un contexto, es un temible síntoma de predisposición al fanatismo.
Tiempo éste de palabras falaces, de verbosidad mediocre, de consignas mentirosas, de carencia de razonamientos. Época de palabras que son antipalabras, que ciegan en lugar de iluminar. Como perros callejeros de otras épocas, algunos sólo buscando las migajas y la caricia hipócrita del dueño que les alimente a cambio de sus renuncias. El hombre del blog ata sus emociones e intenta razonar, vengan de donde vengan los argumentos, simpre que sean argumentos. La razón no se puede domeñar, lo intuye, y la verdad, siempre relativa y dinámica le obsesiona. Como a los antiguos areopagitas o a quienes se enfrentaban a los fariseos.
(Palabras-fuerza.) No hay razón sin palabras, pero tampoco puede haber sin ellas fanatismo. En la palabra se manifiesta la salud de la razón, pero, a su vez, el fanatismo siempre aparece como una enfermedad de la palabra, una especie de inflamación absoluta de los significados. Toda predilección por una palabra en sí, al margen de un contexto, es un temible síntoma de predisposición al fanatismo.
Tiempo éste de palabras falaces, de verbosidad mediocre, de consignas mentirosas, de carencia de razonamientos. Época de palabras que son antipalabras, que ciegan en lugar de iluminar. Como perros callejeros de otras épocas, algunos sólo buscando las migajas y la caricia hipócrita del dueño que les alimente a cambio de sus renuncias. El hombre del blog ata sus emociones e intenta razonar, vengan de donde vengan los argumentos, simpre que sean argumentos. La razón no se puede domeñar, lo intuye, y la verdad, siempre relativa y dinámica le obsesiona. Como a los antiguos areopagitas o a quienes se enfrentaban a los fariseos.
(Cuadro Jesús entre los Doctores, de Albert Durero, en el Museo Thyssen de Madrid)
Las palabras sin el rigor de sí mismas se ponen al servicio del mejor postor. Lo estamos viendo en la política española últimamente. Y de la boca de los mismos im-postores. Me pregunto si las palabras pueden existir al margen de la ética. Simplemente. Saludos, Fackel.
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